- EXCELSIOR.COM.MX - A La Une - 06/Jul 08:43

El aullido

Recuerdo los murmullos y a la abuela sentada en medio del jardín, con la cara viendo al cielo. Viene a mi memoria un fuego sin luz. Mi madre me dijo del aullido de la abuela. La primera vez que me quedé con ellos en la habitación de las tres camas, digamos que estaba preparada cuando sucedió; pero tuve muchas ganas de ir a orinar y, al escuchar que los abuelos volvían a roncar, me guie con los muebles para encontrar la salida hacia el baño. Allí sentí el estómago inflado y duro. De nuevo el aullido. Ahora también un olor a quemado. Yo estaba dormida en la cama más alta y el lamento se elevó en la habitación en ondas de calor. Imaginé, ya que no podían siquiera verse las siluetas de las cosas. Yo estaba confundida, noqueada por el grito, la noche y por el olor que no desaparecía. Hay cuatro grandes espacios en la casa. El tapanco está lleno de telarañas; acabo de despertar en él sin ropa y rasguñada. La abuela me baña y me regaña por haber salido; su voz es tan dulce, sus manos tan suaves. Mi abuela se ríe. Está menos triste, así quizá ya no aúlle por las noches. La abuela me regala un vestido blanco y paseamos por el jardín y recogemos flores para poner en los floreros de la casa. El viento es cálido y tomamos un refresco de menta. Las cosas van bien. El abuelo regresa de pescar y pone sobre la mesa tres anguilas que aún se mueven. La abuela las limpia en silencio y la sangre de los animales mancha mi vestido. Me enseñaron a matar conejos y gallinas. Comemos patos también, pero aún no mato ninguno. Estamos siempre los tres, porque ir el verano con los abuelos es divertido y es sano, dice mi madre. Pero yo vuelvo a salir de la habitación después del aullido y ahora despierto entre los cerdos. Me duele el cuerpo. La abuela me baña, me pone alcohol, tengo fiebre. Me da caldo con verduras. Estamos sentados los tres, respiramos al mismo tiempo, las cucharas chocan con los platos y guardamos silencio. Sé que están enojados, porque me salí del cuarto de las tres camas. Hoy no hubo aullido y la noche se prolongó muchas horas. Tampoco escuché los ronquidos de los abuelos y, cuando desperté, la casa estaba iluminada por una luz muy tenue. La mesa estaba lista para comer. Yo tenía bastante hambre y, de pronto, escuché murmullos. En la casa siempre estábamos solo los tres en las vacaciones, no había ni radio y, mucho menos, televisión. Entonces, debían ser personas. Me escondí debajo de la mesa y pronto comenzaron a desfilar muchos pares de piernas. Todos estaban eufóricos. Parecía que esperaban un gran acontecimiento. Y se hizo lo negro y vino el silencio antes de mi aullido de dolor. Me pusieron sobre la mesa y con el cuchillo lleno de grasa me abrieron el vientre. Me desmayé. Miren a la abuela, está sentada en medio del jardín y me voltea a ver. Yo me elevo y le digo adiós. Ahí viene el abuelo. Me lleva de la mano con el vestido blanco manchado de sangre. Miren a mi madre, viene caminando hacia la casa. “Mamá, ya me sacaron al monstruo del vientre”, le grito. Ella no me ve ni me oye; pero estoy segura que sabe que yo ya no estoy, que ésa a la que besa mi abuelo es la otra.     Columnista: Leda RendónImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0