En la historia de la humanidad, hay sociedades que han tenido que aprender —desde su origen— a sobrevivir rodeadas de adversidad. A construir con...
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En la historia de la humanidad, hay sociedades que han tenido que aprender —desde su origen— a sobrevivir rodeadas de adversidad. A construir con una mano mientras con la otra se protegen. A estudiar con pasión mientras cuidan su espalda. A educar en valores mientras afuera reinan voces que los niegan. Y, aun así, han logrado prosperar. No por un golpe de suerte, sino por la firme decisión de no dejar de ser. ¿Qué sucede cuando una comunidad es empujada al límite? ¿Cuándo lo que está en juego no es un recurso o una frontera, sino su existencia misma? La respuesta no siempre es el silencio. Tampoco el ruido estéril. La respuesta auténtica nace del alma de los pueblos que han aprendido que defenderse no es un acto de odio, sino de amor: amor por lo que son, por lo que han construido y por quienes vendrán después. No es fácil hablar de defensa sin que se malinterprete. Pero hay verdades que deben decirse con claridad: todo ser humano, todo colectivo, todo pueblo, tiene derecho a proteger su vida, su libertad, su dignidad y su futuro. Y cuando ese derecho se ve amenazado de forma sistemática, el silencio se convierte en cómplice. La pasividad, en renuncia. La omisión, en derrota. Pero hay quienes no eligen ni la pasividad ni el odio. Eligen algo mucho más poderoso: la inteligencia colectiva. La preparación. La ciencia. La innovación. La cultura. El arte. La salud pública. El respeto a la infancia. El fortalecimiento del tejido social. Eligen formar generaciones que piensen, que cuestionen, que propongan. Que no sólo se defiendan… sino que eleven. Ésa es la verdadera grandeza de algunas sociedades: no se limitan a sobrevivir, se atreven a brillar en medio de la oscuridad. Y no lo hacen con gritos, lo hacen con libros. No con muros, sino con conocimiento. No con resentimiento, sino con resiliencia. Lo más admirable es que muchas de estas comunidades han tenido todos los motivos para rendirse, y no lo han hecho. Han perdido seres queridos, han sido blanco de desprecio irracional, han sido aisladas, señaladas, deformadas por narrativas ajenas. Y, pese a todo, han decidido seguir adelante sin perder la humanidad que las define. ¿Dónde radica su fuerza? En su convicción. En no ceder ante la violencia ni convertirse en su reflejo. En levantar escuelas donde otros siembran odio. En construir hospitales mientras otros preparan armas. En invertir en su gente como la mejor forma de garantizar su continuidad. Una sociedad que enseña a sus niños a pensar, a cuidar, a crear y a convivir, está construyendo no sólo un escudo, sino un puente hacia el porvenir. Porque el conocimiento no sólo defiende: transforma. Y cuando se acompaña de valores sólidos y una visión generosa del mundo, se convierte en la fuerza más invencible que existe. El derecho a existir, a pensar distinto, a vivir con dignidad, no necesita permiso. Es inherente. Y defenderlo, incluso en circunstancias extremas, no debe verse como un acto de beligerancia, sino de integridad. A veces la historia nos confronta con desafíos profundos. Hay quienes los enfrentan desde el resentimiento, y otros desde la sabiduría. Los primeros destruyen. Los segundos inspiran. Los que destruyen quedan en el pasado. Los que inspiran transforman el futuro. Que nunca se confunda la firmeza con la arrogancia. Ni la defensa de los principios con fanatismo. Hay quienes, sin jamás nombrarlo, nos han mostrado cómo se puede resistir al odio sin convertirse en él. Cómo se puede proteger la vida sin dejar de honrarla. Y cómo, incluso bajo amenaza constante, se puede seguir apostando por el futuro, por la esperanza y por el bien común. No hace falta mencionar nombres. Las lecciones están ahí, vivas, visibles para quienes quieran ver. Y tal vez lo más poderoso que podemos aprender de ellas es esto: que el verdadero poder no está en el músculo, sino en el alma de los pueblos que no se traicionan a sí mismos. Y cuidado: la ignorancia y la manipulación pueden disfrazarse de verdad. Pero al final, la verdad siempre sale a flote. Y cuando lo hace, no sólo ilumina, también redime. Porque el que construye con sabiduría, educa con amor y defiende con dignidad, permanece para siempre. Aunque lo ataquen, aunque lo malinterpreten, aunque intenten borrarlo… lo que es verdadero, siempre regresa con más fuerza. Columnista: Luis Wertman ZaslavImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0
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