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Más arriba de la legendaria Peña del Rey Moro de Toledo aún subsisten los restos de un palacio cuyo nombre, Sisla, evoca la comarca asentada en una meseta tapizada de matorral mediterráneo desde el Tajo hasta los Montes de Toledo. En este paraje, en 1348, la Orden de San Jerónimo, fundó una comunidad que reuniría extensos dominios en la ciudad y en otros lugares. Conservó veneradas reliquias, un rico patrimonio y recuerdos de Carlos I. En 1809, sufrió graves daños motivados por en el cerco del general Lacy a la ciudad ocupada por tropas napoleónicas. En 1821 la comunidad, con casi una veintena de religiosos, fue suprimida. En 1835, se demolió la capilla gótica al ser decretada la exclaustración. El convento se trocaría en una «buena casa de labor» con miles de olivos, huertas y tierras de labor. En 1838, Mariano Bertobano adquirió esta dehesa. Como otras fincas licitadas, al ser revendida, los especuladores desmenuzaban luego los materiales más valiosos. Así actuó José Bushental (Estrasburgo, 1802 – Londres, 1870), un fugaz dueño de la Sisla que desmontó los artesonados para llevarlos a Madrid. Como recordó un articulista en 1922, por la venta de uno solo, obtuvo lo que había pagado por todo el monasterio. Aquel inversor, asociado al marqués de Salamanca, participó en la política, negocios varios y fraudes bancarios. En 1848 huyó al extranjero para eludir la justicia española. El siguiente propietario fue Manuel Salvador López, que dirigió el Banco de Isabel II hasta 1847, entidad propiciada por el marqués de Salamanca. La dehesa toledana la trasmitió a su hijo Federico López Gaviria, casado con la marquesa de Perijaá. Este matrimonio la conservó hasta 1902. La adquirió Calixto Serrano del Cerro, uno de los mayores contribuyentes de Toledo con intereses agropecuarios. Fue concejal entre 1895 y 1901, afecto a los liberales canalejistas. El antiguo cenobio era ahora una finca agrícola, donde Serrano organizaba jornadas de caza y convites. Allí recibía a la «buena sociedad toledana», pues entonces presidía el Centro de Artistas e Industriales y la elegante Sala Balllade de esgrima en la calle de San Ginés. En 1902, La Idea publicó un artículo sin firma que señalaba a la Sisla como un lugar ideal para crear un Manicomio que relevase al histórico Nuncio Nuevo, apunte que no prosperó. La novedad llegó en 1904 al comprar el predio los condes de Clavijo, otra de las aristócratas familias de la época. Una gaceta anunció que los dueños restaurarían la iglesia y parte del antiguo cenobio para entregarlo a una comunidad. Lo cierto fue que la Sisla empezó a trocarse en una elegante «morada campestre». Los Clavijo invitaban a almorzar a sus amistades con paseos por la finca y Toledo, jornadas que citaban los ecos de sociedad. Un ilustrativo ejemplo es una crónica publicada por El Imparcial (10/06/1913) que detalla la nómina de duques, condes, marqueses y otros asistentes al almuerzo que se les ofreció en el antiguo claustro de los jerónimos. Sin embargo, los condes de Clavijo, desde el principio (1904), decidieron acotar con alambres de espino los límites de la Sisla, cerrándose las servidumbres de paso del camino de Cobisa hasta la ermita del Valle. Recordemos que la dehesa alcanzaba por el norte hasta los molinos de Saelices en el Tajo y el Cerro del Bu. Aquello dio lugar a una denuncia judicial a un particular, lo que desató las protestas de la opinión pública sin que el timorato ayuntamiento solventase el problema con premura. Por fin, en 1914, los Clavijo permitirían el acceso a la Peña del Rey Moro durante todo el año, lo que saludó la mesocracia local, alabando ahora la generosidad del «ilustre prócer». En 1917 la Sisla fue comprada por María del Consuelo Cubas , hija del marqués de Cubas, político y arquitecto, autor de la madrileña catedral de la Almudena. Tras enviudar del conde de Arcentales, se casó en 1919 con Guillermo Pelizaeus Lantz, de origen alemán, partícipe en la banca, negocios y conejal del consistorio madrileño en 1925. Los nuevos dueños decidieron aprovechar los restos del convento y darlos nuevos usos bañados con una genuina estética española. Joaquín Saldaña López, arquitecto predilecto de la nobleza, fue el autor del proyecto. Entre otras obras, había trazado para los condes de Finat, en 1904, una mansión de aire escocés en El Castañar. En 1922 La Época sentenció que la Sisla era «comparable a los mejores châteaux extranjeros». Y es que, desde finales del XIX, las familias más ilustres erigían solemnes palacios para su descanso en el campo. En torno a Toledo, entre otros ejemplos, citamos San Bernardo, Higares, La Alberquilla, la Quinta de Mirabel, Buenavista o El Bosque. En junio de 1922, aún sin haberse concluido el proyecto, La Vida Aristocrática publicó un extenso reportaje dedicado a la Sisla. Se describía la verja de la entrada realizada por Julio Pascual, los edificios auxiliares y el jardín creado por Cecilio Rodríguez, encargado de los parques y jardines de Madrid. Se mencionan las firmas contratadas para dotar de muebles ( Arte Español) , bronces (Harráiz), cristalería (Fabriciano) y textiles de la Real Fábrica de Tapices. Ente las estancias se destacaban el despacho, salones, el comedor, la biblioteca con pinturas de los siglos XVI y XVII y diversas habitaciones para los invitados. Sin embargo, aún quedaba por concluir el «palacio de piedra y cemento» que acogería el núcleo residencial de los dueños en una planta superior rematada por un torreón almenado. No es de extrañar que, tan singular, palacete acogiese el rodaje de dos películas, A buen juez mejor testigo (Francisco Dean, 1926) y Qué tío más grande de (José Gaspar) en 1935, filmes fallidos hoy perdidos. Desde 1921, son profusas las citas de la Sisla unidas a los señores de Pelizaeus y sus fiestas, partidas de tennis o las visitas de ministros, nobles y personajes como Primo de Rivera en más de una ocasión. En 1922 aconteció una recepción con diplomáticos, asistiendo el nuncio apostólico Federico Tedeschini y, en 1923, la bendición de la capilla por parte del primado Reig Casanova. En 1925, Consuelo Cubas, recibió el título pontificio de condesa de Santa María de la Sisla por sus profusas obras de caridad. Su esposo, Guillermo Pelizaeus llegó a presidir la Federación Católica Agraria de Toledo en 1923. A partir de 1931 decayó aquella época dorada, aunque prosiguió el uso residencial y la explotación de la finca. Entre 1936 y 1939, la Sisla volvió a ser un escenario de trincheras y combates con Toledo al fondo. El palacio acabó convertido en un cúmulo de ruinas que soterraron los episodios de su último siglo de vida para dar paso a un incierto futuro.
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