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De la escuela laica a la del nacional catolicismoBizén Fuster Santaliestra “La educación era la reforma estrella del Gobierno republicano para llevar a la praxis un modelo de enseñanza obligatorio, laico, mixto, inspirado en el ideal de solidaridad humana y capaz de acabar con aquella España analfabeta pero con muchas ansias de saber. ”. La escuela y los maestros/as de la II República fueron y vivieron el tiempo de la gran ilusión, pero durante la guerra civil y posguerra los mejores pedagogos españoles tuvieron que tomar rumbo hacia el exilio, otros fueron duramente represaliados o perseguidos, acabando con la gran esperanza e ilusión de la educación en España. El 18 de julio de 1936 la enseñanza española estaba de vacaciones. Pocos/as maestros/as se podían imaginar que nunca más regresarían a sus puestos de trabajo, a sus pueblos, y se convertirían en uno de los gremios más perseguidos por la represión franquista. La guerra civil supuso la derrota del pensamiento y de la educación, y se pasó a “una escuela que tenía púlpitos en lugar de tarimas, reclinatorios en vez de pupitres”, a catecismos en lugar de libros de texto, a una escuela de cornetas y tambores, de saludos a la romana, de la cruz y de fiestas nacionales y celebraciones patrióticas. Los sublevados consideraron que el control de la enseñanza era el pilar fundamental para hacer fieles sumisos y mentes acríticas fáciles de dominar, retornando a una educación católica y patriótica basada en la autoridad y la disciplina. Con la guerra civil y el triunfo de los sublevados se paralizó una trayectoria muy prometedora tanto para el Magisterio español como para el conjunto de la escuela y de la educación en España, truncándose la trayectoria de los mejores pedagogos españoles. La educación era la reforma estrella del Gobierno republicano para llevar a la praxis un modelo de enseñanza obligatorio, laico, mixto, inspirado en el ideal de solidaridad humana y capaz de acabar con aquella España analfabeta pero con muchas ansias de saber. Tres políticos destacaron en el impulso de la educación, los ministros Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos y Rodolfo Llopis, como director general de Primera enseñanza, sin olvidarnos de la figura de Lorenzo Luzuriaga, uno de los principales pedagogos que ha tenido España y que fue el encargado del nuevo proyecto legislativo. La República, entre otros objetivos, pretendía modernizar el país, salir del oscurantismo que había empezado ya con el cambio de la situación de la mujer, su igualdad jurídica, el derecho al voto y la lucha por la igualdad de sexos, y los maestros y maestras eran una herramienta esencial para poder extender los ideales republicanos, debían de ser los consejeros y orientadores, no sólo con los niños y niñas de la escuela, sino también con los adultos. Una escuela pensada en formar personas libres y críticas donde, como decía Marcelino Domingo “que el maestro fuera el alma de la escuela”. Partían de las nuevas corrientes pedagógicas que años atrás habían reaccionado ante la vieja escuela: la Escuela Moderna de Francisco Ferrer y Guardia, la Escuela Nueva dirigida por Núñez de Arce, y de los ideales reformadores pedagógicos de Giner de los Ríos, que, secundado por otros intelectuales, acabaría fundando la Institución Libre de Enseñanza (ILE), con una concepción distinta del panorama educativo y que habría de ser un referente indiscutible del modelo educativo republicano. La ILE se había propuesto encarnar los valores y principios de una educación laica integral, cuyo fundamento era el respeto a la libertad tanto de los alumnos como de los profesores, y la búsqueda racional de la verdad. Junto con los colegios afines a la ILE cobraron una especial importancia las llamadas Misiones Pedagógicas, bajo la dirección de Bartolomé Cossío, un intento de llevar la formación y la cultura a los rincones más alejados de España, y las Colonias Escolares, teniendo ambas una finalidad tanto pedagógica como social: bibliotecas populares, organización de lecturas, sesiones cinematográficas, sesiones musicales, orquestas y audiciones, exposiciones de arte, museos circulantes, conferencias, teatro… Durante el primer bienio republicano se pretendió mejorar el sistema general de enseñanza y llevar a cabo importantes mejoras laborales en las condiciones vida de los maestros y maestras. Se diseñó un plan quinquenal masivo de construcciones escolares que pretendía repartir por toda España más de 27.000 escuelas, “sembrar de escuelas España”, sufragadas con un crédito extraordinario e introducir en el sistema educativo la coeducación. Para ello habían dedicado en la Constitución de 1931 tres amplios artículos, dentro del Capítulo II, titulado “Familia, economía y cultura”. El artículo 48 planteaba un nuevo sistema educativo y común, donde la enseñanzas primaria sería obligatoria y gratuita, y los docentes serían funcionarios públicos. La República tenía la obligación de facilitar el acceso a todos los grados de enseñanza a los españoles y españolas sin posibilidades económicas y que la falta de recursos no fuera un impedimento para estudiar. La religión dejaba de ser una asignatura obligatoria, y, aunque la enseñanza era laica, no se prohibía el estudio del hecho religioso y las distintas confesiones tendrían derecho a enseñar sus doctrinas pero bajo la inspección del Estado. El artículo 49 planteó las líneas generales de la estructura educativa, determinando la edad escolar para cada grado, la duración de los períodos de escolaridad y el contenido de los planes pedagógicos, así como que la expedición de títulos académicos era competencia exclusiva del Estado, el que establecía las pruebas y requisitos necesarios para obtenerlos. Otro de los males que aquejaba el sistema educativo en España era la falta de calidad de la enseñanza, fundamental por la falta de preparación de sus docentes, y las condiciones laborales de sus maestros y maestras, suprimiendo el Plan de Estudios vigente e implantándose un nuevo Plan Profesional. En el artículo 50 se recogía por primera vez la necesidad de atender la diversidad de lenguas en España, aunque primando el castellano como lengua fundamental en las escuelas. Atrás iba a quedar lo recogido en la Constitución canovista de 1879 que había reforzado el dominio de la iglesia en el ámbito de la educación, y el impulso que el golpe de 1923 de Primo de Rivera había dado a las autoridades eclesiásticas para el control de la enseñanza en todo el estado. Medidas que durante el segundo bienio de derechas fueron desmanteladas o paralizadas. La llegada de la centro-derecha al poder planteó importantes cambios del proyecto progresista educativo del bienio reformista. Llevó a cabo una verdadera contrarreforma educativa dejando en suspenso la construcción de grupos escolares y suspendiendo la coeducación en los centros de primaria. La Ley de Confesiones y congregaciones religiosas que prohibía crear o sostener con fondos públicos colegios de enseñanza privada, directa o indirectamente, fue burlada valiéndose de personas seglares interpuestas, produciéndose una transferencia de la titularidad de muchas órdenes religiosas, en teoría ajenas a dichas comunidades, y dando paso a las Sociedades Anónimas de Enseñanza Libre (SADEL), iniciativa de la Confederación Católica de padres de familia con el objetivo de fomentar y desarrollar la enseñanza católica y dar cobertura legal a los colegios regentados anteriormente por religiosos. La coeducación fue suprimida en primaria y se procuró intervenir el cuerpo de inspectores de educación, suprimiendo la Inspección Central de Educación y el decreto de inmovilidad. Con la victoria del Frente Popular en 1936 Azaña colocó nuevamente como ministro de Instrucción Pública a Marcelino Domingo, para que continuara con su anterior labor reformadora y asumir los mismos principios que habían permitido la revolución de la enseñanza en el primer bienio, anulándose las decisiones del bienio derechista. Poco se pudo hacer ya. La sublevación militar del 18 de julio supuso la ruina del régimen democrático iniciándose una depuración total de los maestros y una dura represión de una buena parte del magisterio, acabando con las leyes educativas republicanas. Cientos de maestros y maestras asesinados, otros apartados definitivamente de la enseñanza y otros muchos optaron por una vida incierta, el exilio. Atrás quedaría en el olvido la educación pública gratuita y laica, activa y creadora, con un marcado carácter social, plural e integrador, la escuela de los maestros y maestras como motores y herramientas de transformación de las desigualdades sociales, donde “el maestro era el alma de la escuela”. Una escuela donde se atendía conjuntamente a los alumnos de uno y otro sexo y el profesorado constituía un todo orgánico. En el olvido quedaría un sistema educativo que se había propuesto llenar las escuelas con los mejores maestros y maestras y los mejores métodos de enseñanza, una escuela diseñada para que el docente fuera la persona más culta y que fueran los intelectuales de los pueblos; una escuela en la que el docente era considerado como el funcionario más importante del Estado y donde la educación constituía uno de los compromisos sociales, cuyo fin era lograr la democracia, garantizar los derechos de toda la ciudadanía y modernizar un país anclado en un rancio pasado. El hecho de que los alumnos y alumnas tuvieran delante cada día a una mujer dueña de su vida, liberada, moderna e independiente, ejerciendo su labor remunerada y tratándose con sus colegas masculinos de tú a tú y que propagaba a la sociedad un nuevo modelo de relaciones, la igualdad, era ya toda una lección para sus niños/as. Durante el franquismo la escuela nacional católica borró todos los aspectos de renovación y avance educativos, además de formar leales y entregados súbditos de la nueva España que se estaba construyendo. Su principal objetivo era inculcar una serie de valores que se pueden resumir en un exaltado patriotismo españolista, obedeciendo a la iglesia y a las autoridades. Sus asignaturas tendrían un marcado cariz ideológico, con una defensa de los valores católicos en su versión más integrista o nacional católica, y nunca consideró que la educación debía de ser responsabilidad exclusiva del Estado, este se desentendió y la iglesia alcanzó un poder educativo superior al que había tendido antes de la llegada de la República, haciendo de la educación su pilar fundamental para el asentamiento del régimen. El magisterio público quedó mermado en un tercio después de la depuración sufrida, suponiendo una notable merma de la calidad educativa de la escuela española. Muchas de las plazas dejadas vacantes por los docentes depurados o muertos fueron ocupadas por militares que habían participado en la guerra civil combatiendo en el lado sublevado, por heridos y mutilados de guerra, por sus viudas y familiares más directos, y por las plazas reservadas para excombatientes, sin apenas preparación pedagógica y profesional, en las llamadas oposiciones patrióticas, y que llevaron a las escuelas españolas disciplinas y pedagogías de inequívoca ideología castrense, donde “la letra con sangre entra”. El cambio de paradigma educativo fue radical. De las teorías de la Institución Libre de Enseñanza se pasó a la escuela nacional católica caracterizada por el integrismo desde el punto de vista religioso, la autoridad, la jerarquía y el patriotismo: “Dios y Patria” fueron sus dos pilares fundamentales para formar la voluntad, la conciencia y el carácter de los niños para el cumplimiento del deber y el servicio a la patria de acuerdo con los principios inspiradores del Movimiento. En el franquismo la enseñanza debía de estar ante todo al servicio de la religión y de la patria, tomando la iglesia el control de la educación perdido durante la República. Una destrucción total y erradicación de las huellas del reciente pasado republicano, comprometidos a fondo en hacer de los años republicanos una “memoria borrada” y silenciada (damnatio memoriae), y la formación en Ciudadanía pasó a ser la de la Formación del Espíritu Nacional, con la restitución de los crucifijos en la aulas, junto a los retratos de Franco y José Antonio, los cánticos y saludos patrióticos a la entrada a las clases, y, una vez dentro, la abundancia de contenidos escolares relacionados con la identidad nacional, las celebraciones políticas y religiosas. Era la caja de resonancia de una ideología dominante, y desde los libros escolares se inculcaban consignas políticas y religiosas, actos heroicos, canciones patrióticas, banderas, lecciones sobre conceptos de la patria y conmemoraciones, y abusando de lo emocional se buscaba adoctrinar las mentes inmaculadas de los niños y niñas. Su escuela se definía por una enseñanza confesional católica, separada por sexos, basada en la educación de acuerdo con la moral y dogmas católicos, enseñanza de la religión en todas las escuelas, el derecho de la iglesia a la inspección de la enseñanza en todos los centros docentes y en el uso y abuso de la superioridad moral de la iglesia, y va a ser considerada como un asunto cuya competencia corresponde a la iglesia, el Estado se desentiende de la tarea educativa y la deja en sus manos. En la década de los 50 se empieza a observar una cierta apertura en el campo de la enseñanza. España empieza a abrirse al exterior, con los acuerdos con el Vaticano y los Estados Unidos, pero persistirá la confesionalidad y el predominio dela iglesia, remitiendo muy lentamente el patriotismo y la preponderancia del adoctrinamiento político. Fuente → azofra.net La Voz de la República - Todas las Noticias RSS El Primer DNI Republicano
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