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La asombrosa vitalidad de la primavera madrileña que ha transformado a los montes de El Pardo en maravillosas acuarelas de verdor, preñadas de arroyadas y marjales, de chorreras y charcones, me ha llevado a regresar a mis investigaciones sobre la historia antigua de este bosque mediterráneo, y, en especial, al enigma del origen de su nombre . A lo largo del tiempo se han venido barajando varias hipótesis, aunque no hay certeza cabal, tampoco consenso, sobre ninguna de ellas. Con frecuencia se explica en referencia al color pardo oliváceo de las dehesas. En principio, podría parecer razonable, pero enseguida surgen preguntas incómodas: ¿Qué motivo habría para distinguirlo con tal nombre del resto de montes de encinas, quejigos y alcornoques, idénticos en tonalidad y aspecto, que lo rodeaban a lo largo de decenas de miles de hectáreas (porque en tiempos históricos la masa forestal madrileña en la sierra, la rampa y la llanura arenosa era particularmente extensa)? Además, todos esos bosques constituían una floresta mediterránea en magnífico estado, con sotobosque denso que se mantenía muy verde la mayor parte del año, como atestiguan con meridiana claridad las ordenanzas forestales elaboradas entre 1380 y 1574. Por otra parte, en caso de que aceptáramos que el título se debía al color, ¿no tendría que haberse suprimido el artículo, quedando la expresión de 'Monte Pardo' y no la de 'Monte de El Pardo' ? El artículo parece singularizarlo por alguna razón más. ¿Cuál podría ser? Algunos autores atribuyen el topónimo al oso pardo . Sin embargo, a pesar de lo atractiva que resulta la teoría, que resuelve además la cuestión del artículo, también se me antoja inverosímil. Los plantígrados no habitaban allí de continuo, ni tan siquiera frecuentaban el monte con asiduidad. Así lo indican con precisión las descripciones del 'Libro de la Montería' de Alfonso XI , compuesto hacia 1350. Analizando en un mapa la disposición de las montaracías madrileñas y segovianas, y los comentarios de los autores del tratado medieval sobre la abundancia de osos y su presencia en invierno o en verano en cada paraje, surge un patrón. Habitaban en la sierra de Guadarrama y su entorno, moviéndose mucho en función del pulso de las estaciones, trasponiendo la cuerda hacia el valle de Lozoya y la vertiente segoviana en primavera y regresando a la madrileña en otoño para criar mantecas con la montanera y encuevarse durante el invierno a favor de las solanas más cálidas. Las oseras donde las hembras parían estaban en La Maliciosa. La sierra de Hoyo de Manzanares , conocida entonces como El Serrejón , cercana al confín noroccidental del monte de El Pardo, acogía también a muchos ejemplares en invierno. Algunos se acercaban a la falla que delimita la rampa serrana de la llanura arenosa, la linde noroccidental de nuestro bosque, pero no solían pasar de allí. La franja definida por la cota de los 800 metros de altitud constituía el límite de sus andanzas. Podría objetarse que fue precisamente en el monte de El Pardo donde Felipe II abatió dos últimos osos madrileños entre 1545 y 1548. «Siendo el rey don Felipe nuestro señor príncipe -escribía Argote de Molina en 1582-, había en El Pardo dos osos, macho y hembra, y porque hacían mucho daño en aquella tierra, su Majestad fue con Juan Ramos , su ballestero, y con una ballesta con jara hirió a uno y lo mató, y el oso arremetió a su Majestad y no le alcanzó a herir, y después los monteros siguieron al otro oso, con la montería en Nava de las Muelas , fuera de El Pardo, y estando asido en la pelea con los sabuesos y los lebreles, su Majestad le dio un arcabuzazo con que lo acabó de matar». La cacería sucedió, como explica Argote, precisamente en la linde septentrional de El Pardo, en la Nava de las Muelas, un lugar que estaba junto al barranco del arroyo Manina , en el límite de los 800 metros de altitud, cerca de El Serrejón. No obstante, excepto en esa frontera, no hay referencias de la existencia de osos en los encinares de la llanura en ningún documento medieval, incluso el 'Libro de la Montería' lo deja meridianamente claro al consignar que la montería descrita como de las dehesas de Madrit y Santa María , el corazón del actual El Pardo, era un magnífico bosque muy bueno para la caza, pero solo para la caza de jabalíes. Los osos, apuntaba también, llegaban en alguna ocasión a la montería que lindaba por el norte con aquella, la de Navaelquejigo y los cerros de Mamotar y el Ximio. El historiador Gregorio de Andrés enunció una nueva hipótesis: el vocablo podría ser una derivación fonética acaecida con el paso del tiempo a partir de términos como parar, paradero, parada o paranza, habituales entre los monteros medievales que solían agruparse antes y después de las cacerías en enclaves singulares. Pues bien, en el monte había un punto que servía de parada y refugio de monteros, una cabezuela de 747 metros de altitud que se alzaba dominando el conjunto cerca del arroyo Tejada , tanto es así que Felipe II acabó edificando allí un pabellón de caza al que dio el nombre de Torre de la Parada. El pabellón fue destruido en la guerra de Sucesión por las tropas austriacas del archiduque Carlos de Habsburgo , pero todavía sobreviven las ruinas. Era un lugar óptimo para la reunión de los monteros, para desplazarse a las armadas del arroyo Tejada y el río Manzanares, y para reunirse al concluir la cacería. Sin embargo, el término que sobrevivió es el de 'La Parada', y no tendría mucho sentido que hubiera acabado desdoblándose: 'El Pardo', para el acotado real; 'La Parada', para la atalaya de reunión. Además, de haberse producido el cambio fonético, ocurrió demasiado rápido, porque en 1350, cuando el 'Libro de la Montería' vio la luz, no existía todavía el topónimo de El Pardo y tan solo un siglo después era ya de uso común. Realmente, en la época en la que los monteros del rey Alfonso escribieron el tratado, el bosque no era conocido con su denominación actual; más aún, ni siquiera existía como unidad distinguible del resto de florestas que lo rodeaban. De hecho, aplicaban el vocablo a otra montaracía madrileña, extendida en torno a Villanueva del Pardillo , que, décadas después, vino a cobrar ese título en diminutivo, al adornar la monarquía al bosque que nos ocupa con el que le había correspondido a aquella. Más de un lector pensará a estas alturas de mi diatriba que, quizá, podría encontrarse el origen en la herencia del nombre de alguno de sus antiguos poseedores ; pero lo cierto es que no hay constancia de que hubiera tenido un propietario con el apellido o remoquete de 'Pardo'. Es, por tanto, otra opción destinada a morir de inanición. Queda una cuarta posibilidad. En hebreo, el vocablo 'pardes' describe un lugar hermoso, con abundantes árboles y flores, cerrado o acotado, donde se puede encontrar la paz, la felicidad y la sabiduría. Está relacionado, en definitiva, con la palabra 'paraíso'. Lo que hoy conocemos como monte de El Pardo estaba dividido en dehesas diversas: la de Madrit, la de Santa María del Torneo, la del Marhojal, la de Quexada, las barrancas de Carboneros, la del Quexigal… De ellas fue la dehesa de Madrit o Dehesa Vieja , según consta en diversos documentos, el primer paraje acotado por los reyes de Castilla para el ejercicio de la caza. En consecuencia, era un paraíso singular, diferenciado del resto no por aspecto sino por uso. Tanto es así que cuando Enrique IV añadió al predio la dehesa de Santa María del Torneo , al oeste del río Manzanares, y la del Marhojal , al nordeste, los documentos en lugar de describir el proceso como la incorporación de nuevas tierras del monte de El Pardo al cazadero lo hacían al revés, «para los meter en El Pardo». Hubo, además, asesores judíos en la corte, por lo que no es descabellado valorar esta teoría. Después, a partir sobre todo del reinado de Enrique III , fueron cayendo en desgracia hasta consumarse su expulsión en tiempos de los Reyes Católicos . En consecuencia, la derivación fonética no solo tendría un motivo de uso sino, también, político, lo que explicaría que mudara de 'El Pardes' a 'El Pardo' en tan poco tiempo. Queda, al fin, otro rastro que parece alimentar la hipótesis. Como he comentado, el único monte del reino de Castilla que recibía en el 'Libro de la Montería' el nombre de El Pardo -el que acabó mudando a El Pardillo - tenía también la categoría de acotado real. Las averiguaciones de ' Las Relaciones Topográficas de Felipe II ' resaltaban que «estaban allí los bosques y dehesas de D. Juan y D. Enrique , reyes» y que «este bosque y dehesa era muy espesa y de muchos montes y muy grandes, y de mucha caza, y de muchos osos, leones -se referían a los linces-, venados, jabalines, corzos, ciervos y lobos y otras alimañas, según que antiguamente lo hemos oído decir a los viejos antiguos y antepasados que alcanzaron a conocer algunas cosas de ello… El dicho monte o dehesa llegaba hasta Nava del Rey , que está cuatro o cinco leguas al oeste». En verdad, un auténtico paraíso.
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