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Desde la Asociación de Familias Numerosas de Madrid aseguran a ABC que en las últimas décadas, las sociedades occidentales han experimentado una transformación profunda en uno de sus pilares fundamentales: la familia. Consideran que el modelo natural de familia –formado por padre, madre e hijos unidos por vínculos estables y duraderos– ha dejado de ser el patrón mayoritario en muchos países y que esta mutación, lejos de ser un fenómeno meramente privado o anecdótico, ha tenido consecuencias negativas profundas y transversales en el tejido social, cultural y económico. Estas son algunas de las que destacan desde esta organización: 1. De estructura básica a opción entre muchas La familia natural ha sido durante siglos la célula básica de la sociedad. En ella se transmitían valores, se educaba a los hijos, se cuidaba de los ancianos, se gestionaban las crisis y se aprendía a vivir con otros. Hoy, sin embargo, ese modelo ha sido relativizado y sustituido por una multiplicidad de formas familiares, muchas de ellas marcadas por la inestabilidad, la soledad o la fragmentación. Rupturas familiares crecientes, hogares monoparentales, vínculos afectivos fluidos o la posposición (o renuncia) a la maternidad/paternidad son signos de este cambio de paradigma. 2. Efectos en la cohesión social Cuando desaparece la familia estable, también se debilitan las redes informales de apoyo que tejían la sociedad. La familia era un escudo contra la soledad y la exclusión. Hoy, muchos individuos viven aislados, sin vínculos duraderos ni comunidad a la que pertenecer. El aumento de problemas de salud mental, especialmente entre los jóvenes, no puede desligarse de esta realidad. Además, la familia es una «escuela de ciudadanía». En ella se aprende a convivir, a ceder, a colaborar, a cuidar. Se aprende para compartir, ayudar y colaborar. No para sostenimiento individual. Sin ese aprendizaje, crece una cultura del individualismo egoísta que hace más difícil la construcción de comunidades sanas, solidarias, democráticas y libres. 3. El precio económico de la fragilidad familiar La estabilidad familiar no solo tiene un valor social, afectivo o moral, sino también económico. Familias estables favorecen el ahorro, la movilidad social, el apoyo intergeneracional. Y promueven la verdadera libertad. Son refugio de libertad. Incluso las familias numerosas, que actualmente están estigmatizadas como pobres y necesitadas (¿para que tienes tantos hijos que no puedes sostener?) o ricas y poderosas, (a las que se les penaliza con mayor presión fiscal). En cambio, la fragmentación familiar genera mayor dependencia del Estado: subsidios, ayudas sociales, sistemas de protección costosos… Todo ello conlleva un aumento del gasto público que, en muchos casos, resulta insostenible a largo plazo. Y eso provoca rechazo en la sociedad. Parece que las familias absorben los impuestos de todos. Además, estudios han mostrado que los hogares encabezados por un solo progenitor tienen más probabilidades de caer en la pobreza, especialmente cuando se trata de mujeres con hijos a cargo. 4. La infancia más vulnerable Numerosos estudios sociológicos y psicológicos coinciden en que los hijos criados en hogares con padre y madre estables tienen mejores indicadores de salud mental, rendimiento escolar, autoestima y comportamiento social. No se trata de despreciar otros modelos familiares, sino de reconocer que, estadísticamente, la estabilidad y complementariedad de los roles paterno y materno benefician el desarrollo integral del niño. La ausencia de uno de los progenitores, la inestabilidad conyugal o la falta de vínculos afectivos profundos pueden generar efectos negativos duraderos: desde problemas emocionales hasta una visión pesimista o cínica de las relaciones humanas. 5. Consecuencias demográficas y políticas Uno de los efectos más visibles de la destrucción del modelo familiar tradicional es el desplome de la natalidad en toda Europa. En contextos de inestabilidad afectiva, inseguridad económica y ausencia de apoyo cultural a la familia, muchos jóvenes deciden no tener hijos, o hacerlo muy tarde. Esto conduce al envejecimiento de la población y a una crisis de reemplazo generacional con consecuencias graves: escasez de mano de obra, presión sobre los sistemas de pensiones y un desequilibrio social creciente. Paradójicamente, cuanto más se debilita la familia, más crece la intervención del Estado en la vida privada. Guarderías, ayudas, programas de acompañamiento, psicólogos escolares, subsidios… El Estado trata de suplir funciones que antes cumplía la familia, pero lo hace desde fuera, con costes elevados y eficacia limitada. 6. Una crisis cultural de fondo La crisis de la familia no se puede entender sin una crisis más profunda: la del sentido del compromiso, del sacrificio, de la entrega. Las ideologías dominantes -intrínsecamente perversas-, centradas en el deseo individual y en la autonomía sin límites, han deslegitimado la permanencia, el deber o la apertura a la vida. La figura del padre ha sido ridiculizada o ausente, el matrimonio reducido a un contrato revocable, la maternidad vista a veces como un obstáculo al desarrollo personal. No es una crisis de la familia, sino un verdadero ataque planificado de la familia. Las consecuencias son las causas. Las rupturas son por el divorcio, la no defensa de la vida son por incluir como derecho el aborto, la planificación o eutanasia, la falta de compromiso es por aceptar la pareja de hecho, … Sin embargo, no hay sociedad que se sostenga sin vínculos sólidos, sin generaciones nuevas, sin estructuras que protejan la fragilidad humana. La familia es indispensable para la supervivencia de la sociedad, para su sostenimiento. Aunque se respeten otras formas de convivencia, no debería desaparecer la familia natural. Aunque esto sea una paradoja. Ante este panorama, ¿es posible revertir esta tendencia? Desde la Asociación de Familias Numerosas de Madrid considera que sí, pero se requiere una auténtica revolución cultural. Apuntan que no basta con medidas económicas (aunque son necesarias), sino que se necesita una revalorización social del matrimonio estable, de la maternidad y paternidad responsables, de la familia como bien común. Consideran que hace falta una política verdaderamente familiar, no solo social: una que no mida a las familias por su renta, sino por su contribución a la cohesión y sostenibilidad de la sociedad. Apoyar a las familias no es una cuestión ideológica ni confesional: es una inversión en el futuro colectivo. Como conclusión, añaden que la destrucción del modelo familiar tradicional no es un fenómeno sin consecuencias, sino que afecta a los individuos, a los niños, a las economías, a las comunidades y al futuro de nuestras sociedades. Por ello insisten en recuperar la centralidad de la familia «que no es volver al pasado, sino garantizar un porvenir humano, solidario y sostenible. El futuro de la humanidad pasa por la familia, la familia es una célula anarquista: no está regulada por contratos, sino por vínculos.» Así mismo, recomiendan una serie de lecturas para los que deseen ahondar en el asunto: • «Breve historia de Occidente» de José Ramón Ayllón • «La familia, corazón de la ecología humana. Argumentos para el siglo XXI» de Lola Velarde. • «Carta a las familias» De San Juan Pablo II. • «Historia de la familia» de Chesterton, • «El suicidio demográfico de España» de Alejandro Macarrón. • «Huir de Progeria» de Manuel Blanco Desar. • «Constitución y familia. Un principio fallido» Informe del Centro de estudios, formación y análisis social del CEU-CEFAS en colaboración con el Instituto CEU de Estudios de la Familia.
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