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  - ABC.ES - Opinión - 21/Jun 17:07

No era Dreyfus, es Sánchez

¿En qué soñaba Sánchez antes de que el Trío Calaveras (Cerdán-Koldo-Ábalos) lo abocará al abismo? Podía haber soñado con Mao cuando en 1966 montó la Revolución Cultural para acabar con sus antagonistas en el partido y la sociedad civil. La aplicarían los 'guardias rojos', jóvenes ignaros que solo conocieron el lavado de cerebro revolucionario. El Gran Timonel convirtió el 'Libro Rojo' en lectura única y obligatoria. El doctor, que no docto, Sánchez disponía de su 'Manual de resistencia'… ¿Podría servir? Pero Mao fue un asesino, aunque molara a los educandos 'gauche caviar' del 68. Se imponía un modelo más atractivo. ¿Qué tal Alfred Dreyfus?, sugirió alguien. Pesaban contra él la condición militar de cuna judía, algo que no casa con la izquierda española, pero su peripecia humana podría convenir al presidente resistente, adalid de derechos sociales, hacedor del muro contra la «ola-reaccionaria-que-nos-invade». El perdedor de las elecciones del 23 de julio de 2023 pretendía representar a la «mayoría social» del país, bandera oportunista que enarboló con los comunistas, los herederos de ETA, la burguesía carlistona del PNV y los secesionistas catalanes –Junts y ERC– autores del golpe de 2017. Les puso a todos la etiqueta de «gobierno de coalición progresista» y andando que es gerundio. Sánchez se presentaría como víctima de la 'fachosfera', tan inocente como el valeroso Dreyfus al que acusaron con pruebas falsas de pasar documentos secretos al enemigo prusiano. Para reafirmarse como Benéfico Líder, Sánchez puso a trabajar a sus ministros en la colonización de las instituciones del Estado. A las críticas respondía con la teoría de los bulos que escretaban 'seudomedios'. A la controversia política, con la máquina del fango de 'lobbies' oscuros, el PP y Vox, derecha y ultraderecha que sus voceros metían en el mismo saco. Pero los escándalos de su entorno político y familiar no dejaron de aflorar: los negocios de su esposa, la colocación de su hermano musical, la caída de su número dos, el procesamiento de su fiscal general, el Gran Apagón sin explicaciones, las actividades de la fontanera Leire Díez y los informes de la UCO desvelando la trama corrupta del prostibulario Trío Calaveras de su segundo número dos. Si Sánchez quería ser un Dreyfus a la española (aunque sin pisar la isla del Diablo) debería contar con un Émile Zola que escribiera un 'Yo acuso' contra sus reaccionarios acosadores. Con una prosa combativa convertiría a los jueces en epígonos de aquel Estado Mayor que no validó las pruebas de la inocencia de Dreyfus; identificaría al poder judicial con el fanatismo «que hace de las oficinas de Guerra un arca inatacable»; a la UCO «por sus informes engañadores y fraudulentos»; a la prensa ('seudomedios' y 'tabloides digitales') por la «campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública». Y a la España de la Constitución del 78 con la corrupta Tercera República francesa. Pero, ¡ay!, sus asesores no eran Zola; sus terminales mediáticas ya no disimulaban la situación terminal del Gobierno. Sus veintidós ministerios de propaganda no daban abasto con la retórica del «y tú más»: los bulos, el fango, Franco, la ultraderecha, el 'lawfare' y la policía patriótica. Porque los jueces, la UCO, la prensa independiente que levantaba acta de las tropelías presidenciales, no eran la ultraderecha antisemita que tramó la Causa General contra el capitán. Sánchez no podía ser Dreyfus. Empeñado en encarnar el progresismo y salvarnos de la caterva fascistoide ha dividido la sociedad española entre izquierda buena y derecha mala. Propaga que sus adversarios políticos son enemigos de la democracia que, en contubernio con el poder judicial, sectores policiales y una prensa reaccionaria pretenden un 'golpe blando'. No se daba cuenta Sánchez de que sus concesiones para seguir en La Moncloa podían interpretarse también como una forma de corrupción: eliminación del delito de sedición, indultos, amnistía a la carta, desmantelamiento del Estado en Cataluña a cambio del apoyo parlamentario de Junts y Esquerra… La Comisión Europea nos sacó de dudas. La amnistía a los condenados por el golpe separatista era una 'autoamnistía'. Favores parlamentarios a cambio de impunidad: «Un acuerdo político para lograr la investidura del Gobierno de España», que negoció en Suiza con el Bifugado su segundo número 2. Sánchez no podía ser Dreyfus. Tampoco Zola. Incapaz de escribir un 'Yo acuso', se ha tenido que conformar con otra de sus cartas a la militancia: ese tonillo lastimero y resentido que proclama la superioridad de la izquierda frente a una derecha a la que niega su categoría democrática: «Puede que el Partido Popular haya renunciado a defender las conquistas y valores fundamentales de nuestra democracia. Nosotros jamás lo haremos». Toda una pieza del género epistolar. Sánchez quiso ser Dreyfus, sacar a la gente a las calles para respaldar su dignidad personal y política, pero ha acabado en un búnker: no puede salir a darse un garbeo sin que le increpen. Se agotaron los maquillajes. Del «sombra aquí, sombra allá» solo quedan las sombras de un embaucador con un discurso más propio del 'enemigo' de Carl Schmitt y del populismo peronista que de un demócrata del siglo XXI: «El Partido Popular y Vox están en una deriva de odio y legitimación de la violencia», reza su epístola a los creyentes. En el bienio negro que viene el presidente resistente será más que nunca (aunque ya lo era) el rehén de unos partidos que le harán pagar muy cara su colaboración parlamentaria con la insistencia del acreedor que amenaza cada día con el embargo. La falsaria 'coalición progresista' sacará tajada de su apoyo a un gobierno y un partido salpicados por la corrupción mientras pretexta su colaboracionismo con el temor a la ultraderecha. Unos protectores tan inquietantes como los alemanes que rescataron a Mussolini del Gran Sasso y lo enviaron a Saló con su fantasmagórica República Social: el abrazo del oso. En cuanto al PSOE, si se empecina en blindar a su líder, solo le queda la inmolación colectiva: aquella secta del reverendo Jim Jones en la Guayana, cerca de aquella isla del Diablo en la que el capitán Dreyfus penó su injusta condena. Pero las comparaciones son odiosas y el uso desmedido de la hipérbole las puede invalidar. Sánchez no es Mao, ni Mussolini, ni Jones… aunque a veces pueda parecerlo. Y mucho menos Dreyfus . Este sí que no. Que el capitán nos perdone por la comparación.

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