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Ya se ha dicho, todo es cuestión del lenguaje. Quizá sea oportuno reconocer la capacidad creativa e innovadora de quienes hacen posible que la comunicación gubernamental sea un motivo de discusión que, por lo general, termina como una colección de ejemplos que nos brindan joyas que van desde el humorismo involuntario hasta el cinismo más básico. Y lo importante es no dejar de observar que el fundamento de esa retórica, llena de magia circense, es establecer una percepción de la realidad que se sume a todo un discurso propagandístico bien estructurado y asentado, una narrativa en la que se van imponiendo estilos, vocablos, frases que suelen ser empleadas como las muletillas preferidas para cortar de tajo cualquier tipo de cuestionamiento, análisis y discusión. A fuerza de apegarnos a la verdad, absurdo sería suponer que este reto creativo y lingüístico es propio del actual gobierno y su predecesor. Nada de eso. De hecho, es una de las prácticas más comunes en entre las cortesillas políticas a lo largo la historia: no es gratuito concluir que los eufemismos y la retórica sordina suelen ser las mejores herramientas para crear espejismos, manipular la percepción de un hecho y crear un humo denso para envolver aquello que se debe olvidar pronto. Claro, es una estrategia que, de tan efectiva, suele convertirse en un mecanismo de comunicación que se reproduce ad nauseam entre quienes son parte de los coros que cantan y bailan los ritmos impuestos por quienes orquestan las ideologías trasnochadas del poder y las dulces notas de las monedas cuando caen en sus cuentas bancarias. O por simple fanatismo, dicho sea de paso. Y, sin embargo, se puede observar con cierta facilidad que, desde el sexenio pasado, la magia y el enorme reto de crear espejismos ha sido un mecanismo que no pasa inadvertido, pues se ha llegado a constituir en la práctica que el oficialismo ha desarrollado con tesón, disciplina y el rigor que exige el engaño. Ya vendrán quienes realicen un análisis puntual y detallado acerca de esta manera tan ladina de manipular a quienes se han acostumbrado a la hipocresía y el disimulo. No obstante, los últimos dos ejemplos de este bonito oficio que nos ha regalado el oficialismo son dignos de ponerle una pausa a los trabajos de los cotidiano. En primer término, nos llegan desde el sur las imágenes del accidente que se presentó en Izamal, una de las estaciones del Tren Maya, en el que sólo se necesita una breve mirada para percatarse que dicha cuestión, que por fortuna no tuvo consecuencias fatales, ha sido reducida a un simple “percance de vía”. Bueno, algo que según no debió suceder, pero que tampoco se exagere, no volverá a ocurrir. Y, por supuesto, de inmediato el corifeo plantea que si eso pasa en países del primer mundo, ¿por qué no podría presentarse algo semejante en nuestro país? Quizá en su comparación dejan de lado la opacidad que impera en la construcción del Tren Maya. En segundo término, hacen eco entre sonrisas y manifestaciones de retórica acrobática, las palabras de los magistrados Felipe Fuentes Barreda, Felipe de la Maza y Mónica Soto Fregoso acerca de los llamados “acordeones” que se repartieron a lo largo del país durante las elecciones del la llamada reforma al Poder Judicial. Joyas de eufemismos legaloides para desacreditar la trampa y el engaño que implica la simple existencia de dichos acordeones. Pero la que sobresale entre el aparador son las siguientes palabras: “Cuando se trata de anular la voluntad ciudadana, no basta la estadística. Se exige la verdad jurídica…”. En fin, en el reino de “los otros datos” —en donde, por cierto, el plagio es un simple chascarrillo—, plantear de esta manera lo que ha colocado en la picota a la democracia, es un asunto para no olvidarse. ¿Acordeones para orientar el voto? Vaya ocurrencias. Mejor recordemos a un clásico, para alimentar lo que nos resta de impulso humorístico. Que sea turno de Francisco de Quevedo quien, en su libro Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo (1612), en su cuarto sueño titulado “El mundo por de dentro”, plantea lo siguiente: “Pues en el nombre de las cosas, ¿no la hay la mayor del mundo (la hipocresía)? El zapatero de viejo se llama entrenador del calzado, el botero, sastre del vino, que le hace del vestir; el mozo de mulas, gentilhombre del camino […] De suerte que todo el hombre es mentira por cualquier parte que le examinéis, si no es que, ignorante como tú, crea las apariencias ¿Ves los pecados? Pues todos son hipocresía, y en ella empiezan y acaban, y della (sic) nacen y se alimentan la Ira, la Gula, la Soberbia, la Avaricia, la Lujuria, la Pereza, el Homicidio y otros mil.” Bueno, ¿les parece que abramos el periódico e ilustremos las palabras de Quevedo con los personajes y los sucesos de los últimos días? A ver si terminamos pronto. Columnista: Carlos CarranzaImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0
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