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Sigue siendo obligado hablar de la estrategia arancelaria de Trump, por la sencillísima razón de que actualmente no hay otra variable económico-política más relevante para nuestro futuro, por las siguientes razones: de acuerdo con el informe Lecciones del sexenio, elaborado por México Evalúa, la administración anterior heredó a la actual el mayor monto de deuda pública jamás registrado por la SHCP desde que ésta lleva el registro (51.4% del PIB 2024). En tales circunstancias, la calificadora Moody’s cambió a “negativa” la perspectiva de nuestra calificación de deuda soberana, condicionándola, más o menos explícitamente, a que el gobierno redujera el déficit público. Antes de renunciar, el ahora extitular de la SHCP, Rogelio Ramírez de la O, presentó una propuesta de reducción (consolidación fiscal) para bajarlo de 5.9% del PIB en 2024 a 3.9% en 2025. Sólo que su plan se basa en una expectativa de crecimiento de nuestro PIB de 2.3% para este año, que, de no alcanzarse, no permitiría dicha reducción del déficit. Cabe subrayar que, cuando dos calificadoras sitúan el riesgo crediticio en tipo especulativo, el país pierde el grado de inversión a nivel internacional, lo cual, además de propiciar la salida de capitales, aumenta las tasas de interés, incrementando aún más el servicio de la deuda. De las tres principales calificadoras, dos nos tienen a tan sólo dos niveles (de diez) del grado especulativo y Fitch Ratings, en el límite. Aquí viene lo preocupante: diversos analistas han calculado que, en caso de que se activen los aranceles el 2 de abril, dependiendo de si estos serán generalizados, o no, y de cuánto duren, podrán ocasionarnos una recesión económica que no sólo nos alejaría del 2.3% esperado por Hacienda, sino que podría ubicar el PIB de este año en un crecimiento cero o hasta contraerlo en 4%. Frente a este panorama, es comprensible que muchos hayan manifestado el domingo pasado su sincera alegría ante el alivio que brindó la segunda pausa arancelaria, pero conviene que no creamos (de verdad) que esto pueda ser el resultado de una llamada telefónica. Analicemos los sucesos: en enero, Trump ordenó hacer consultas públicas sobre el impacto de imponer aranceles por sectores, un informe sobre la viabilidad de crear una agencia para recaudar aranceles y una revisión integral de su política comercial, con fecha límite de entrega al 1 de abril. El 1 de febrero anunció 25% de aranceles generalizados contra Canadá y México, pero el 3 se retractó después de sendas llamadas con Trudeau y Sheinbaum, de las cuales obtuvo cooperación incondicional para cumplir algunos de sus compromisos de campaña. El 4 de marzo, nuevamente activó los aranceles para Canadá y México. Al día siguiente, pausó los correspondientes a los automóviles, ante presiones de la industria automotriz. El 6 de marzo sostuvo otra llamada amistosa con nuestra Presidenta. Trudeau, en cambio, indirectamente lo llamó tonto, parafraseando un titular del Wall Street Journal, durante una conferencia de prensa para anunciar aranceles en represalia. No obstante, Trump pausó los aranceles a ambas naciones, hasta el 2 de abril. Todo parece indicar que desde enero tenía contemplada esa fecha para aplicar las medidas arancelarias definitivas. Mientras tanto, ha logrado concesiones y avanzar en la reindustrialización, que es lo que realmente busca (seguimos insistiendo), aprovechando la incertidumbre, sin generar más presiones inflacionarias: “todo el dulce, sin las calorías”. Parece obvio que las decisiones las toma en la sala de juntas contigua a la oficina donde después llama por teléfono.   CONFLICTORRINCO La semana pasada advertíamos el peligro de debilitar aliados y fortalecer adversarios. Coincidentemente, hoy comienzan a realizar ejercicios militares conjuntos, entre el mar de Omán y el océano Índico, China, Irán y Rusia. Columnista: Silvano EspíndolaImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0