La historia económica nos ha demostrado repetidamente que las guerras arancelarias rara vez tienen verdaderos ganadores. Uno de los ejemplos más...
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La historia económica nos ha demostrado repetidamente que las guerras arancelarias rara vez tienen verdaderos ganadores. Uno de los ejemplos más devastadores fue la Guerra Arancelaria de Smoot-Hawley en la década de 1930, que profundizó significativamente la Gran Depresión. Todo comenzó cuando Estados Unidos aprobó la Ley Smoot-Hawley en 1930, elevando los aranceles a más de 20 mil productos importados hasta niveles sin precedentes. La respuesta internacional no se hizo esperar: Canadá, Gran Bretaña, Francia y Alemania, entre otros, respondieron con sus propias barreras comerciales. El resultado: el comercio mundial se desplomó en más de 60% entre 1929 y 1934. Las consecuencias fueron devastadoras para todas las partes. Los agricultores de EU, que el arancel supuestamente debía proteger, vieron cómo sus exportaciones se reducían dramáticamente. Las industrias manufactureras sufrieron por el aumento en los costos de las materias primas importadas. El desempleo se disparó en todos los países involucrados. Otro ejemplo es la Guerra del Pollo en los 60 entre EU y Europa. Cuando la Comunidad Económica Europea aumentó los aranceles sobre los pollos estadunidenses, EU respondió con impuestos sobre vehículos ligeros y otros productos europeos. Aunque de menor escala, esta disputa dañó a productores y consumidores en ambos lados del Atlántico, elevando precios y reduciendo opciones para los consumidores. Hoy, la amenaza de una nueva guerra arancelaria se cierne sobre América del Norte. Una imposición de aranceles de 25% sobre México y Canadá podría desencadenar una crisis regional sin precedentes, destruyendo décadas de integración económica lograda bajo el T-MEC (antes TLCAN). Para México, el impacto sería inmediato y severo. Las exportaciones manufactureras, en especial el sector automotriz, recibirían un golpe brutal. Un arancel de 25% haría que muchos productos mexicanos pierdan competitividad en el mercado de EU y podría provocar el cierre de plantas, pérdidas masivas de empleos y una potencial devaluación del peso. Las empresas que han invertido en cadenas de suministro integradas verían sus modelos de negocio afectados. Canadá, por su parte, enfrentaría disrupciones significativas en sectores clave como el automotriz, energético y de recursos naturales. La provincia de Ontario sería particularmente vulnerable. La interconexión de las cadenas de suministro significa que, incluso productos “canadienses” contienen componentes de EU y mexicanos, creando un efecto dominó en la producción. Sin embargo, EU no saldría ileso. Los consumidores enfrentarían aumentos significativos en los precios de productos cotidianos. Las empresas americanas que dependen de insumos mexicanos y canadienses verían sus costos dispararse, afectando su competitividad global. La industria agrícola estadunidense, que exporta significativamente a ambos países, enfrentaría inevitables represalias arancelarias. El timing no podría ser peor: en un momento donde las cadenas de suministro globales apenas se recuperan de las disrupciones pospandemia, una guerra arancelaria en América del Norte podría desencadenar una ola de inflación. Las empresas, que ya invirtieron billones en reorganizar sus cadenas de suministro, tendrían que realizar costosos ajustes. Más allá de esto, es el daño a la confianza y cooperación regional construida durante décadas. Las tensiones comerciales podrían desbordarse hacia otros ámbitos de colaboración, desde seguridad fronteriza hasta política medioambiental. La incertidumbre generada desalentaría la inversión extranjera en la región, precisamente cuando ésta busca posicionarse como alternativa a las cadenas de suministro asiáticas. En última instancia, una guerra arancelaria sería un ejercicio de autolesión colectiva. La interdependencia de nuestras economías significa que el dolor se distribuiría ampliamente: trabajadores despedidos en Monterrey, fábricas cerradas en Ontario y consumidores pagando más en Detroit. El verdadero patriotismo económico no está en levantar muros arancelarios, sino en construir una región más fuerte, competitiva y próspera para todos. Columnista: Yuriria SierraImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0
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