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¿Qué rumbo tomará la condición femenina a partir de las turbulencias que azotan hoy al Oriente Medio? ¿Se agravará la opresión que tradicionalmente han sufrido en casi todos los entornos sociales de esa región o su situación permanecerá inmutable? ¿Habrá manera de que haya avances que las liberen del sometimiento que padecen? No hay forma de predecirlo ante el caos que reina ahora en toda la zona. Sin embargo, lo que sí es claro es que los derechos humanos de las mujeres y las niñas de esas latitudes lejos están de ser respetados. Siria está hoy bajo la lupa en virtud de la rebelión que consiguió derrocar la dictadura de los Assad mediante una embestida que se desplegó en tan sólo unos cuantos días. Ante la pregunta de qué futuro les espera a las mujeres ahí, primero hay que hablar acerca de cuál ha sido su condición a lo largo de las décadas de la dictadura. Oficialmente, el Estado sirio gobernado por la secta alawita-chiita, a la que pertenecen los Assad, se definió siempre como secular, por lo que la normatividad religiosa islámica no operaba de manera formal para imponer comportamientos, vestimenta, derechos diferenciados por género o cualquier otro aspecto de la vida social. Pero, en la realidad, una añeja tradición islámica de siglos imperaba en todas esas áreas, asignándoles tácitamente a las mujeres un lugar inferior, de sometimiento a la voluntad de los hombres de sus familias. Ello fue menos frecuente en las élites político-económicas del país, en las que sus mujeres gozaban del privilegio de interactuar en entornos occidentales, consiguiendo adquirir, por contagio, una cierta autonomía para decidir por ellas mismas cómo vestirse, con quién casarse, si estudiar y qué estudiar. Pero esto ha sido algo accesible tan sólo a una pequeña minoría. En vastas zonas del país, y sobre todo en entornos rurales o poco urbanizados, el chador, la vestimenta de pies a cabeza, la necesidad de contar con el permiso del hombre de la casa para viajar y la imposibilidad de tomar decisiones propias en general ha sido la norma. Todo ello legitimado por la religión o por la tradición cuyo código de valores acepta como natural la violencia física en el entorno familiar, los asesinatos por honor ejecutados por familiares de las mujeres que, se presume, cometieron un acto deshonroso casi siempre relacionado con lo sexual, y la promoción, por parte de los adultos, del matrimonio infantil. Los contados avances que se dieron por goteo para atenuar esas prácticas fueron echados atrás a partir de la irrupción en Siria en la década pasada del Estado Islámico, ISIS o Daesh, que reimpuso y reforzó en las zonas que quedaron bajo su control una legislación salvajemente misógina, con prácticas similares a las de los talibanes de Afganistán. En el particular caso de Siria, hay que considerar también la fragmentación cultural del país en función de las múltiples identidades étnicas y religiosas existentes en su población. En los entornos cristianos (cada vez más reducidos por efecto de la violencia y la guerra), el status de las mujeres presenta un mejor perfil, ya que no operan ahí con la misma fuerza los imperativos morales, especialmente extremistas y rígidos que se dan entre la población musulmana. Por último, ha sido distinta la situación en los entornos de población kurda en los que tradicionalmente las mujeres habían logrado acceder a derechos que las situaron en planos de igualdad con el sector masculino con mucha más frecuencia. Por desgracia, ese segmento étnico de la población siria se halla acosado y castigado desde hace casi diez años por la presencia de tropas turcas que ingresaron a territorio sirio en el contexto de la guerra civil ahí en curso. Para el régimen de Erdogan, enemigo de los movimientos independentistas kurdos en su país, se trató de una acción justificada bajo el principio de que los kurdos sirios son cómplices de las acciones terroristas del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), que opera en Turquía. Conclusión: las mujeres en Siria deben estar oscilando en estos momentos entre el terror y la esperanza. El terror de ver recrudecerse su condición de sometimiento y falta de derechos y, en sentido contrario, la esperanza de que las cosas se acomoden de tal forma que el pesado yugo bajo el que han vivido se aligere o desaparezca. Columnista: Esther ShabotImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0
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