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Como la vida misma / 18 de diciembre de 2024

¡GABO LE QUEDÓ ENORME A NETFLIX! Lo intenté, le puse buena voluntad y traté de disfrutarla. ¿Que ya la empecé condicionado? Puede ser. Gabriel García Márquez en vida no lo aceptó y, si su mundo mágico le permitiera opinar ahora, tampoco la hubiera dejado filmar. Llevar una de las obras más grandes de la literatura universal a la pantalla no es tarea menor: exige conocimiento profundo y un atrevimiento supino. El realismo mágico en su máximo esplendor, una historia construida en las libertades del autor, una novela que desborda la grandeza imaginativa de un escritor poco dogmático y atrevido. Gabo rompió moldes y llevó al lector a un universo de ensoñaciones, fantasmas, pócimas y alquimias. Cien años de soledad es una pieza redonda, elevada, demasiado compleja como para que unos realizadores de imágenes la sometan a la rigidez más absoluta. Aunque los dólares se notan, lo que nos han puesto a mirar es una obra plana, cara, aburrida y predecible. No, éste que les escribe —quien conoció y amó al genial colombiano, que se bebió su obra al completo y se devana entre la cándida Eréndira, el viejo coronel o el patriarca— no puede con esta serie. Soy de esos que recuerda frases enteras de sus novelas y hasta llegó a perdonarle sus dos últimas piezas, claramente por debajo de su grandeza habitual. Ni sus putas tristes ni su póstuma Nos vemos en agosto me gustaron como las primeras. Pues bien, este fan de don Gabriel les dice abiertamente que la serie es un pepinazo. Llena de estereotipos y topicazos de cajón, sólo me queda desear de corazón que, al menos, sirva para mantener su memoria viva y que algún despistado se inicie en su lectura. Porque Cien años de soledad, en papel, es una joya inmensa y eterna que se mastica, se rumia y se paladea. Es una obra para llevar a la cama, soñar y meter en el alma. Nos muestra un mundo fantástico que admite, sin problemas, que cada lector le ponga su propia sal y su percepción más personal. Ésa es toda la vitamina vital que le falta a la serie. Ya me pasó algo parecido con Pedro Páramo. La cinta tampoco logra decir lo que es el libro. Sin embargo, aquí el director Rodrigo Prieto demuestra oficio y conocimiento de su medio. No logró mostrarnos la magia de Juan Rulfo, pero dejó claro que es un enorme cineasta. Claro, hay excepciones. Algunas veces, obras magníficas del séptimo arte han superado a los libros que las originan. El ejemplo más potente es El padrino I y II. Mario Puzo jamás imaginó que su espléndida visión de la mafia pudiera elevarse a las alturas que alcanzaron Francis Ford Coppola y su elenco magistral. Quizá lo mismo pueda decirse de Harry Potter. O de El señor de los anillos, aunque aquí me quedo con el libro. En fin, he tomado una decisión: cuando un libro me entusiasme demasiado, no veré su versión cinematográfica. Así, los personajes quedarán en mi cabeza, con mi acento, como yo los imaginé. Mi interpretación quedará entre el autor y yo: él, feliz de no leer mi crítica; y yo, encantado de no amargarle a nadie su disfrute. En este afán navideño de lecturas relajadas, ando navegando entre obras ligeras. Estoy terminando El caso del jardinero enterrado, una novela donde David Safier pone a Angela Merkel en el papel de investigadora, como una especie de Agatha Christie moderna. No es la gran maravilla, pero me divierte y me relaja. Es ideal para leer entre página y página mientras veo perder al Barcelona o sufro un poco con la coronación del América. En fin, felicidades a mi Unagi, que es americanista. Algún defecto debía tener. ¡Feliz miércoles y felices fiestas! Las posadas ya arrancaron. Columnista: Miguel DováImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0