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Maroc Maroc - ELDIARIOAR.COM - A la Une - Hier 03:00

La foto de Cancún

La tele del living estaba justo abajo del estante con los trofeos del papá y las fotos familiares. Ahí siempre, entre partido y partido, o cada vez que Rama me echaba en cara su jugada en las repeticiones, yo repasaba rápido la tercera foto. La de su mamá en Cancún. Toco timbre por cuarta vez con una bolsa de hielo en la mano y un fernet en la otra. No me abre nadie, saco el celular del bolsillo como puedo. —Amigo, ¿me van a abrir? Estoy como un pelotudo en la puerta esperando.  —Estamos atrás con el fuego, ahí va el Negro —me responde Rama.  —Dale, forro, se me está congelando la mano.  Dejo la bolsa en el piso y corto. El Negro, si hay algo que no es, es rápido, así que me hago espacio en el banco de la entrada para sentarme. Son las 14:35. Vamos a comer a cualquier hora. Abro Instagram cuando siento una mano en el hombro. No necesito ni darme vuelta, ese perfume ya lo conozco. —¿Otra vez te dejó afuera? Siento un calor intenso en la piel de mi hombro. —Mirá que le dije a Ramu que te dé las llaves, eh.  No puedo dejar de ver su mano que me toca y su dedo, por primera vez, sin anillo. Levanto la mirada e intento responderle, pero no puedo hilar ni una frase. Siempre sentí que sabía  perfectamente lo nervioso que me pone cuando se me acercaba. Me paro rápido.  —Sí, es un tarado, estoy esperando hace como 15 minutos.  —Vení, entrá conmigo. ¿Me ayudás con las bolsas? —me dice mientras abre la puerta y me roza el brazo para pasar—. Justo vengo del súper, les traje el postre. Entro al living y vuelvo a mis diecisiete, a los martes de FIFA en lo de Rama. Mi viejo tenía fútbol, mi vieja llegaba tarde de trabajar y su casa quedaba cerca del colegio. La tele del living estaba justo abajo del estante con los trofeos del papá y las fotos familiares. Ahí siempre, entre partido y partido, o cada vez que Rama me echaba en cara su jugada en las repeticiones, yo repasaba rápido la tercera foto. La de su mamá en Cancún. Morocha. Cuarenta y pico. Las tetas hechas. Un culo chiquito y redondo, tremendo. Tenía un cuerpo espectacular, y no solo para su edad. Tranquilamente estaba a la par de las chicas de mi clase. Incluso hasta mejor. Cuando llegó el verano empezamos a pasar casi todos los sábados ahí. El asado después del partido era fija del grupo y me servía como una excusa espectacular para ver a Sole. La miraba regar las plantas con su pollerita suelta, esa que si se agachaba para arrancar alguna yerba mala llegaba a mostrar el borde de la tanga y la parte redondita de abajo de la cola. O estirándose arriba de la mesa para poner los vasos antes de comer. Ver cómo iba y venía con conjuntos deportivos de todos los colores era algo que me dejaba totalmente bobo. Yendo a tennis, llegando de pilates. Cada tanto, cuando ya bajaba el sol, la espiaba desde la ventana que da al jardín, justo cuando estaba empezando su clase de Yoga. Corría un poco la cortina y la miraba hacer perrito boca abajo con unas calzas apretadas. Y si hacía mucho calor, podía verla pasar el barrefondo en la pileta con una bikini bien chiquita mientras Rama terminaba de elegir qué ropa ponerse para la previa de la noche con las pibas del colegio. ¿Remera blanca con jean azul y las vans o un pantalón negro? No podía chuparme más un huevo. Ella se tiraba de cabeza, nadaba unos largos y salía chorreando. La miraba acomodarse las tetas en el corpiño antes de agarrar la toalla, apretándome la pija disimuladamente para no quedar como un pajín. Cuando subía a darse una ducha yo aprovechaba para subir y bajar las escaleras, pasando más veces de las necesarias por la puerta de su cuarto y verla en el reflejo mientras se probaba la ropa. Alguna que otra vez tuve suerte y llegué a verle las tetas al pasar. Una sola vez se dio cuenta. Llegamos a la cocina y me apoyo en el marco de la puerta mientras lava las verduras. El vestido que tiene es al cuerpo, le noto todo el borde de la colaless y me la imagino rozando, apretando, molestando.  Todavía me acuerdo cómo arrancó todo uno de los sábados de ese verano. Había llovido y llegamos a la casa con barro en todo el cuerpo. Los botines, las medias empapadas, los pelos de las piernas con tierra pegada. El short y la remera directamente para tirar a la basura, diría mi vieja. Ese día habíamos dado de baja el asado, así que Rama fue directo a bañarse y yo me quedé haciendo tiempo en su habitación. —¿Y? ¿Cómo les fue? —me preguntó. Creo que me vio sobresaltarme. Estaba hermosa con el pelo mojado, recién peinado y la piel brillante.  —Hubo mejores. Nos faltó el Negro hoy. Perdimos 3 a 5.  —Estás todo embarrado, ¿no te querés bañar, Tomi? —me dijo mientras me apoyaba una mano en el hombro.  —Sí, pero Rama está usando el baño…  —¿Pero no querés usar el mío? Marce ya sale de la ducha.  —No, no. Olvidate, espero.  —Dale, no te vas a quedar acá parado hasta que Ramu salga. Te preparo una toalla, vení. A esa altura la casa me la sabía de memoria, incluso de más chicos Rama nos había mostrado el cuarto de sus papás. Abríamos hasta los cajones para ver qué encontrábamos y vi por primera vez bombachas de una mujer que no fuesen de mi hermana o de mi mamá, pero nunca había entrado al baño. Era enorme y tenía rico olor, como a vainilla o algo dulce que se me quedó pegado en la nariz. Me pasé un rato haciendo malabares para sacarme las medias, el short y el boxer sin ensuciar. Hice todo un bollito con cuidado y lo dejé apoyado en el bidet, pero igual manché con barro el piso, así que lo limpié como pude usando mi remera de trapo. Me paré nervioso. Escaneé el cuarto para ver qué tanto desastre había quedado hasta que en la esquina del baño vi algo que me dejó quieto. El canasto de ropa, sin tapa y, justo arriba como recién tirada, una tanga. Su tanga. Era roja y finita, con una tela suavecita casi transparente, de esas que usan las minas en las porno, que cuando se mojan se llega a ver toda la forma de la concha. Mi cabeza ya estaba ida. La puta madre. Era su tanga. De ella. Su tanga roja. Su tanga de cuando sale y se pone vestidos apretados. Su tanga recién usada. Una descarga de adrenalina me subió desde los dedos de los pies hasta el culo. Tragué saliva y revisé que la puerta estuviera bien cerrada. Primero la estudié de lejos hasta que me animé a agarrarla. Era chiquita y estaba algo húmeda. Me la pasé por la mano, por los dedos, la hice un bollo y sin pensarlo me la llevé a la nariz. Ya había estado con otras pibas. No era un gran cogedor ni le sacaba punta a la pija de tanto ponerla, pero ya al menos los pibes no me decían que era un virgo porque tenía una o dos historias piola para contar. El Negro me había dicho que siempre que le colaba los dedos a la novia se los llevaba a la cara para poder oler y desde ese momento siempre que podía me los acercaba a escondidas. Cada una era distinta, pero ninguna como esto. La tela estaba totalmente impregnada con un flujo transpirado que al olerlo me llegaba directo a la parte de atrás del cerebro. Era dulce, pero intenso. Fuerte, muy fuerte. Inspiré directo en la tela y me imaginé a Sole en su camioneta nueva volviendo del supermercado. Transpirada, con esa tanga bien metida, marcando cada parte, mojándose un poquito más con cada minuto que pasa. Me la pasé por toda la nariz y me di cuenta que una de mis manos ya estaba agarrando mi pija, moviéndose al ritmo de una paja ya bastante adelantada. ¿Hace cuanto venía así? Miré para abajo, me escupí la cabeza para lubricarla y volví al ritmo mientras seguía con la tanga pegada, intentando oler cada mancha de flujo, cada gota de sudor que ella había dejado. Mientras más profundo inhalaba, más tenso me ponía. Sentía toda la sangre del cuerpo yendo directo hacia la punta de la verga y queriendo explotar. Seguí un poco, la hice un bollo y me la empecé a pasar por la cara, los ojos, la mandíbula, el cuello, hasta llevarla a mi boca. La saboreé y me imaginé sus piernas arriba de la mesada completamente abiertas para mí, esperando que avance. Dale chiquito, no me vas a dejar así ahora, ¿no?. En mi cabeza le puse una voz de putita, pero mandona. Una combinación de las minas de los videos que había visto en el último mes y su voz grave que me vuelve un idiota. A cualquier cosa que me decía, solo quería hacerle caso. Quería que siguiera hablando, diciéndome que me saque los zapatos antes de entrar a la casa, que la ayude a levantar la mesa, que le alcance los platos de la parte alta de la alacena. Quería ver esa sonrisita de satisfecha que pone cuando hago algo como ella quiere. Abrí la boca y sentí la tela mezclada con la humedad que dejó para mi. La saboreé, tragué saliva con gusto a ella. Riquísimo. Podía exprimirla y tomarme a cucharadas todos los jugos que fue chorreando y quedaron ahí para que los encontrara. Imaginé su concha en frente mío, rosa, chiquita, cerradita esperando que me la coja de una vez por todas. La sentí mirándome, paciente. Con una mano acariciándome el pelo y con la otra tocándose lento. Las uñas recién hechas marcando círculos bien chiquitos. La pensé mirándome fijo y en mi cabeza cambió el juego. Metiéndose un dedo primero y después otro. Cerré fuerte los ojos y la pude ver mirando su anillo de casada completamente empapado antes de meterlos en mi boca con sus ojos clavados en los mios. Saqué la lengua como si estuviera abrazando sus dedos con mis labios para agarrar todo lo que chorreaba y sentí su gusto en la tela de la tanga.  Me la saqué de la boca, la estiré y me la enredé alrededor de la pija. Me escupí la mano y ahora la usé para pajearme bien rápido, cortito, solo la cabeza. Sintiendo cómo apretaba el encaje con mi verga me pensé corriéndole la tanga solo un poquito para metérsela y taparle la boca para que el marido no escuche. Me vi metiéndola bien suave y sentí como rozaba y raspaba la tela, pero a esta altura no pensaba frenar. Apuré la velocidad pensándola encima mío con su culo rebotando cogiéndose toda mi verga, diciéndome como estuvo todo el verano esperando que por fin se la diera. En medio del pensamiento, me sentí acabar. Me tapé la cabeza de la pija con la tela y sin pensarlo la llené de leche. Chorros cortitos, bien densos. Me desplomé en el piso contra la pared mientras me latía la pija. Volví a mí y vi mi mano y mi panza todo pegoteado, era un asco. Me paré sin pensarlo mucho, escondí rápido la tanga destruida en medio de toda la ropa sucia, y la imaginé a Sole pasándose sin querer toda mi acabada por las manos justo antes de meterla en el lavarropas. Entré a la ducha todavía un poco ido, pero con una sonrisa de oreja a oreja. Ese día empezó el morbo y se volvió un hobbie. Tangas de colores, blancas, de deporte, transpiradas, manchadas, de encaje. Más grandes, más chicas. Noche que iba a lo de Rama, noche que pasaba a hacerme mi paja de rutina. A veces encontraba sus bombachas, a veces no había nada más que toallas o remeras del marido. Nunca llegué a tanto, pero reconozco que revolví hasta el fondo del tacho e incluso me divertí con un par de calcitas de deporte cortitas, todavía un poco húmedas. Lo suficiente como para pararme la pija y ser devueltas con manchas de leche caliente de un pendejo de diecisiete. Hoy ya la veo desde otro lado. Ya hay pibas que me likean historias, me mandan fueguitos, me chupan la pija. No cojo todas las semanas, pero puedo decir que ando sólido en el promedio. No nos vemos tan seguido con los pibes y ella cambió bastante. Se hizo la cara, tiene el pelo más corto y se la ve más tranquila. Pero, nunca dejé de dedicarle pajas. Al recuerdo de la foto de Cancún. A las que subió para el aniversario de casados con un vestido gris que le levantaba las tetas. A las de Punta con sus amigas recién divorciadas. A la de la casa de Tigre tomando mate con las sobrinas. —¿Pensás quedarte ahí o vas a ayudarme? —Si, si. Perdón, me quedé tildado — balbuceo. Otra vez estoy nervioso, y otra vez se está dando cuenta. Me limpio la transpiración de las manos en el jean mientras me acerco. —¿Si? ¿Tildado? ¿Hay algo que te esté distrayendo? — me dice mientras me mira de reojo. No sé si estoy flasheando o veo posta una sonrisita pilla en el costado de su boca. Se da vuelta mientras se para de puntitas para abrir la parte alta de la alacena. Mientras más intenta estirarse para llegar, más se le levanta el vestido dejando ver solo un poquito de su culo. Ojalá no llegue nunca hasta arriba. Gira la cabeza para mirarme y hace un chasquido mandón mientras señala las latas de atún. —Si, perdón, ¿qué necesitás? ¿Con qué te ayudo? —me pongo al lado suyo rezando que no note lo transpirado que estoy. Intento agarrar cuatro latas a la vez, pero mi brazo toca el suyo y como un imbécil las dejo caer. Ella se ríe y yo me puteo por lo bajo por ser tan virgen. Hoy no va a ser. –Sole, ¿me bancás que voy al baño? —Dejá chiquito, yo puedo. Andá al mío que el de tu amigo está hecho un desastre. Y después volvé a buscarte esa asadera que les dejé los morrones preparados para la parrilla. Me merezco no ponerla nunca más, por pelotudo. Me voy de la cocina rascándome la cabeza y subo directo a su baño. Entro, trabo la puerta y busco lo que necesito. Cualquier cosa me sirve. Por suerte encuentro rápido una tanga negra. La miro, ahora con bronca, está seca y un poco dura, pero igual va. Me la meto en la boca para mojarla, me la pego en la nariz y de ahí directo a mi pija mientras me clavo una paja furiosa. Pienso en su culo rebotando mientras camina, en Rama cagándose a trompadas con el Negro por decirle MILF a su vieja, en el pelo de Sole atado en una colita tirante, en el día que la vimos llorar porque encontró a Marcelo cogiéndose a su compañera de laburo, en las miradas que me tiró hoy, en su mano sobre mi hombro, en su dedo ya sin anillo. Pienso en acabar. En acabarle la cara, las tetas. En dejarle un collage de leche en el culo. Me tenso el cuerpo y me aprieto la pija con la tela mientras tengo un orgasmo corto, pero espectacular. Dejo la tanga a un costado en la mesada mientras me lavo y espero a que se me calme la respiración. Cuando la agarro para esconderla en el tacho de la ropa la siento caliente en mi mano, se ve más chiquita ahora que cuando era pendejo. La doblo y me la meto en el bolsillo como souvenir, pero cuando me acerco a la puerta me freno en seco. Me doy vuelta y veo arriba del banquito de la esquina un vestido doblado y las botas que seguro va a usar a la noche. Me acerco, me la saco del bolsillo y la dejo ahí arriba, estirada. Apago la luz y salgo, esperando que cuando la encuentre todavía siga mojada.

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