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Por Sergio Suppo Como Raúl Alfonsín reconoció de sí mismo, tampoco Mauricio Macri supo, pudo o quiso aprovechar la enorme oportunidad que se presentaba con el renovado fracaso del kirchnerismo. Constructor de un movimiento político desde las raíces de sus propias ambiciones, Macri primero diseñó un partido propio, luego demostró que podía gobernar a los porteños y finalmente formó una coalición para pelearle el mando nacional al kirchnerismo. Fracasó en retener la presidencia una vez que los argentinos perdieron la paciencia y renovaron su fe en el populismo. Y volvió a fracasar en el liderazgo de la fuerza que el péndulo del país indicaba que debía gobernar luego de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Y en eso llegó Milei. Macri había decidido no volver a buscar la presidencia y ensayar, en cambio, una delegación tutelada del mando. Como Cristina. Vivió –tal cual fue– como un desafío a su autoridad la proyección de Horacio Rodríguez Larreta y habilitó como competidora a Patricia Bullrich. Se suponía que de esa contienda nacería el nuevo presidente y que el jefe de PRO influiría sobre el nuevo gobierno. Siempre se descontó que el peronismo perdería. Era tan extendida esa convicción que Cristina se resignó a no poner a dedo a Wado de Pedro como candidato a presidente y habilitar a Sergio Massa. Descontaba, como todos, que perdería. Y en eso llegó Milei. Macri fue el primero de los jefes del antiguo sistema político en advertir su avance y en legitimarlo. Consumada la eliminación de Bullrich, se adelantó junto con la ahora ministra de Seguridad en llamar a votar contra Massa y en favor de Milei. Era lógico, en tanto la razón de ser de Cambiemos era derrotar al peronismo kirchnerista. Macri también fue el primero en ofrecer a sus dirigentes para integrar el gabinete del recién llegado y fijar las condiciones de una alianza. Un año después, al cabo de un acompañamiento legislativo que le permitió al Presidente evitar que el Congreso se convirtiera en un arma del kirchnerismo, Macri se presenta poco menos que como la víctima de quien pretendía como socio. Ni tanto ni tan poco. Antes que nada, PRO paga el precio de sus propias torpezas y Milei aprovecha la oportunidad de captar sin mucho más esfuerzo que la propia gestión libertaria una gran parte de la voluntad por ahora mayoritaria de avanzar hacia la reducción de la inflación con herramientas que también sirven para ir contra el populismo. De ser tan parecido en sus objetivos a los libertarios, al macrismo solo le quedó como valor diferencial de marcar las formas violentas con las que comunica y ejecuta sus medidas el Presidente. No es que las formas no sean importantes, pero los argentinos suelen preferir acortar camino y someterse a modales autoritarios y populistas, entusiasmados por cambios que nunca terminan de llegar. Es parte del mismo combo de tolerancia argentina que en otros tiempos aceptó la corrupción a cara descubierta de menemistas y kirchneristas en tanto se mantenían la inflación baja o el consumo alto. El “pero” que pretende condicionar las maneras brutales de los libertarios es por ahora más débil que la expectativa que provoca el descenso de los precios y el renacimiento de la actividad económica. Es tan grande el hartazgo por los fracasos consecutivos del populismo y el gradualismo para erradicar la inflación que hasta se celebran la descalificación y la violencia verbal ejercidas desde la desigual ventaja del poder. No hay antídoto frente a una fuerza en crecimiento como no sea evitar un choque con Milei. La búsqueda de un acuerdo con él –que Macri intenta, como refleja su mensaje del jueves pasado– tiene por ahora un juego de ida y vuelta que demora y desgasta a los aspirantes al pacto con el oficialismo. Un día se ventila una operación con datos que el Estado debería preservar en secreto y al siguiente aparece Milei diciendo que le encantaría una alianza con Macri. ¿En qué condiciones? ¿Qué cuota tendrían los socios del Gobierno en el reparto de candidaturas? Esas preguntas no tienen respuesta y posiblemente no las tengan nunca porque por ahora predomina entre los libertarios la decisión de sustentarse por sí mismos, sin amigos de la “casta”, una representación legislativa de senadores y diputados incondicionales. Sin esperar a que Milei tome la decisión final sobre si tendrá aliados o embestirá a todos con un ejército propio, el resto de la política huye hacia refugios tales como las elecciones desdobladas. Desde Jorge Macri hasta Axel Kicillof, todos buscan escenarios propios supuestamente ajenos al resultado de la elección nacional del tercer domingo de octubre. Es una forma de decirle a Milei que mientras no se meta en los feudos locales tendrá disponible un resultado positivo en las elecciones de medio término. El adelantamiento del calendario precipita las decisiones. Milei podría estirar hasta mitad de año el juego de aliados o cuenta propia, pero tendrá que definir antes del final del verano qué hará con la elección en la ciudad de Buenos Aires. ¿Fue una buena decisión de los Macri medir por adelantado la gestión municipal? No hay garantías para una administración que no parece contar con el reconocimiento vecinal de otros gobiernos de PRO en la capital del país. También fugarán hacia adelante radicales como Maximiliano Pullaro, gobernador de Santa Fe, en busca de una reforma constitucional que habilite la reelección. Lo mismo que Gustavo Valdés, que trata de poner a un dirigente propio en la gobernación de Corrientes. Kicillof no oculta que quiere evitar competir con Milei, a la vez que apuesta a exponer a Cristina Kirchner en una confrontación directa con el oficialismo. No todos esos intentos son una garantía de éxito. Reflejan que el viejo sistema quiere evitar en todo lo posible a Milei como adversario. Tampoco el Presidente tiene asegurado el festejo. Siempre es bueno recordar que gobierna la Argentina. © La Nación
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