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La humanidad ha superado épocas difíciles gracias a pequeñas luces de resistencia cultural, como la revista Cuestionario, en la dictadura, o los monjes medievales que preservaron el conocimiento. En el editorial de la revista Cuestionario publicada tres meses después del golpe del 24 de marzo de 1976, Rodolfo Terragno (director y dueño de la publicación) citaba una idea de Confucio sobre la importancia de los pequeños gestos en medio de una gran crisis: “Cuando los vientos más poderosos apagan todas las luces el sabio debe esforzarse por mantener encendida aunque sea una pequeña lámpara. No parece mucho, pero en medio de la noche más negra es importante que no todo sea oscuridad. Una pequeña luz titilando a lo lejos señala un camino para los que estén perdidos”. Ese fue el último número de la revista de Terragno, quien debió exiliarse en Venezuela para salvar su vida. A pesar de su moderación extrema —que la obligaba a la autocensura y a hablar entre líneas—, la revista molestaba a la Dictadura: era esa pequeña lámpara que titilaba en medio de la noche más oscura. Cuando Cuestionario cerró ya no quedaba ningún medio de comunicación que supusiera la menor crítica a las políticas y el accionar del gobierno del General Rafael Videla. Hubo que esperar años para que el tejido intelectual argentino pudiera volver a expresarse, al principio con suma timidez. Fueron los años más oscuros. En muchos momentos de la historia ha sucedido algo similar. Pero aunque no las veamos, las pequeñas lámparas que titilan en la oscuridad siempre han existido y gracias a ellas hemos encontrado el camino. Es bueno recordarlo en estos momentos en los que todo lo que hasta hace poco considerábamos valioso (como las Variaciones Goldberg, de Bach, interpretadas por Elliott Gould, por ejemplo) ya no vale nada. Está surgiendo una nueva cultura que no soporta ni la belleza ni el bien, al menos tal como la entendimos desde la época de Pericles hasta las obras de Spielberg o Borges. Es más: deberíamos recordar que durante los veinticinco siglos que median entre Pericles y Spielberg hay muchos momentos de oscuridad, que fueron realmente horribles. Fueron siglos de interrupción de todo lo que en el siglo de Pericles o en lo mejor de la Modernidad se valorizaba. Está surgiendo una nueva cultura que no soporta ni la belleza ni el bien, al menos tal como la entendimos desde la época de Pericles hasta las obras de Spielberg o Borges Por ejemplo, en el siglo VII, apenas 150 años después de la caída del Imperio Romano de Occidente, nadie en toda Europa sabía leer. Era exactamente lo contrario de lo que había sucedido en los años del apogeo grecolatino (los mil años que van entre el siglo VI aC y el V dC), en el que todos los habitantes de Grecia y Roma, incluido gran parte de los esclavos, estaban alfabetizados. Mientras que la Biblioteca de Alejandría —ya declinante en el año 500— había poseído cientos de miles de manuscritos y todo el sistema de bibliotecas públicas y privadas del imperio romano tenía millones de manuscritos a disposición de un amplio público lector, en el siglo VIII la biblioteca más grande de toda Europa solo poseía 38 manuscritos y no todos estaban completos. Así se vivió durante siglos en la Europa que sobrevivió a la caída del Imperio y comenzó fundar los primeros reinos bárbaros, que fueron configurando una nueva etapa cultural: la Edad Media. Hubo momentos en los que parecía que el viejo esplendor de la inteligencia volvería a brillar: así sucedió bajo el breve reinado de Carlomagno o en ese “otro mundo” dentro de la Europa cristiana que fue el Califato de Córdoba (con su esplendor entre los siglos IX a XIII) y gracias al cual se preservaron los textos griegos y latinos clásicos. Sin embargo en esos siglos de oscuridad se fueron inventando nuevas cosas. Ante la ignorancia generalizada y la falta total de educadores se fue abandonando el latín como lengua hablada por todos desde el Atlántico hasta el Oriente Medio y del Sahara hasta Britania. Comenzaron a aparecer las nuevas lenguas locales, mechando trazos de latín con viejas tradiciones lingüísticas regionales. Así aparecieron el castellano y el francés (lenguas “latinas” puras, que tomaron de la antigua lengua de Roma el núcleo duro de su léxico cotidiano), pero también el alemán y el inglés (lenguas esencialmente sajonas, que, sin embargo, tomaron gran parte de su léxico erudito del latín porque los pueblos sajones eran ignorantes en casi todo lo que no fuera la guerra y lo más elemental de la vida cotidiana). Siete siglos de convivencia con los musulmanes, que por entonces eran mucho más cultos y más desarrollados que los cristianos, les permitió a los antiguos hijos de Roma aprender muchas cosas: por ejemplo, que habían tenido un pasado glorioso que en aquel entonces era preservado y engrandecido por los musulmanes. Y para difundir lo que iban aprendiendo de los árabes y de su propio pasado comenzaron a crear las primeras universidades europeas (hacia el siglo XI), siguiendo el modelo que los musulmanes venían ensayando en las grandes capitales del mundo medieval: Bagdad o El Cairo. Era una minoría tan pequeña que si tomáramos a todos los cristianos europeos que durante los siglos XII y XIII estaban en las primeras universidades “modernas” apenas llenaríamos un teatro modesto. De esos humildes orígenes llegamos a Oxford y a Cambridge, a Bertrand Russell y Wittgenstein, a Einstein y Bohr, a Marie Curie y a César Milstein. Hoy, cuando miramos hacia el origen tan modesto de las universidades, vemos las pequeñas lámparas que quedaron encendidas en medio de la noche más oscura. Pero la gente que vivió en aquellos años vivió una vida no solo muy dura, sino muy precaria. Casi toda la infraestructura urbana que sostenía el progreso material de las sociedades desapareció y la economía colapsó. La expectativa de vida apenas si se acercaba a los 25 años. Había gente de más de 40 años, pero era excepcional. Y las mujeres morían antes —lo que siguió sucediendo hasta el siglo XIX— porque el parto en condiciones de absoluta falta de higiene solía resultar mortal. Una mujer de 18 años, si tenía genes privilegiados, había ya logrado sobrevivir a 4 o 6 partos. Era raro ver mujeres de 30 años. Es bueno que recordemos que la humanidad sobrevivió a esos momentos difíciles. Es buenos recordarlo ahora que estamos entrando en una nueva época oscura. Será más corta que la que vivieron los antiguos al caer el Imperio Romano de Occidente porque nuestras dinámicas son distintas, pero nuestra ceguera (si no fuéramos igualmente tontos y destructivos no vendrían años oscuros) es similar. Sin embargo, también debemos recordar que aun en la oscuridad sigue trabajando la luz. Es bueno que recordemos que la humanidad sobrevivió a esos momentos difíciles, ahora que estamos entrando en una nueva época oscura. Será más corta que la que vivieron los antiguos al caer el Imperio Romano de Occidente porque nuestras dinámicas son distintas, pero nuestra ceguera es similar Milei, Trump. Vox y los neonazis alemanes son los Atila de nuestra época. Vienen a destruir todo lo bueno y lo bello que alguna vez fue el faro que movía al mundo. Estos jinetes del Apocalipsis se enorgullecen de que donde ellos pasan no vuelve a crecer el pasto. Pero aun bajo Atila, la luz siguió brillando. En un perdido monasterio de España un grupo de anónimos sacerdotes muy jóvenes, quizá apenas tuvieran 20 años, comenzaron a garabatear glosas al margen de viejos códices religiosos en latín. Eran breves ayudamemorias para las lecciones que aprendían de los pocos maestros que quedaban. Se les hablaba en latín y debían leer en latín, pero ellos casi no conocían ese idioma: hablaban en su vida cotidiana lo que siglos más tarde se llamaría castellano. Esta escena primigenia ocurre hacia mediados del siglo IX (quizá fue en 863) en un monasterio alejado de todas partes. Esos garabatos son los primeros en castellano que una mano humana haya hecho jamás y fueron los que hicieron posible que doce siglos más tarde vos puedas estar leyendo este escrito (o Pedro Páramo o los textos de Felisberto Hernández) y los comprendas. Esos jóvenes monjes estaban inventando el futuro y no lo sabían. Nos seguimos leyendo a través de los siglos gracias a aquellos primeros glosadores del castellano. Tres siglos más tarde alguien, un anónimo, escribiría un libro entero en castellano, el Poema de Mio Cid. Ocho siglos después de aquellas glosas iniciales el idioma ya era tan potente y maravilloso que permitió generar el más grande libro que jamás se haya escrito: el Quijote. Lo demás es historia reciente. Pero la semilla fue plantada en la época más oscura. Muy parecida en decadencia cultural a la que ahora estamos comenzando a vivir. Que aquellas pequeñas lámparas que la historia dejó encendidas en el negro del horizonte nos den la esperanza que necesitamos para tolerar todo lo difícil que nos espera. DM/JJD
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