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Por Guillermo PiroLos films son una usina de malentendidos. A veces los diarios también, todo sea por vender entradas y ejemplares. Guionistas y periodistas se parecen en eso: si podemos hacer que una historia sea más interesante haciendo algunos pequeños cambios, ¿por qué no hacerlos? Luego, alguna vez, algún día, se sabrá la verdad, y la información torcida habrá contribuido, a lo sumo, a propiciar la visión y la lectura, es decir a disfrutar de la ficción. ¿A quién le interesa la verdad? Tal vez a alguien, sí, pero ellos desconocen el profundo placer que se siente al descubrir que fuimos engañados, que una historia, gracias a algunos pequeños retoques, supo depararnos momentos de placer –y sobre todo fue capaz de mantenernos atentos y expectantes esperando la próxima frase, el próximo plano. El 6 de septiembre de 1984 se estrenaba en Los Angeles Amadeus, del checo Milos Forman, un film que cuenta la vida, el éxito y los tormentos del compositor austríaco Wolfgang Amadeus Mozart, todo eso relatado por un aún más atormantedo Antonio Salieri, un compositor de gran éxito a fines del siglo XVIII. Todo el film se basa en la presunta rivalidad y la enorme envidia que Salieri experimenta hacia Mozart, cosa que no fue en realidad así. Incluso se habla de que Salieri había intentado asesinar a Mozart (no recuerdo si esto estaba en el film), y que era un compositor poco dotado y resentido. Bien, no: Salieri gozó de mucha fama en su tiempo, precisamente porque era un compositor talentosísimo. En realidad la historia de la presunta rivalidad entre Mozart y Salieri no es obra de Peter Shaffer, quien guionó su propia obra teatral, Amadeus, publicada en 1979. El verdadero culpable (o el primer culpable) es la inspiración de Shaffer: Aleksandr Pushkin. Pushkin, en 1832, publicó una obra teatral titulada Mozart y Salieri, en la que lisa y llanamente inventa esa rivalidad y esa envidia. ¿Por qué? Bueno, ya lo dijimos: porque la rivalidad y la envidia son motores para un escritor, y en cambio con la armonía y la admiración no se puede hacer mucho. Salieri gozaba a fines del siglo XVIII de mayor fama que Mozart, quien de hecho comenzó a ser verdaderamente apreciado después de su muerte, ocurrida en 1791. A comienzos del siglo XIX la música de Salieri empezó a sonar un poco vieja, y fue entonces cuando Mozart comenzó a ser celebrado. La historia de que Salieri habría intentado asesinar a Mozart surge de una carta que éste envía a su esposa, en la que decía que estaba convencido de que alguien lo estaba envenenando. Para empeorar las cosas, en 1823 el mismo Salieri aseguró que había intentado envenenar a Mozart. La confesión de Salieri fue muy citada desde entonces, pero a la hora de citarlo se olvidan que Salieri, quien murió en 1825, en aquella época sufría de demencia senil. Y también olvidan que en un momento de lucidez, el propio Salieri negó haber hecho eso. Peor aún: no sabía de qué le estaban hablando: ¿por qué habría intentado matar a Mozart? Un muchacho excéntrico, con buenas ideas, es cierto, pero que nunca llegaría a ocupar el lugar que él ocupaba y que ni siquiera era italiano? En aquel entonces los directores de orquesta y compositores más estimados debían ser italianos. Y la ópera, claro está, debía ser en italiano. Por lo que es probable que el resentimiento y la envidia tuviese el signo contrario: tal vez el envidioso era Mozart, que quería hacer ópera en alemán. De hecho, Mozart aceptó la mayoría de los encargos que Salieri rechazó. Salieri podría haber sentido envidia por Mozart, pero después de haber muerto. Salieri murió a los 74 años, luego de haber tenido célebres alumnos como Ludwig van Beethoven, Franz Schubert y Franz Liszt. Hablar de envidia retroactiva es casi una locura. Pushkin deslizaba que un talento como el de Mozart debía ser necesariamente obra de Dios. Es algo que en su obra pasa por la mente de Salieri. Un verdadero envidioso no pensaría eso. © Perfil
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