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Algunos de quienes padecen insomnio esperan la noche con desazón: en ella las ansiedades y miedos se vuelven más amenazantes. Pero otros lo ven como un espacio fértil para la imaginación. (Foto/Ivan Nemchinov)Por David Toscana Quizás el pasaje más famoso del insomnio sea el de Alonso Quijano, antes de convertirse en don Quijote: “En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”. Quien haya padecido de insomnio sabe que se espera la llegada de la noche con desazón y hasta con temor. En sus Vidas paralelas, Plutarco nos cuenta cómo Cayo Mario esperaba la noche, llevando encima las preocupaciones del gobierno y posibles invasiones. “Quebrantado ante tales pensamientos, se le pasaban ante los ojos su largo peregrinaje, sus huidas y los peligros afrontados por tierra y por mar, por lo que cayó presa de una tremenda desesperación, terrores nocturnos e inquietantes pesadillas”. Si bien parece que Cayo Mario encuentra una solución: “Y como lo que más temía de todas las cosas eran las noches de insomnio, se entregó a la fiesta y a las borracheras a destiempo y fuera ya de edad, tratando así de conciliar el sueño como evasión de sus preocupaciones”. No sé si “fuera ya de edad” sea un injusto comentario moralizador. Cayo Mario murió a los setenta años, y cualquier edad es tan buena como otra para la fiesta y las borracheras. Quizá lo que buscaba era agotarse para poder dormir, tal como decía aquella canción: “Quiero dormir cansado”, pues según dicen los estudios médicos, el alcohol duerme en una noche de copas, pero causa insomnio en una vida de botellas. Para dormir cansado, un tal Trebacio le dice a Horacio: “Que crucen a nado tres veces el Tíber, untados de aceite, los que andan faltos de un sueño profundo, y que al caer la noche tengan su cuerpo bien remojado de vino”. Siglos después, “nadar en el Tíber” pasó a significar “convertirse al catolicismo”. Ahora está prohibido nadar en ese río, al menos en su paso por Roma. Juvenal habla de que el bullicio de Roma causa insomnio, y eso que no conoció las ciudades de hoy. “En Roma muchos enfermos mueren de insomnio, aunque originó la enfermedad una comida indigesta que se pega en el estómago y fermenta. ¿En qué departamento alquilado se puede conciliar el sueño? En Roma dormir cuesta un ojo de la cara. Y ahí empiezan las dolencias. El ruido de los carruajes que pasan por los estrechos recodos de las calles y el escándalo de las bestias de tiro paradas”. No sé cuál sería esa comida indigesta, pero sobre la comida contemporánea romana cuentan los nutricionistas que la pizza y la pasta son malos aliados para el buen dormir. Para tener sueños plácidos recomiendan ensaladas, quinoa, plátanos, kiwis, yogurt, frutos secos… prefiero el insomnio. Durante la noche, nuestras culpas, celos, frustraciones, ansiedades y miedos se vuelven más amenazantes. Sobre todo los celos. El que le teme a los aviones siente mayor temor la noche anterior al vuelo que durante el vuelo mismo. Además de tales sentimientos, los mejores aliados para mantenernos en vela toda la noche son los mosquitos. Ya los antiguos griegos contaban que Io fue convertida en una bonita ternerita blanca y, para atormentarla, Hera le mandó un tábano. Io no sufrió algo anormal. Cuando hoy visitamos una ganadería, fuera de toda mitología, vemos hordas de moscas que mortifican helénicamente a las vacas. Para muchos, la conciencia no es motivo de insomnio. Con frecuencia escuchamos a políticos que, luego de sus corruptelas, asesinatos, persecuciones, o luego de hundir un país, dicen: “Tengo la conciencia tranquila”. Duermen como lirones, y los lirones sólo aparecen en nuestras frases cuando hablamos de dormir. Séneca nos cuenta sobre un hombre que no conciliaba el sueño “apurado de amores y deplorando los desplantes cotidianos de su displicente esposa”, y entre los remedios “le procuran el sueño mediante la melodía de orquestinas que resuenan levemente a lo lejos”. No sé si funcione. Los insomnes sabemos que a veces una melodía se nos mete en la cabeza y resulta tan agobiante como un tábano. Cuando Suetonio habla de Calígula, hace un buen retrato de lo que son las noches en vela. “Sufría sobre todo de insomnio, pues por la noche no dormía más de tres horas, y éstas ni siquiera con un sueño tranquilo, sino turbado por extrañas apariciones; entre otras, una vez vio en sueños al mar conversando con él. Por eso, harto de su vigilia y de estar acostado, sea permaneciendo en la cama, sea vagando por los larguísimos corredores, habitualmente pasaba una gran parte de la noche esperando e invocando sin cesar el día.” Mejor es el insomnio que el sueño eterno. Mayor desperdicio no hay en la vida que dormir. Ojalá el cuerpo no pidiera seis, siete, ocho o más horas cada día para desconectarse. Muy bueno serían las tres horas de Calígula. En los aviones sí me gustaría dormir. Cerrar los párpados en Madrid y abrirlos en Monterrey sería casi como teletransportación. No tengo una mala relación con el poco dormir. Buena parte de lo que escribo me lo dicta el diablo durante la noche. Aunque hablo de que es un desperdicio, dormir parece cosa maravillosa cuando busco su significado en mi amado Diccionario de Autoridades: “Tomar reposo y descansar la misma naturaleza, cuando pierde el uso de los sentidos, para recobrar las fuerzas, agotadas por la vigilia o el cansancio, lo cual se causa llevando al cerebro ciertos vapores que le ocupan, y digeridos ahí, se vuelven a derramar por el cuerpo hechos espíritus”. Así sí dan ganas de dormir. © Letras Libres
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