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Con un revoltijo de imágenes como cortadas a cuchillo, cuyo único propósito parece ser satisfacer la megalomanía del amo el primer capítulo de la serie "De cero a Presidente" revela que el ascenso y la consolidación política de Javier Milei siempre estuvo al alcance de quien quisiera verlo. Del primer capítulo de la serie sobre Javier Milei realizada por Santiago Oría, llamado De cero a Presidente, lo primero que se podría decir es: “Volvé, Lina Riefenstahl, te perdonamos”. No por anhelo de nazismo sino de un mínimo de arte aplicado a la propaganda política de Estado. Los yacimientos (aunque quizás sea más preciso decir el corralón de materiales) a los que tributa la primera de seis partes de este opus que ha de ser inolvidable, fueron debidamente identificados por su autor en una consulta del diario La Nación: “Es un proyecto personal, por fuera del gobierno. La financio yo mismo. Tengo ingresos importantes por fuera, además heredé joven y bastante bien. Es un documental 100% de archivo de lo ya filmado en campaña y archivo de televisión que consigo gratis”. Menos se justifica el que llega borracho a la casa a las seis de la mañana con la corbata de vincha, situación que tanto le ha dado al humor cordobés. Pero la advertencia de Oría no alcanza a resguardar su “cosa” en lo que tiene de artefacto stalinista. Será un proyecto personal, él tendrá ingresos “por afuera” (y “por afuera”, porque lo dice dos veces, como si fuéramos sordos), habrá heredado muy bien de joven pero, así y todo, su “cosa” caerá al pozo donde se revuelven en un hervidero los spots manijas, es decir la publicidad exaltada que, si es un panegírico del Jefe de Estado, su producto terminado no podrá no será estatal o paraestatal (no voy a decir que Oría es Director de Realización Audiovisual de la Presidencia de la Nación por Decreto 444/2024, porque tengo códigos). Bueno, empieza a correr De cero a Presidente: primera entrega de la serie. Silencio. Estamos viendo los primero cinco minutos de introducción, esa especie de prólogo por el que las series se comen la entrada del capítulo para que la plataforma gane tiempo y nosotros lo perdamos. Quién instauró esa modalidad casi museística para que no olvidemos lo que estamos viendo “en general”, no lo sabemos, pero podrían ir aflojando con el martirio. Porque, ¿qué pasaría con una novela en la que en cada capítulo nos enchufaran la contratapa para recordarnos lo que estamos leyendo? Oímos unas cuerdas electrocutantes, que quizás sean del Kronos Quartet. No lo sabemos, porque en los créditos de música sólo figura la canción “Javier Milei, el último punk”, de Una bandita indie de La Plata, que en 2020 grabó “No quiero ni una mierda”. He aquí unas chispas de su poesía desplegada en dos tonos, a la que no vamos a evaluar por respeto a la juventud que la ejecuta: “me rechupa la pija quien esté de presidente”, “no quiero darle bola a la puta de tu novia”, “no quiero ir a votar si son todos unos ladrones”, “sólo quiero los colores de mi club, y birriear y fumar y vomitar antes de irme acostar, y bardear y masturbarme y soñar con la puta de Nicole”. Bien. Mientras se oyen las cuerdas, tenemos en esa introducción un vértigo de montaje en el que se suceden “discusiones” de archivo entre Javier Milei y sus detractores, que Oría zanja en favor de Javier Milei por el lado del montaje. Acá manda el que tiene la moviola. Pero, en ese fragmento de anunciación ¿qué es lo que reconocemos? Todo. No hay nada (salvo, justamente, el montaje apologético) que no nos haya dado antes esa antigüedad llamada televisión, en un arco que va desde la consideración insultante por parte de Javier Milei de un libro de Keynes que Alejando Fantino le muestra como quien le muestra una molleja crocante a un vegano, hasta la ceremonia de asunción como Presidente. Lo que viene después es difícil de catalogar, y habría merecido quizás un 4 (un 4 conversado, tirando a 3,50) en algún trabajo práctico de la Universidad del Cine por la que, aparentemente, Oría habría pasado. Lo que vi, este, cómo se llama, o sea, digamos, digo, de pronto, me parece… ¡Dios! ¡Si existís, ayúdame a describir lo informe! No sé cómo llamarlo sino historiografía espectral de la Argentina, con una línea de tiempo en la que los hitos no se consideran por su valor en la Historia sino por la voz en off de un romántico que hace de esos hitos un asunto personal. Esa voz en off es la de Javier Milei, una voz documental que Oría corta de entrevistas y charlas y pega en la línea continua de su “cinta” para narrar con la Lección del Maestro la Historia Argentina, ilustrada con requechos de imágenes que, por su uso a la bartola, avergonzarían a la fotocopiadora del Archivo General de la Nación. Y, entre tanto, como para decir “hice algo”, edité, pensé e imaginé esta tremenda obra de arte que están viendo, el director produce dos cortes de “clasificación”. En uno, una placa llama a Javier Milei “héroe” (el héroe que acaba de nacer, fuente de épica y leyendas); y, en otra, se lo llama “Nostradamus”, por anunciar la debacle económica del gobierno de Mauricio Macri, que era algo que ya venían diciendo millones de personas en sus casas mucho antes de que sucediera. No se puede mirar esta “cosa” de Santiago Oría sin pensar en el futuro en el que Milei habrá de ser visto retrospectivamente. ¿Qué veremos entonces? Por el momento, no nos alcanza la imaginación para saber en qué podría convertirse un micro dios derrotado En esta acumulación de intervenciones de su jefe en la esfera pública, Santiago Oría no aparta los gags más violentos, ni los llamados a la calma. Por mérito propio, Oría inaugura, quizás sin querer, como le ocurre a los grandes científicos y a los artistas de la intuición, la primera voz en off maníaco depresiva de la historia. No quisiéramos ser el director de sonido de este peliculón, dándole al ecualizador como salamanca al piano para subir un poco la intensidad allí donde la voz del Presidente Milei se apaga, como para aplanarla (la mayoría de las veces) cuando se desborda. Cómo grita ese cristiano. Qué pedazo de Bee Gees. Y, sin embargo, esa exaltación es menos de él que de la época que lo fue -por decir así- tiernizando. Pero como no hay horror sin algo de belleza, ni ignorancia sin lección de sabiduría, este capítulo que quedará en la memoria como un producto tanto o más innecesario que cenicero de moto, tiene en su revoltijo de imágenes como cortadas a cuchillo sin otro propósito que satisfacer la megalomanía del amo (que, al parecer, en cine se conforma con poco), la revelación de que el surgimiento, el crecimiento y la seriedad política del producto Milei siempre estuvo a disposición de quien quisiera verlo. Luego hay un misterio de deseo. ¿Por qué, siendo abogado de la Universidad Austral, Santiago Oría decidió abrazarse a una filmadora? ¿Fue por la amiga que le dijo que iba a ser “el Pino Solanas liberal”? La composición de De cero a Presidente podría haber sido hecha en iMovie por cualquier aficionado libertario. Que la saga en curso se haga llamar La Serie de Milei no es ofensivo con el género, que tiene bodrios peores, pero tiene el problema de confundir la actualidad, que si es favorable se inviste de euforia, con el paso de tortuga de la historia. No se puede mirar esta “cosa” de Santiago Oría sin pensar, diría que de un modo incesante, en el futuro en el que Milei habrá de ser visto retrospectivamente. ¿Qué veremos entonces? Por el momento, no nos alcanza la imaginación para saber en qué podría convertirse un micro dios derrotado. El asunto es muy delicado si, como vemos en esta aproximación servil de Oría, el Presidente Milei es esa persona cuyo aire de superioridad (un smog mental) le debe todo al fantasma de la inferioridad, el Alien que lo come por dentro. JJB/MF
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