Maroc - ABC.ES - Última hora - Hier 21:43

El Santo Entierro juega con la lluvia sin mojarse

A la tercera va la vencida. Eso debieron pensar Fermín Vázquez y los hermanos del Santo Entierro cuando se echaron a la calle contra viento y marea en la tarde de este lunes 10 de marzo. La imagen del Cristo Yacente fue designada para presidir el Vía Crucis de las Cofradías en la Catedral después de que la lluvia frustrase la experiencia de 1986 y también la de 2013, cuando la talla del Sábado Santo fue una de las catorce elegidas para el extraordinario Vía Crucis de la Fe. Pero la vida siempre da otra oportunidad, y 2025 parecía el año del Santo Entierro. La meteorología, no obstante, no quiso ponerlo fácil, y el vía crucis acabó pasando a la historia por la voluntad de salir a toda costa. La lluvia, los relámpagos y truenos e incluso el granizo presentes en la ciudad durante este primer lunes de Cuaresma no dejaron muchas opciones a la corporación de San Gregorio. Tampoco fue ninguna sorpresa: los partes meteorológicos eran muy poco halagüeños. Sin embargo, la hermandad parecía dispuesta a llegar a la Catedral como fuera, tal y como ya adelantó su hermano mayor a este periódico cuando dijo hace unos días que tenían plan A, B y C en caso de agua. Y así fue. Apenas pasaban las cinco y media de la tarde cuando, antes de que llegara lo peor del temporal, las puertas del templo de la calle Alfonso XII se abrían sin demasiado público para que comenzase a salir una elegante comitiva de hermanos con cirio, servidores y el Señor en andas con un palio de respeto cerrando el cortejo. La hermandad tenía preparada incluso una urna de plástico para cobijar a su recién restaurado titular, aunque finalmente no le dio uso. Vaya estampa habría dejado. Comenzó entonces una auténtica contrarreloj para llegar a la Seo lo antes posible. Las fuerzas de seguridad quitaron los bolardos de las calles del centro para que el Yacente pudiera alcanzar directamente la plaza Nueva por Velázquez y Tetuán, para tomar desde ahí la avenida de la Constitución y llegar a la puerta de Palos a través de la calle Alemanes. 27 minutos de reloj fueron el tiempo empleado en realizar dicho trayecto. Se aprovechó un claro para hacer el traslado a paso mudá, todo ello a costa de que buena parte del cortejo, pese a no descomponerse nunca, acabase con la lengua fuera. Lo mismo sucedió con el público −bastante escaso dado lo inestable del tiempo y la agilidad del traslado−, que tuvo que correr para poder seguir el ritmo impuesto por los hermanos del Santo Entierro. Un ritmo sin el cual no habrían llegado secos al primer templo metropolitano, puesto que apenas cinco minutos después de la entrada del Señor, comenzó a llover en la plaza de la Virgen de los Reyes. Eran poco más de las seis de la tarde y el rezo del vía crucis, que se mantenía en su horario previsto, no daba comienzo hasta las ocho. Con ese pretexto, y con la hermandad en plenas labores de organización, se cerró la cancela de la Catedral ante las quejas de los fieles que allí se encontraban. Los cofrades esperaban poder acceder tras el Cristo Yacente a las naves metropolitanas bajo los primeros chispeos de la tarde. Unos chispeos que tan pronto paraban como tornaban en lluvia más intensa y, pasada una hora, en granizo. Mientras la tarde pintaba para cualquier cosa menos para una cofradía, dentro de la Seo se comenzaba a preparar el acto con el que el Consejo de Cofradías comienza la Cuaresma. A las siete volvieron a abrir las puertas para que el público general pudiera entrar, ya con el Señor dispuesto en una improvisada veneración en la Capilla Real , ante el altar de la Virgen de los Reyes y la urna de San Fernando. Fuera, la tempestad; dentro, la calma. Las catorce cruces de guía de las distintas hermandades que iban a formar parte del rezo, entre las que se encontraban todas las de penitencia relacionadas con la advocación de la Esperanza, fueron sustituidas por catorce cruces que aportó el Santo Entierro, cedidas por la Trinidad. Ese fue uno de los únicos cambios que sufrió el propio ejercicio del vía crucis , cuyas intenciones estuvieron dedicadas al año jubilar. El rezo se celebró con total normalidad y solemnidad en el interior de la Catedral, eso sí, con menor afluencia de público debido a las precipitaciones. Durante el pausado discurrir de la portentosa talla de Juan de Mesa entre una estación y otra, se fueron interpretando al órgano diferentes piezas, desde cantos litúrgicos a música clásica, pasando por marchas de cornetas y de banda de música. Al término del vía crucis, el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses , dirigió unas palabras finales a los fieles presentes en el primer templo metropolitano, como es costumbre: «Las meditaciones, los cantos y las oraciones del vía crucis nos han ayudado a contemplar este misterio de la pasión, para aprender la gran lección de amor que Dios nos ha dado en la cruz, para que nazca en nosotros un deseo renovado de dejarnos cambiar el corazón en esta Cuaresma, en este año jubilar, viviendo cada día el amor que de él recibimos, la única fuerza que puede cambiar el mundo». Tras una reunión de la junta de gobierno, y mientras fuera las calles se anegaban de agua y se sucedían los relámpagos, se decidía volver a casa de la misma forma que se llegó a la Catedral: por el camino más corto y a velocidad de guepardo , aprovechando un claro de cuarenta minutos que parecía una quimera entre tanta lluvia. Así, el cortejo se puso en una desangelada plaza de la Virgen de los Reyes a eso de las diez de la noche y activó el cronómetro. A un ritmo digno de Induráin en su mejor época y sin apenas detenerse, las andas con el Cristo Yacente llegaron a la iglesia de San Gregorio sin mojarse a las diez y media de la noche. Casi de forma milagrosa, empezó a diluviar inmediatamente después. En su mensaje final, Monseñor Saiz había reflexionado, en relación con la iconografía de la imagen que este año presidía el vía crucis, que «desde que el Señor fue colocado en el sepulcro, la tumba y la muerte ya no son un lugar oscuro, sin esperanza, donde la historia concluye con el fracaso más completo, donde el hombre toca el límite extremo de su impotencia», porque «desde la profundidad de la muerte surge la promesa de la vida eterna». Lo cierto es que algo de impotencia debieron sentir los hermanos del Santo Entierro, que, pese a que su titular pudo acudir a la Catedral para el rezo de las estaciones en el primer lunes de Cuaresma, tuvieron que correr de un lado para otro sorteando el agua en un día que no estaba para sacar una imagen ni un cortejo a la calle. Todo por la cabezonería de romper el dicho aquel de que no hay dos sin tres.