Memorias de un tiempo, de un paísÁngel Luis López Villaverde La autobiografía es un género que se sitúa en la frontera entre la historia y la...
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Memorias de un tiempo, de un paísÁngel Luis López Villaverde La autobiografía es un género que se sitúa en la frontera entre la historia y la literatura. La autobiografía es un género que se sitúa en la frontera entre la historia y la literatura. Junto a las memorias, los diarios y otros textos autorreferenciales, las autobiografías suponen una relevante fuente primaria. Sus (evidentes) límites y sesgos pueden superarse si el autor deja intervenir al historiador que lleva dentro y procura ser riguroso, sincero y minucioso. Este es el caso de dos libros que cayeron en mis manos el verano de 2024. El primero, de José María Barreda, cuando ya se había publicado, estaba en fase de promoción y tuve el placer de presentarlo en Cuenca en septiembre de 2024. Su relato se centra en sus años madrileños, coincidiendo con su etapa de formación universitaria y activismo en el PCE. Era entonces un militante de base y faltaba una década para que empezara a convertirse en un personaje de relevancia pública. No obstante, hay constantes saltos temporales y referencias a su etapa como gobernante castellanomanchego, cuando había abrazado los principios socialdemócratas que tanto había denostado en su juventud. El segundo, de Jesús Vicente Aguirre González, lo leí cuando era un borrador que esperaba entrar en imprenta. Por razones ajenas a su autor, se ha demorado su publicación más de lo previsto. Esta reseña sale coincidiendo con sus primeras presentaciones públicas. El libro cuenta sus experiencias musicales —en especial, las del grupo Carmen, Jesús e Iñaki— desde un confesado compromiso político antifranquista, también vinculado a la militancia de base en el PCE, en los estertores de la dictadura y durante la Transición, a caballo entre París, Londres, Barcelona y su Rioja natal. El grupo, que interpretaba y componía canciones de autor y música folk, tenía su público fiel, aunque no fuera tan exitoso como otros cantautores con los que estuvieron en estrecho contacto, tanto en Francia o Gran Bretaña como en España. Entre ellos estaba un joven y aún desconocido Joaquín Sabina, residente en Londres, Amancio Prada, en su etapa parisina, o el exiliado vasco Imanol Larzabal. Y otros ya consagrados entonces, como Paco Ibáñez o José Antonio Labordeta. La música juega un papel secundario en el libro de Barreda. Aunque no está ausente en su relato, pues encabeza algunos capítulos, y comenta su especial relación con Blas de Otero, uno de los principales referentes de la poesía social, partidario de “salvar la poesía” mediante un nuevo mester de juglaría capaz de unir música y canto de la mano de juglares y trovadores. La música como herramienta para popularizar la poesía. También como himno generacional y lucha política, como resulta evidente en el libro de Aguirre González. Entre ambos autores hay un nexo evidente: se comprometieron en su juventud con la lucha antifranquista y, por ende, con la causa de la libertad y la democracia No me consta que se conozcan personalmente, pero entre ambos autores hay un nexo evidente: se comprometieron en su juventud con la lucha antifranquista y, por ende, con la causa de la libertad y la democracia desde diferentes ámbitos culturales, en un tiempo sombrío, pero cargado de esperanza. Y contemplaron en su madurez la vinculación de su nombre a sus raíces regionales: mediante la creación de un himno que reivindica la identidad riojana, en el caso del músico; y la forja de una identidad castellanomanchega, en el del político. Hay más coincidencias. Sus respectivos relatos enganchan. Se leen con fruición. El lector es trasladado a esos teatros, a esas calles, a esas aulas y a esas asambleas que marcaron el pulso de una transición que empezó siendo social, económica y cultural (incluyendo la religiosa) antes de llegar a ser política. Sus autores no están marcados por la nostalgia, sino por la esperanza de ir saliendo de los tiempos de oprobio y opresión. Pocos jóvenes de su generación tuvieron la determinación de Jesús Vicente para abandonar un trabajo seguro y dejarse llevar por el espíritu bohemio de su inspiración musical. Y no menos relevante fue la del joven José María para situarse políticamente en las antípodas de su linaje aristocrático y conservador, cuyas raíces se proyectaron en su tesis doctoral sobre caciques y electores manchegos. Un militante de base en (la) Transición es el segundo libro autorreferencial de José María Barreda Fontes (Ciudad Real, 1953). En el anterior, Historia vivida, historia construida (Almud, 2022), más voluminoso que este y enfocado principalmente a su etapa de madurez y responsabilidad política regional, el prologuista, el catedrático y compañero de anhelos políticos y académicos Juan Sisinio Pérez Garzón, confesaba algo que es aplicable a esta otra monografía: “es bastante más que las memorias de un político. Es una crónica inteligente, original y emotiva de la construcción de una España democrática, abierta al mundo a partir de aquella otra España dominada por botas dictatoriales y muda por la represión. Contada en primera persona, demuestra que la libertad puede doblegar el determinismo de los corsés sociales e incluso los cálculos de beneficios y pérdidas. Que la vida es una lucha de contradicciones entre los que se nos dice que debemos hacer y lo que queremos hacer (…) auténtico obsequio que encabalga episodios con reflexiones, anécdotas con inquietudes personales, en un estilo tan claro como seductor”. José María Barreda es suficientemente conocido por su larga trayectoria política. Consejero en las carteras de Educación y Cultura (1983-1987) y de Relaciones Institucionales (1988) en los primeros gobiernos socialistas de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, fue senador por designación autonómica (1989-1991) antes de presidir las Cortes regionales (1991-1997). Fue también vicepresidente de la Junta en dos etapas (1988-1989 y 1999-2004) y sucedió al propio José Bono en la presidencia de Castilla-La Mancha (2004-2011), cuando el primer presidente regional dio el salto a la política nacional. Fue asimismo secretario general del PSCM-PSOE (1997-2012). Tras perder la presidencia regional a manos de María Dolores de Cospedal, fue diputado socialista por Ciudad Real en las Cortes Generales (2011-2019), coincidiendo con las legislaturas de Mariano Rajoy y la moción de censura que provocó su caída y dio el gobierno a Pedro Sanchez. Tras dar por concluida su carrera política renunció a cualquier puerta giratoria para concluir su vida activa como la empezó, regresando a la universidad hasta su jubilación en 2021. Pudo comprobar en primera persona lo que había cambiado la docencia universitaria en las casi cuatro décadas transcurridas desde 1983, en que pidió la excedencia en el entonces Colegio Universitario de Ciudad Real. Cuando regresó, lo hizo a una ya consolidada Universidad de Castilla-La Mancha, institución de la que había sido uno de sus principales artífices desde su responsabilidad ejecutiva regional. Actualmente es presidente del Club Siglo XXI. El relato de Barreda es autocrítico y “desde abajo”, como un militante de base Su libro, Un militante de base en (la) Transición, cubre, básicamente, su etapa juvenil, en la década de los setenta, cuando era militante comunista, defendía la revolución y despreciaba la socialdemocracia. Años en que desarrolló su formación universitaria e investigadora en Madrid. Destacables son sus experiencias personales en la Facultad de Filosofía y Letras (Geografía e Historia) de la Complutense, como representante estudiantil, a propósito de las luchas universitarias del tardofranquismo. Muy relevantes son sus recuerdos del juicio 1.001 contra la cúpula de CC.OO. y el contexto marcado por el atentado terrorista que acabó con la vida del almirante Carrero Blanco en diciembre de 1973. Especialmente significativo resulta su testimonio del entierro de los abogados laboralistas de Comisiones Obreras asesinados en el bufete de la calle Atocha, en enero de 1977. De la comitiva en la que participaron, bajo un impecable servicio de orden, tanto el autor como su mujer, Clementina Díez de Valdeón, mientras el monarca lo sobrevolaba en un helicóptero. Un acontecimiento que resultaría clave para la legalización del PCE. Como dice en el prólogo Nicolás Sartorius, su relato resume como pocos los debates y contradicciones de una juventud que quería hacer la revolución desde posiciones muy diversas, hasta que acabó descubriendo que la verdadera revolución era la democrática, porque “la democracia es revolucionaria”. En este sentido, el relato de Barreda es autocrítico y “desde abajo”, como un militante de base que, merced a su bagaje intelectual, observa y se relaciona con algunas figuras de la vida cultural y del activismo vecinal, sindical o político en una sociedad en profundo cambio. Interesan asimismo sus reflexiones sinceras sobre la monarquía impuesta y su apuesta por un auténtico marco federal, ante la debilidad del marco autonómico. La evolución ideológica de Barreda, desde el catolicismo al marxismo, y su relato autobiográfico de una militancia antifranquista está en la línea de otros libros publicados recientemente en la misma editorial La Catarata por Eugenio del Río, Jóvenes antifranquistas (1965-1975) y por Francisco Alburquerque Llorens, Cambiar la sociedad, cuya reseña conjunta escribió el propio Juan Sisinio Pérez Garzón en “Babelia”, suplemento cultural de El País, el 15 de agosto de 2024. Poner en conexión las obras de dos autores que han escrito sobre el pasado de sus respectivas tierras antes de hacer su propio ejercicio autobiográfico permite detectar los diferentes caminos de las memorias, que son generacionales, pero también porosas. El historiador Julio Aróstegui, que desde la cátedra extraordinaria Memoria histórica del siglo XX de la Universidad Complutense –que dirigió desde su origen en 2004 hasta su fallecimiento en 2013— tanto aportó a poner en diálogo el mundo académico con el activismo social, puso especial énfasis en las memorias dominantes: 1) de “confrontación”, de quienes vivieron la guerra; 2) de “reconciliación”, de sus hijos; y 3) “de reparación”, de los nietos. Pues bien, Barreda y Aguirre, que comparten generación, mantienen una sensibilidad diferente al respecto. Mientras el manchego mantiene que durante la Transición no hubo pacto de “olvido”, sino de “silencio” y defiende claramente la memoria de “reconciliación”, el riojano reconoce las limitaciones del pacto aludido y se sitúa más próximo a la memoria “de reparación”, pues, a su juicio, “fue la Memoria la que se quedó encerrada [desde la Transición] entre cuatro paredes y miles de cunetas. A estas alturas mucho hemos avanzado, pero...”. Poner en conexión las obras de dos autores que han escrito sobre el pasado de sus respectivas tierras antes de hacer su propio ejercicio autobiográfico permite detectar los diferentes caminos de las memorias Desde ese prisma, Jesús Vicente Aguirre González (Logroño, 1948) ha escrito una minuciosa crónica de los setenta, De algunas cosas me acuerdo…, aunque se proyecta más allá de esos años. Usa como hilo conductor su entorno musical y familiar. Música, política y vida cotidiana se funden –y confunden, entre actos de partido y actuaciones musicales– en una etapa marcada por una censura tardofranquista desbordada por los gritos de libertad de quienes querían superar una España en blanco y negro. Un relato en el que sus coetáneos se pueden identificar, por activa o por pasiva. Porque el autor decidió agarrarse a disfrutar de la vida renunciando a un empleo fijo y bien considerado en una ciudad de provincias, decidiendo viajar por una Europa de libertades que entonces se soñaban para España. “Qué vida más dura la del artista”, es la frase –no exenta de ironía– con la que remata uno de sus epígrafes, antes de regresar a su Logroño natal. Todo dato biográfico aportado por Aguirre está contextualizado con enorme precisión, fruto de un trabajo de memoria y de una documentación prodigiosa –los apuntes y papeles a los que alude en varias ocasiones–, que acompaña de un ágil manejo de la pluma. Sus descripciones son tan visuales que el lector llega a acompañarlo en sus conciertos, en sus viajes y en sus paseos o conversaciones con otros cantantes, unos más famosos que otros. Su aportación a la historia desde abajo del tardofranquismo y de la Transición es a través de la banda sonora de un cantautor que no obtuvo la fama o el reconocimiento de otros de sus colegas, pero que maneja el dato y su prosa con la misma precisión que sus canciones. De París a Londres, con idas y vueltas por Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Suiza, Italia y Alemania, donde entra en contacto con la bohemia cultural, pero también con exiliados políticos y económicos, mientras caen las dictaduras del sur, incluida la española. Un paisaje musical plagado de ilusiones y esperanzas que permite cierta mirada nostálgica, pero que no oculta ese pasado lleno de grises y penurias, en espera de la muerte de un dictador que parecía no iba a ocurrir nunca. “Mil años tardó en morirse”, según cantó su amigo Joaquín Sabina, que aparece en el libro en su etapa de juventud, y que, según confesión propia, tanto ánimo recibió de los protagonistas de este libro. Aunque la dictadura perduró el tiempo justo como para que no viniera la anhelada ruptura, “llovió a cántaros”. Y nos quedan las impresiones de Aguirre a modo de diario, acompañadas de los respectivos informes policiales sobre sus actividades, en una dialéctica que permite contrastar visiones opuestas de la misma realidad. Del grupo Carmen, Jesús e Iñaki confesó Joaquín Sabina que “tienen algo de los legendarios trovadores americanos, Pete Seeger o Woody Guthrie; de la delicadeza menuda de Violeta Parra; porque, como ellos, lo han dejado todo, han vivido precariamente, han subido a muchos trenes, cantado en la calle, en mítines, en fábricas, en bares; se han pateado Europa, país a país; han cantado en Cataluña y Madrid; en La Rioja, pueblo a pueblo... Es que no se limitan a llenar de vino nuevo los viejos odres de la tradición, sino que fabrican, además, su propio vino, su propia música; en otras palabras, que no ‘actualizan’, sino que CREAN”. Y una de sus principales creaciones musicales, La Rioja existe, pero no es, escrita en los orígenes de la comunidad autónoma, se convirtió en el himno popular que acompañó la creación de esa comunidad autónoma, sobre todo tras la muerte prematura de su mujer y vocalista, Carmen Medrano, en julio de 1979. Aunque no dejó de cantar, Jesús Vicente Aguirre se dedicó a otras actividades profesionales, principalmente como funcionario en su ciudad natal, donde desarrolló una nutrida producción bibliográfica, en la que destaca su Introducción al folclore musical de La Rioja (1986), La Rioja empieza a caminar (2000, reeditado en 2003), La vida que te empuja (2004), Aquí nunca pasó nada: La Rioja, 1936 (2007, reeditado varias veces), Antes de que suene el primer vals (2010), Ejercicio de escritura (2014), Al fin de la batalla y muerto el combatiente (2014) y Lo que pasó (2019). Con este nuevo libro, Aguirre completa el círculo y, queriendo mostrar sus raíces, nos describe las nuestras. No queda sino recomendar encarecidamente ambos libros, que se complementan perfectamente, para entender mejor las memorias de un tiempo, de un país… no tan lejano. BARREDA FONTES, José María, Un militante de base en (la) Transición, Madrid, La Catarata de los Libros, 2024, 240 págs. ISBN: 978-84-1067-046-4. Prólogo de Nicolás Sartorius AGUIRRE GONZÁLEZ, Jesús Vicente (2025), De algunas cosas me acuerdo…, Logroño, Biblioteca Riojana, 2025, 336 págs. ISBN: 978-84-127881-2-9. Fuente → nuevatribuna.es La Voz de la República - Todas las Noticias RSS El Primer DNI Republicano
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