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Dictadura y democracia: cincuenta años despuésJulián Casanova Todos los países europeos tienen historias infames en el siglo XX y una parte de sus sociedades se resiste a recordarlas o prefiere el olvido. Al contrario que las luchas heroicas, los triunfos militares o las celebraciones de la grandeza nacional, los pasados traumáticos o sucios no se prestan a relatos fáciles o de autobombo. En la España de la transición y de las dos primeras décadas de la democracia se evitó una confrontación directa con los crímenes de la dictadura de Franco. Algunos historiadores aceptamos el reto: investigar, sacar las partes ocultas del pasado, llevarlas a los centros de enseñanza y diferenciar entre conocimiento documentado y propaganda o manipulación. En esos años de apertura de archivos y de renovación historiográfica tuvimos también un sueño noble: esas terribles historias de sufrimiento deberían ser estudiadas y conocidas por las generaciones futuras. La indagación, evaluación y contraste de las fuentes documentales, los debates historiográficos y la escritura y enseñanza de esa historia ofrecieron a un público amplio un conocimiento detallado del pasado de dictaduras, revoluciones, fascismos y violencia. Europa había dejado atrás ese sinuoso y cruel destino y las democracias mostraban un claro compromiso de extender a través del Estado los servicios sociales a la mayoría de los ciudadanos y de distribuir de forma más equitativa la riqueza. Había un claro contraste y enormes diferencias entre las democracias y el terror de los asesinatos y las políticas de exclusión y venganza. Los españoles y otros países con dictaduras longevas tardamos en saberlo, pero toda Europa, occidental y oriental, confluyó en la última década del siglo XX en esa ruta. Era el triunfo de la ciudadanía, de los derechos civiles y sociales, tras décadas de sinuosos y turbulentos destinos. Todo ha cambiado en los últimos años. En la mayoría de los países de la Unión Europea algunos políticos, historiadores y propagandistas en las redes sociales comenzaron a convertir a aquellos tiranos y criminales de guerra en modernizadores y santos, con un mensaje nuevo: entre las dictaduras y las actuales democracias no hay grandes diferencias y a veces el autoritarismo trae más beneficios que la libertad. El olvido no hará desaparecer el recuerdo de las ejecuciones, las cárceles, la tortura, el miedo y la sumisión, porque nadie ha encontrado todavía la fórmula para borrar los pasados sucios, que vuelven a la superficie una y otra vez Esa ola de revisionismo, que estaba ya presente en algunos debates académicos, coincide ahora con un momento en que las democracias europeas, y otras muchas en el mundo, se están volviendo más frágiles, la política democrática sufre un profundo desprestigio, impulsado por el crecimiento de organizaciones de extrema derecha, neofascismos y ultranacionalismos. Reaparecen los fragmentos más negros de una historia que parecía superada y las generaciones más jóvenes se alejan de las ideas y proyectos que, a través de la soberanía nacional, las libertades y derechos individuales, ayudaron a consolidar esa edad de oro de la democracia y del Estado del bienestar. Han pasado cinco décadas desde la muerte de Franco y esa dictadura forma parte de la historia, un tema de estudio consolidado en los proyectos de investigación universitarios, en congresos y publicaciones científicas, difundida en decenas de libros, aunque encuentra más dificultades para colarse en la práctica docente de muchos centros escolares. Es normal que sea también objeto de controversia y ruido político. Porque, con memorias divididas, esa historia de atrocidad moral ha proyectado su larga sombra sobre el presente. Lo extraordinario, sin embargo, es que en 2025, cincuenta años después de la muerte de Franco, tras varias décadas de democracia con un amplio conjunto de derechos y libertades ciudadanas, la propaganda y mentiras de quienes se consideran sus herederos quieran impedir el recuerdo y la difusión del conocimiento histórico con el argumento de que todo responde a una manipulación de Pedro Sánchez y de su Gobierno. El olvido no hará desaparecer el recuerdo de las ejecuciones, las cárceles, la tortura, el miedo y la sumisión, porque nadie ha encontrado todavía la fórmula para borrar los pasados sucios, que vuelven a la superficie una y otra vez. Las sociedades democráticas deben transmitir esas experiencias de violencia política y de violación de los derechos humanos a los jóvenes y a quienes no formaron parte de esa historia. Necesitamos educación, enseñar ese pasado con libertad, democracias que luchen contra la corrupción y redistribuyan mejor los bienes y servicios. Y políticos más comprometidos con los más débiles, con el diálogo y con la negociación, con el ideal de una Europa libre y justa, antes de que el neofascismo y la hostilidad al sistema democrático nos sitúen de nuevo al borde del abismo. La historia ofrece lecciones y es un buen antídoto para los bulos, la manipulación y el desprecio del conocimiento. Cincuenta años después. _________________________ Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza. Fuente → infolibre.es La Voz de la República - Todas las Noticias RSS El Primer DNI Republicano
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