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El joven quinteto irlandés es la banda del momento, y del concierto de este sábado presentando su nuevo disco 'Romance' se hablará como uno de esos eventos históricos que se recordarán muy lejos en el tiempo‘Songs Of A Lost World’, el nuevo disco de The Cure que señala el camino hacia un apoteósico final Igual que Joan Crawford bajaba las escaleras de su mansión en la película de Billy Wilder Sunset Boulevard, Fontaines D.C. arremetió su concierto de la noche del sábado en el WiZink Center de Madrid envuelto en lentejuelas y galanterías de otra época. Ese ambiente decadente, en el mejor sentido de esta palabra, aúna excentricidad y ocaso, amor por un pasado desaparecido pero esplendoroso, casi anacrónico. Se vislumbran las secretas intenciones del cantante del quinteto irlandés, Grian Chatten, al expresar su interés en transmitir esa atmósfera a lo Sunset Boulevard en su nuevo trabajo. Nada más que esta vez no se trata del Hollywood dorado de los años 30 y 40, sino la etapa dorada de la música indie de los años 90. Empieza la fiesta con Romance, el tema que da nombre al nuevo disco, y se advierte ya la perturbadora tristeza existencialista de estos veinteañeros poetas. En una industria musical en el que las bandas de guitarras han desaparecido del centro de atención público, ellos han realizado una obra coral y heterogénea que persiste en las guitarras y el pop britanico independiente de siempre. Skinty Fia, su anterior disco, era ya una culminación post punk de un estilo que no tenía más recorrido. Romance (2024) rompe la baraja y cambia la línea clásica de siempre. Esta trasformación no la vimos venir y ha trasformado a la larva en una mariposa de gran éxito, que lo mismo nos sorprende siendo nominada por los premios Grammy o invitada por Jools Holland para su late night. Fontaines D.C. realiza un bricolaje estilístico de influencias muy diversas y plurales. Este es un trabajo de amor a todos los grupos clásicos del pasado, donde las influencias de grupos de la era dorada de la música independiente como Pixies, The Cure o Happy Mondays se mezclan con otras más mainstream como Lana del Rey o Depeche Mode. La mano del productor James Ford y las excelentes composiciones terminan de apuntalar una de las grandes obras maestras de los últimos años, un disco anacronico-consciente, una entrega rosa y luminosa que rompe de un plumazo el techo indie de la banda, y la impulsa a un territorio mucho más ambicioso. La arriesgada jugada ha asaltado la banca, Romance es un trabajo ampliamente aclamado por la crítica y el público. Así pues, se palpa en el ambiente de los aledaños a las entradas del WiZink una electricidad especial. Vienen los salvadores del rock and roll independiente. Se nota en el público madrileño unas ganas locas por encontrarse de nuevo con la banda, esta vez en un escenario más acorde a su notable éxito, con capacidad para miles de feligreses, organizado también por Houston Party Music, al igual que en su anterior concierto celebrado hace dos años en la sala Riviera. Las visitas a Madrid no son unas visitas cualquiera para la banda, ya que el guitarrista Carlos O'Connell nació en esta ciudad, hijo de padre español y madre irlandesa, y vivió en la capital hasta los 18 años. Muchos amigos y familiares de Carlos estarían entre el público, lo cual seguro que es muy especial para el guitarrista. De hecho fue él el primero que se comunicó con el público: “Muchas gracias, muy bonito”. Uno de los momentos que más rompió la etiqueta de la noche fue cuando él empezó a cantar Tesoros de Antonio Vega, un momento tan surrealista como emotivo. Por supuesto, en la pista se encuentra una gran mezcla de fieles del grupo, numerosos seguidores extranjeros y también venidos de todos los rincones de España, ya que esta es la única fecha que pasa por el país en este Romance European Tour que comenzó el día anterior en Lisboa, y que les va llevar por 11 fechas más por toda Europa hasta terminar el 24 de noviembre en Cardiff. Una gira no muy extensa, pero que cuenta ya con varias citas cerradas sin entradas disponibles. No es para menos dado el aura de salvadores del rock and roll con el que se menta su nombre en muchas ocasiones. Según lo esperado, como no podía ser de otra manera, Fontaines D.C. es uno de esos proyectos transgeneracionales, con un espectro de edades muy heterogéneo entre el público. Los cincuentones indies más tradicionales acudieron a la llamada con unas ganas renovadas, muchos con sus hijos y por fin viendo en el escenario a una banda con integrantes menores de 50 años. ¡Caramba, si tienen menos de 30 años! ¿Cuanto tiempo hace que no vemos en un concierto de estas características y de estas dimensiones a músicos de menos de 30 años sobre el escenario? Resulta muy bonito encontrar gente muy joven, vestidos como ellos, con pelos de colores, mezclada con otros mayores con sus camisetas de los Pixies o Pulp y con las chaquetas vaqueras coronadas por unas gafas de pasta en el rostro. En la puesta en escena de Fontaines D.C. se acabaron las chaquetas de cuero y los vaqueros, la normalidad indie y la actitud rockera. Fontaines D.C. parece uno de esos juegos de madera para los niños en el que vas cambiando la ropa por piezas, y las vas colocando en el torso, cabeza, piernas, hasta completar un divertido desaguisado. El bricolaje también llegó a la estética de la banda con trenzas, mechas, cuero, camisetas de equipos de fútbol, faldas, con colores chillones y llamativos. Existe por parte de ellos una intención manifiesta de romper con los esquemas básicos de la cultura machista y cerrada del rock and roll. Y todo ello unido a la estética e intenciones del disco, haciendo estallar sin vergüenza muchos estereotipos viejunos y trasnochados del indie tradicional. Una bandera palestina cuelga del teclado, la única bandera que compite en protagonismo con la irlandesa, de la que tanto presumen y que emerge en todo el escenario al final de I Love You, en medio de ese apoteósico final que fueron los bises. Grian Gratten no es un cantante con mucho carisma, y su timidez y frialdad le impiden tener un contacto muy directo y emocional con el público. El fuerte de Fontaines D.C. es la rigurosa técnica con la que están ejecutadas las canciones, que suenan realmente bien, quizá no sean los mejores músicos del mundo pero el grupo está perfectamente sincronizado, son una sola voz, y su hieratismo juega en la misma liga que unos The Cure por ejemplo. Mientras, un corazón plateado con forma de globo flota sobre el escenario, con una decoración muy espartana pero muy bien aprovechada, con unos efectos muy notables que juegan con la ambientación de cada canción. Televised Mind trae efectos más psicodélicos, Here's the thing juega con distintos colores sobre el corazón, y así en cada canción el corazón parece palpitar al ritmo de la banda, que poco a poco va acompasándose con el ritmo vital de todos los asistentes, que apenas pueden aguantar la ansiedad emocional de terminar la noche con Starbuster, posiblemente el clásico definitivo de la banda, un tema de rap que ha venido a revolucionar el pop indie tal y como lo conocíamos. No todos los días se ve con tanta claridad la grandeza del futuro. Es cierto que Fontaines D.C. se harán grandes y este concierto lo ha demostrado. Ojalá cuando estén ya en la cima el resultado sea tan excitante como el camino hasta llegar a ella.
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