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Desde tiempos remotos, el hampa ha necesitado un lenguaje en clave para que nadie se entere de lo que traman. En Nicaragua, el escaliche ha ido más allá del mundo de los delincuentesCuando una dependienta a la que apenas conoces te llama ‘corazón’ Pues me cayeron tres mosaicos abriles en canadá por cuajipal y cateador; y estoy gacho, muy gacho. Ya son muchas galletas las que he recibido en el pacheco tambo y creo que ya nunca en mi bicicleta puncharé, ni paquetearé… ¿Has entendido algo del párrafo anterior? Imagino que nada, o naipe, como dirían los pandilleros que merodean por el mercurio (mercado) oriental y por los barriletes (barrios) de Managua. Pues me cayeron tres años de cárcel por ser jefe de una pandilla y por querer buscar pelea; y estoy triste, muy triste. Ya son muchos golpes los que he recibido en la fría cárcel y creo que ya nunca en mi vida robaré, ni pelearé… Mejor ahora, ¿no? Como habrás comprobado, el escaliche apenas resulta comprensible para alguien que vive totalmente ajeno a la realidad de los pandilleros. El texto es el comienzo del cuento Tres mosaicos abriles, del escritor nicaragüense Francisco-Ernesto Martínez, quien afirma que lo más complicado de esta jerga es “la constante incorporación de palabras nuevas a un ritmo imparable y la rapidez con que se generan las conversaciones”. Para intentar descifrar los códigos de comunicación de los pandilleros, Róger Matus Lazo, académico y lingüista nicaragüense, se introdujo en los bajos fondos del país en los años 90. De dicha experiencia nació el libro El lenguaje de pandillero en Nicaragua, donde Matus Lazo recopila más de 1.500 palabras y explica cómo se forman estos términos que constituyen, más que un idioma propio, una deformación del lenguaje establecido. Además de crear nuevos vocablos, el académico nicaragüense cuenta a Archiletras que “el pandillero incorpora a su ‘lenguaje’ muchas palabras de estudiantes y jóvenes de barrios circunvecinos, pues comparten su significado. Pongo como ejemplo el término perrera, que es una fiesta popular callejera”. Utilizan también voces propias del malespín, especie de argot inventado a mediados del siglo XIX por un general salvadoreño de apellido Malespín. De esas palabras, dos han entrado al uso popular de nuestra habla: tuani (bueno) y nelfis (nalgas), añade Matus Lazo. El trasvase léxico es recíproco, pues el lenguaje coloquial del país también bebe de la jerga de los pandilleros. Como señala la investigadora Elizabeth Ugarte Flores, “muchos términos y expresiones del escaliche se incluyen en las conversaciones diarias y en la convivencia familiar”. Dos ejemplos de este intercambio son maje (chaval) o traído (enemistad entre pandillas), palabra que ha ampliado el sentido a “enemistad entre dos o más personas”. Insultos, drogas y armas Las palabrotas y los insultos están muy presentes en el escaliche y esto también ha permeado en la lengua coloquial nicaragüense. Manuel Belly, líder comunitario del barrio de la Luz en Managua, nos explica que hay un código de respeto para utilizar estas palabras. “Si nos conocemos, podemos saludarnos diciendo qué nota hijueputa, perro, cochón o ladrón. Sin embargo, si llega alguien desconocido y me habla así, me pongo braco, me pongo al brinco, me enturco (diferentes formas de dar a entender que la situación se vuelve tensa)”. Otros términos con gran acogida son los relacionados con el alcohol y la droga. Con este oscuro menú puedes terminar alucín, ennotado o alocado (drogado): alacrán (marihuana), sudada (cerveza), medalla (medio litro de licor), litrógeno o leche (licor), tabari (cigarro), aspiradora o cocodilla (cocaína), misiles (cigarros de marihuana), por citar solo algunos. Y, en un ambiente violento, las armas no pueden faltar. Palabras, algunas de ellas aparentemente inofensivas, pueden dar mucho pudín (miedo): hermana (pistola), lengua larga (machete), purgante (puñal), tunca (navaja) y chuzos (cuchillos). El escaliche forma parte incluso de la literatura del país. Ugarte Flores destaca que la novela Managua Salsa City (¡Devórame otra vez!), publicada en 1951 por el escritor nicaragüense-guatemalteco Franz Galich, “transformó la narrativa nicaragüense y, hasta la fecha, es la única obra que ofrece un escenario construido con el lenguaje de la calle; principalmente con la jerga de las bandas delincuenciales de Managua”.
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