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Si fuese posible, si acaso se pudiera, una columna como un poema, una columna que conjure el miedo, que convoque la vida, que disuelva el barro, que recupere lo perdido, una columna que salve las vidas que nunca debieron perderse. Una columna como un poema, como un canto, como una invocación a la justicia, a lo que cada quien espera del destino, de la suerte, de la alegría. Una columna como las de Manuel Vicent, sin puntos y aparte, todo de seguido, una columna coherente y lúcida, no como estas mías, que son "un cuento contado por un loco, lleno de ruido y de furia", como es casi siempre el mundo, tan inhóspito, tan cruel, tan atormentado. Una columna que no fuese la destilación del dolor, que no pretendiese ser el imposible escudo contra la desgracia y contra la barbarie que se barrunta ahora que la gente ha decidido, una vez más, votar al diablo, dejar el mundo en manos del peor, del más terrible, del más cobarde, del que más odia. Una columna que fuese un antídoto contra todo ese veneno que se nos va a venir encima, contra toda la avalancha, la imparable riada de antipatía que tiene el tipo que grita, el tipo que insulta, el tipo que quiere disparar contra todos los que no le bailan el agua. Una columna que trajese el sol, la paz de una mañana de junio, con todo en orden y los vencejos ya de regreso. Una columna que fuese capaz de la calma, al menos la calma, ya sería suficiente poder salir a la calle y encontrar a los vecinos sanos y a salvo, sin botas de agua, sin miedo, sin desolación. Una columna que restableciese el mundo sin tener que inventarlo, que no tuviera que llevar el consuelo, que fuese la efímera compañía del café primero y luego olvido, que es lo que casi siempre son las columnas porque así está bien, no es preciso más. Los periódicos se escriben para eso, para ser perecederos, transitorios, no llegan a vivir siquiera un día, pero al día siguiente hay otro, escrito también sobre el agua para que se lo lleve pronto el viento. Una columna, si fuese posible, como un poema, que aspirase al canto, acentuada como una música. Una columna que cumpliese la condición que me enseñó Paco Umbral, "de cada ocho una lírica, joven", y fuese efectivamente la octava y tuviese la obligación de parecerse a un poema, de ser un poema, de alegrar la vida a quien la leyese y le hiciera olvidar por un momento todo lo que duele tanto. Una columna que pasara a la historia al menos por un rato, lo que dura el primer café de la mañana.
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