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Octubre 1934 (I). La forma de una revolución

Octubre 1934 (I). La forma de una revoluciónEn octubre de 1934 miles de milicianos se lanzaron a una insurrección revolucionaria en Asturias. ¿Qué les convenció para movilizarse? Con la mirada puesta en la política a nivel cotidiano, Un pueblo revolucionado se adentra en el estudio de los conflictos en torno al «pueblo», en el análisis de la hegemonía política y del poder estatal como ejes centrales de la radicalización y movilización. Las luchas cotidianas, desde el activismo de los inquilinos a las difamaciones anticlericales, a los boicots o a las acciones policiales, interactuaron con la esfera nacional e internacional, lo que nos permite reevaluar el fenómeno conocido como la «radicalización» -un término tan empleado como malinterpretado-, arrojando nueva luz sobre los orígenes, el desarrollo y las consecuencias del octubre asturiano. Introducción. La forma de una revolución  Matthew Kerry Zeitlyn Fellow and Associate Professor in the History of Europe since 1870 Jesus College – University of Oxford  «UHP. Jurad sobre estas letras hermanos antes morir que consentir tirano» rezaban las palabras escritas con pintura blanca en el lateral de un vagón de tren que partía de Barcelona hacia el frente durante la fase inicial de la Guerra Civil. Por encima del eslogan, unos milicianos sonrientes se asomaban a las ventanillas y levantaban los puños cerrados en un saludo antifascista hacia el fotógrafo Robert Capa, que capturó el momento en una imagen icónica.[1] «UHP» –«Uníos, Hermanos Proletarios»– se había convertido en un símbolo antifascista común en los meses anteriores a la guerra, ya fuera garabateado en las paredes, utilizado para etiquetar botellas de coñac o empleado como motivo en la cerámica.[2] La frase había sido acuñada dos años antes, en octubre de 1934, durante una insurrección revolucionaria de dos semanas en respuesta a la entrada en el Gobierno de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), un partido de derechas que profesaba poco respeto por la joven Segunda República. Prevista como un movimiento de alcance nacional, sólo en Asturias tomó la revuelta la forma de un ataque prolongado y un experimento revolucionario. Mientras Oviedo retumbaba con el sonido de los disparos y las explosiones de dinamita al luchar las fuerzas gubernamentales y las milicias de izquierda por el control de las calles, las patrullas revolucionarias realizaban el saludo del puño cerrado y exigían la contraseña de «UHP» en las cuencas mineras que constituían el corazón de la insurrección. Los pueblos estaban en manos de comités revolucionarios formados por políticos locales y sindicalistas procedentes de las filas de los socialistas, anarquistas y comunistas. Los comités emprendieron una serie de actos conscientemente revolucionarios, desde la prohibición del dinero hasta la distribución de bienes y alimentos requisados, al tiempo que reconfiguraban la economía local para satisfacer las necesidades de un esfuerzo bélico rudimentario, incluida la reconversión de las plantas siderúrgicas para blindar los vehículos. Las patrullas detuvieron a supuestos enemigos de la revolución, incluidos derechistas, empresarios y –especialmente– miembros de la Iglesia católica, que representaban casi dos tercios de las aproximadamente cincuenta víctimas de las «furias» revolucionarias, que fueron asesinadas o murieron en circunstancias poco claras durante la insurrección.[3] Al cabo de dos semanas, el movimiento fue derrotado por el Ejército. El número total de muertos rondó los 1.500, lo que supuso más de la mitad de las muertes causadas por la violencia política durante la Segunda República.[4] Cómo y por qué miles de habitantes de las cuencas mineras estuvieron dispuestos a levantarse en armas contra el Gobierno y participar en la revuelta son las cuestiones centrales de este estudio, que examina los orígenes, el desarrollo y las ramificaciones del Octubre asturiano en el contexto de la Segunda República.   La forma de una revolución  Durante mucho tiempo ha existido el deseo de reducir los acontecimientos de Octubre de 1934 a un apelativo breve y simple, como «revolución», «revuelta» o incluso «golpe». La tentación de simplificar el episodio a una breve descripción es comprensible, pero contribuye poco a transmitir la realidad de un acontecimiento complejo y heterogéneo, aunque se modifique con un adjetivo como «defensivo» u «ofensivo».[5] Aunque el movimiento revolucionario fue planificado y ordenado por la dirección socialista de Madrid, sus objetivos estratégicos no coincidían necesariamente con los impulsos de los participantes de las bases, sobre todo porque la revuelta se experimentó como un proceso, aunque fuera de corta duración.[6] Por tanto, fue necesariamente ambiguo, controvertido e improvisado, ya que los militantes se esforzaron por definir qué era una revolución, a quién había que incluir en ella, el destino de los excluidos y cómo debía actuar un revolucionario. Una reciente reevaluación de la Semana Trágica de Barcelona de 1909 ha descrito la revuelta como «poliédrica», y este enfoque también puede aplicarse al Octubre asturiano.[7] Mi uso del término insurrección revolucionaria debería considerarse como una abreviación útil que hace referencia al Octubre asturiano como un proceso en desarrollo y en disputa que también tuvo diferentes significados para sus propios protagonistas en Asturias y más allá de la cordillera Cantábrica; antes, durante y después de la revuelta. El Octubre asturiano ha sido descrito como el último intento de toma del poder estatal mediante una insurrección armada en masa de la clase obrera en Europa.[8] El activismo revolucionario en sí no fue especialmente distintivo en el contexto de la Europa de entreguerras, ya que se produjo una explosión de activismo obrero izquierdista a raíz de la Primera Guerra Mundial.[9] Durante el conflicto, las imposiciones sobre la mano de obra por las necesidades de la guerra total, la escasez de productos básicos y las subidas de precios provocaron un aumento de las huelgas. El radicalismo se vio estimulada aún más por la percepción de la apertura de un nuevo horizonte de posibilidades revolucionarias tras el colapso del zarismo y la toma del poder por parte de los bolcheviques en Rusia. El radicalismo de posguerra se manifestó en una combinación de oleadas huelguistas por toda Europa, el movimiento de los consejos durante el biennio rosso italiano y la proclamación de los «soviets» en zonas como Hungría y Múnich, donde sectores radicalizados de la izquierda intentaron presionar e ir más allá de las nuevas repúblicas democráticas establecidas sobre las cenizas de los imperios caídos.[10] Sin embargo, es importante no exagerar el celo revolucionario. A pesar del miedo a la «amenaza roja», muchas de las reivindicaciones de los trabajadores se centraban en aumentos salariales y mejoras de las condiciones de trabajo más que en derrocar el orden social.[11] Escribir sobre la historia de estos temas pasó en gran medida de moda al final de la Guerra Fría, pero éstas han experimentado un renacimiento reciente y continuado.[12] El Octubre asturiano supuso el episodio más importante de agitación revolucionaria en la Europa de entreguerras después de estos espasmos de posguerra. Tuvo ecos de revueltas anteriores, pero se produjo en un contexto nacional e internacional muy diferente: los años treinta. Los vientos políticos dominantes se habían alejado del avance de la democracia liberal tras la Primera Guerra Mundial. El retroceso o las restricciones al régimen democrático comenzaron en Hungría e Italia y se aceleraron en Europa Central y Oriental durante la década de 1930, mientras los Estados europeos luchaban contra las consecuencias de la Gran Depresión, incluidos los problemas relacionados con el desempleo generalizado, junto con un radicalismo renovado y escenas de violencia política en las calles. Quedaba poco de las posibilidades revolucionarias y el horizonte de futuro abierto que habían surgido en 1919; los años treinta fueron más bien una década de una mayor oscuridad y menor esperanza tanto para los revolucionarios como para los demócratas de talante liberal. El Octubre asturiano se produjo en un periodo particular de crisis para la izquierda europea a mediados de los años treinta. Entre 1933 y 1935, la situación económica y el ascenso de la extrema derecha –especialmente la llegada al poder del nazismo– provocaron un periodo de examen de conciencia, replanteamiento y realineamiento. Esto incluía la experimentación con nuevas ideas económicas, como el «Plan de Man» belga, e iniciativas para construir la unidad de la izquierda.[13] Incluso en Estados democráticos estables como Holanda, los socialdemócratas se plantearon la estrategia de la violencia política.[14] También hubo espasmos de revuelta. 1934 destaca como un año de especial rebeldía y agitación. Los socialistas austriacos se rebelaron cuando el canciller Dollfuss reforzó su control autoritario sobre el creciente Estado corporativista y católico, mientras que casi simultáneamente las bases socialistas y comunistas francesas se unieron en una protesta masiva contra la amenaza que suponían las ligas de extrema derecha para la Tercera República francesa.[15] Además, ese año se produjo una fallida huelga general revolucionaria en Portugal, la aparición de una violenta política callejera en Gran Bretaña y varios días de disturbios en el barrio Jordaan de Ámsterdam. El Octubre asturiano fue una manifestación similar de descontento, pero también tuvo características revolucionarias que fueron más allá de las reacciones defensivas frente a la derecha radical en Francia y Austria. Cada episodio respondió a una dinámica nacional diferente y no hay que exagerar las similitudes, pero sí son reflejo de una crisis política cada vez más profunda. Comprender el Octubre asturiano requiere prestar atención a estos contextos locales, nacionales e internacionales. La forma misma de la insurrección revolucionaria se vio definida por la pugna sobre el significado de la revolución, la importancia del fascismo y la noción de defensa colectiva del «pueblo». Cabecera de El Socialista del 4 de octubre de 1934  Radicalización, radicalismo  La proclamación de la Segunda República en abril de 1931 constituía el último coletazo de la ola democratizadora que había recorrido Europa al final de la Primera Guerra Mundial. El baluarte de la nueva República fue el movimiento socialista, que formó parte de la coalición republicano-socialista que dirigió la Segunda República durante el primer «bienio» (1931-3). Al ocupar por primera vez cargos ministeriales en el Gobierno, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se unió a sus homólogos europeos, que también habían adquirido su primera experiencia de gobierno tras la Guerra, en una situación «inimaginable antes de 1914».[16] La influencia social y política del movimiento socialista a nivel nacional durante la República –y como principal fuerza política y sindical en las cuencas mineras asturianas– ha provocado que en ninguna historia de la II República «falte una referencia al fenómeno conocido por radicalización socialista», aunque durante mucho tiempo se ha lamentado lo poco que ha sido explorado y comprendido.[17] La «radicalización» sirve para describir el cambio que se produjo en el movimiento socialista, que pasó de participar en el Gobierno en 1931-3 a planear un movimiento revolucionario en 1933-4. Es fundamental en el largo debate sobre quién fue el responsable de llevar a España al umbral de la guerra civil cinco años después de que la proclamación de la República prometiera a sus partidarios un nuevo comienzo de democracia, libertad, laicismo y justicia social.[18] Los historiadores han hecho hincapié en la falta de voluntad de ciertos sectores de la derecha, la Iglesia, los terratenientes y las empresas para aceptar las intenciones reformistas de los Gobiernos republicano-socialistas, lo que radicalizó a los partidarios del Gobierno, o bien han acusado a la izquierda –principalmente a los socialistas– de «excluir» a la derecha y adoptar una actitud posesiva con respecto a la República.[19] El relato habitual de la radicalización gira en torno al líder socialista Francisco Largo Caballero, de quien se dice que respondió a la frustración de las bases adoptando una retórica radical para luego plantear una revolución en la primavera de 1934 en respuesta a la derrota electoral. Esta descripción plantea algunos problemas. En primer lugar, la falta de claridad en cuanto a la definición de radicalización significa que carece de valor analítico, ya que se ha utilizado como referencia tanto para un periodo como para un proceso.[20] Tan estrechamente vinculado está el término a los socialistas que es mucho menos común en el contexto del anarquismo o de la derecha política, aunque el término pueda definir también la evolución de estos movimientos.[21] En segundo lugar, el deseo de explicar el Octubre de 1934 a través de la radicalización fomenta la teleología en detrimento de apreciar el dinamismo y los azares de los procesos históricos. Además, la medición y descripción de la radicalización socialista se reduce a menudo a la figura de Largo Caballero, que trazó los planes del «movimiento revolucionario» en 1934. Su adopción de una retórica radical y su ascenso a la presidencia tanto de la Unión General de Trabajadores (UGT) como del PSOE se utilizan como pruebas de la radicalización. Esto se basa en la reputación de Largo Caballero como barómetro del estado de ánimo de las bases. Aun así, los estudiosos llevan tiempo señalando que su retórica radical es más sutil que unos meros llamamientos a la revolución.[22] Por último, en lo que respecta a las bases, las cifras de huelgas y desempleo han sido el indicador habitual del sentir de la clase obrera y el campesinado, aunque el uso de las estadísticas huelguistas como simple índice de radicalismo ha sido condenado con razón durante mucho tiempo.[23] La conflictividad laboral no era necesariamente sinónimo de radicalismo. En cambio, las explicaciones más convincentes sobre la radicalización han tendido a combinar factores económicos y políticos, pero muchos de estos argumentos siguen inevitablemente anclados en los supuestos de la historia laboral de los años setenta y ochenta, algo alejados de los enfoques culturales.[24] Cuando se reconoce la amenaza del fascismo, por ejemplo, se trata de un factor contextual internacional, más que de algo presente en los pensamientos, ideas y experiencias de los ciudadanos en la vida cotidiana. Manifestación del Primero de Mayo de 1934 en Mieres (foto: https://archivohistoricominero.org/)  Las explicaciones de por qué se rebelaron los mineros asturianos han tendido a reflejar la narrativa más amplia de la radicalización socialista. Las primeras interpretaciones hacían hincapié en la importancia del desempleo, pero el número de despidos en la industria del carbón fue reducido y no se puede relacionar fácilmente con un aumento de la protesta.[25] También se ha hablado de la experiencia acumulada en conflictos laborales, una cultura radical distintiva y la firma de una alianza sindical entre socialistas y anarquistas –la Alianza Obrera Asturiana– que resolvió la principal cuestión que dividía a la clase trabajadora: la filiación ideológica y organizativa.[26] Sin embargo, la tan mitificada Alianza Obrera no explica los orígenes de la insurrección. La ira por la frustrada reforma republicana es otro factor importante, que contribuyó a politizar unas huelgas que hasta entonces se habían centrado en cuestiones económicas.[27] Aunque la política laboral fue un aspecto fundamental del conflicto en las cuencas mineras, es necesario ampliar el enfoque para considerar otros puntos de fricción y división a nivel local. Desde el activismo en torno a los alquileres, pasando por las luchas sobre el papel del catolicismo en la sociedad española, hasta el temor a la aparición del fascismo; una amplia gama de factores se combinó para alimentar el radicalismo. Para comprenderlos es necesario prestar especial atención al lenguaje y a los imaginarios políticos, así como a la forma en que se regulaban los límites sociales, políticos y culturales a nivel local. Para entender la radicalización puede sernos útil recurrir a estudios de otros contextos, sobre todo porque una de las características que definen el periodo de entreguerras es el «radicalismo».[28] Este radicalismo puede referirse a la construcción del primer Estado socialista del mundo en Rusia, los efímeros soviets y las oleadas huelguistas tras la Primera Guerra Mundial, la agudización de los conflictos sociales y políticos, la aparición de las nuevas ideologías del fascismo y el comunismo, o las nuevas formas de hacer política, especialmente las luchas callejeras entre grupos paramilitares. Para comprender ese radicalismo, los historiadores han hecho hincapié en factores divergentes. Algunos se han centrado en la relativa homogeneidad política y social de las «ciudades rojas» o «pequeñas Moscús»: localidades o barrios con tradiciones izquierdistas distintivas, que perseguían proyectos de «socialismo municipal» o eran focos destacados de activismo.[29] Otros han argumentado que el radicalismo surgió de la fragmentación y la rivalidad. En el contexto de la Austria provincial, por ejemplo, los bastiones socialistas estaban aislados y rodeados de fuerzas políticas antagónicas, y su sentimiento de debilidad se canalizó en una hostilidad hacia el conservadurismo católico.[30] En otros casos se defiende de forma similar la importancia de las rivalidades locales y los territorios en disputa en el desarrollo de la política radical. Los distritos «radicales» del Berlín de Weimar albergaban significativos niveles de apoyo tanto al comunismo como al nazismo.[31] Aunque no son un ejemplo de socialismo municipal, las cuencas mineras asturianas han sido identificadas durante mucho tiempo como una zona «roja» sustentada por diversas culturas políticas, como el socialismo, el anarquismo y el comunismo. Estos movimientos compartían un lenguaje y ciertos valores políticos, pero estaban separados por la rivalidad y, en ocasiones, el odio. Al mismo tiempo, la derecha, aunque minoritaria en los valles, siguió existiendo y atrayendo apoyos. Este libro sostiene que la combinación de la hegemonía de la izquierda, que fue asumida por los militantes de izquierdas como un monopolio político, y una presencia minoritaria de la derecha es vital para entender el conflicto, el radicalismo resultante y la movilización en apoyo de una insurrección revolucionaria en las cuencas mineras asturianas. Tanto en los estudios sobre la radicalización en España como en el resto de Europa, el término «radical» o «radicalismo» permanece invariablemente sin definir. Hay una falta de interés en teorizar el radicalismo, especialmente en comparación con conceptos asociados como la revolución, que han sido objeto de una amplia atención académica. El radicalismo se da por supuesto. Quienes sí meditan sobre el concepto han tendido a adoptar un enfoque etimológico, según el cual el radicalismo tiene su origen en el término latino «radicalis» (raíz).[32] Sin embargo, definir el radicalismo como la búsqueda de la raíz de un problema no nos ayuda a entender el radicalismo como fenómeno histórico, sin distinguir tampoco entre radicalismo y política revolucionaria. Grupo de trabajadores de Nespral y compañía, El Entrego, San Martín del Rey Aurelio (foto: https://memoriadigital.asturias.es/)  Resulta más útil replantear la historia del radicalismo en términos de una serie de desafíos cambiantes y múltiples hacia lo que constituía el ámbito de la política.[33] Esto abarca diferentes momentos históricos en los que individuos y grupos han cuestionado el lugar que ocupa en las esferas privada y pública, a quién se permite participar en los procesos políticos y cómo debe librarse la lucha política. Esta forma de entender el radicalismo permite trazar similitudes, contrastes y continuidades entre episodios como las luchas de los radicales del siglo XIX a favor de la ampliación de los límites de la ciudadanía, la «politización de aspectos de la vida cotidiana antes considerados fuera del ámbito político» que Swett señala en el Berlín de Weimar y los intentos de los radicales de los años setenta por encarnar una nueva forma de ser y sentir que desafiara el orden capitalista.[34] Así pues, el carácter del radicalismo ha ido evolucionando de acuerdo con la naturaleza cambiante de la política. Esto también puede aplicarse al uso del «radicalismo» como término en sí. Los cambios de significado podrían ser bruscos. El examen de Nagy de los antecedentes del Soviet húngaro señala un cambio repentino en el radicalismo: mientras que antes designaba la oposición burguesa al feudalismo, a principios de 1919 el término se reformuló para significar apoyo al bolchevismo y oposición a la joven República húngara.[35] Es por tanto clave arraigar el significado del radicalismo en su contexto histórico. Este estudio emplea el radicalismo para caracterizar una forma de hacer política definida por un estilo combativo correspondiente al periodo de entreguerras. Este modo de hacer política se manifestaba en una vigilancia asertiva, incluso agresiva, de las identidades colectivas, bien sean políticas o más bien geográficas –la «comunidad local»–. Por extensión, la «radicalización» era el proceso dinámico, inestable y circunstancial por el que se adoptaba este estilo confrontativo de radicalismo.[36] La radicalización significaba un activismo y una confrontación crecientes, más que la búsqueda o defensa de una posición radical «fija». El radicalismo se acercaba a menudo hacia la política revolucionaria, pero no equivalía simplemente a mostrar simpatías comunistas o a dar un bandazo a la izquierda.[37] Por ejemplo, era posible que los partidos comunistas fueran conservadores en su modo de actuar. Como forma contingente de hacer política, el radicalismo podía estar impregnado de cualidades particulares. Por ejemplo, los socialistas españoles intentaron sin éxito encauzar el impulso radical entre las bases y reorientarlo hacia la moderación en 1932, mientras que cuatro años más tarde el radicalismo se vería influido por la fragilidad cuando los boicots y las purgas políticas en las cuencas mineras revelaron una crisis del pueblo tras la insurrección y la represión gubernamental. El radicalismo surgió de las divisiones y los conflictos locales y de la experiencia política vivida. Esta manera de entender el radicalismo libera a la radicalización de las restricciones de la política sindical y partidista y del marco temporal convencional de 1933-4, al examinar cómo los habitantes de las cuencas mineras reivindicaron hablar en nombre del pueblo. Las ideas y acciones de estos militantes fueron moldeadas por las relaciones sociales y la experiencia de la política y el poder estatal a nivel local, pero imaginadas y entendidas en relación con un contexto nacional e internacional más amplio.[38] El entorno industrial de las cuencas mineras asturianas fue un factor importante a la hora de condicionar la dinámica política y las relaciones sociales y económicas del lugar –especialmente los altos niveles de afiliación sindical y la densa red de instituciones políticas y culturales– pero el radicalismo debe considerarse como resultado emergente de la interacción de este orden político y social particular dentro del más amplio contexto nacional e internacional de la década de 1930. La minería fue importante para dar forma a la comunidad local, pero como subrayan ahora los estudiosos de las zonas mineras, no hay nada intrínseco que vincule minería y radicalismo.[39] Además, aunque los sindicatos eran organizaciones colectivas que seguían siendo fundamentales para la dinámica de la lucha económica y política en las cuencas mineras, la sociedad de las cuencas no puede reducirse a los sindicatos. Mitin de Belarmino Tomás en El Entrego, 1934 (foto: Museo de la Memoria de San Martín del Rey Aurelio)  Centrarse en el «pueblo» brinda la oportunidad de captar un abanico más amplio de conflictos más allá de la acción huelguista y evitar abordar la política local a través de la lente institucional del sindicato. El concepto de «community» ha sido criticado durante mucho tiempo, a menudo por su vaguedad y sus connotaciones positivas, hasta el punto de que se ha llegado a pedir que se deseche por completo como categoría analítica.[40] Pero para un historiador anglófono, el término «community» es útil para captar el doble significado del término español «pueblo», con sus connotaciones de lugar físico y grupo colectivo de personas. Esta doble naturaleza hace de «pueblo» un concepto evocador y productivo para examinar la política a nivel local en la década de 1930. En el contexto de este estudio, el pueblo es un grupo colectivo imaginado que se superpone o se asocia a una zona geográfica determinada. Los límites del grupo no son fijos, sino fluidos y están sujetos a un proceso constante de delimitación y disputa a través de la «regulación» informal y formal por parte de individuos y colectivos.[41] Durante el periodo de entreguerras, el pueblo o el barrio siguieron siendo el espacio en el que muchos se comprometían con la política. Proporcionaban el marco para entender el mundo político y eran una «fuente común de agravios y un medio común de expresión política», ya fuera en España, en el Berlín de entreguerras o en las cuencas mineras de Durham.[42] En España, además, la localidad ha desempeñado tradicionalmente un papel destacado en las identidades y como fuente para la acción política, ya fuera en zonas rurales o en zonas industriales, aunque cómo se proyectaban y movilizaban las ideas del pueblo no suele ser un objeto de estudio habitual, con la excepción de los importantes trabajos de Radcliff, Kaplan y Ealham.[43] Las ideas sobre quién y qué constituía el pueblo, cómo debía construirse la República a nivel local y las reivindicaciones de representar y encarnar al pueblo fueron todas ellas formas en las que el pueblo fue un componente fundamental de la acción y el conflicto políticos, alimentando así el radicalismo. Por tanto, es un error etiquetar la protesta de raíces comunitarias como una forma de acción colectiva claramente menos «moderna». El enfoque de este libro se centra en el seguimiento de la controvertida definición de pueblo y de la forma más amplia en que se entendía y practicaba la política a nivel local.  Recientemente se ha hecho un llamamiento a una mayor valoración de la práctica política a nivel local y, de forma más amplia, en el contexto de la República y más allá de ella.[44] Un sentimiento similar puede encontrarse en el argumento de Häberlen de que centrarse en la interacción entre las concepciones de la política y la acción política puede ayudar a romper los «esquemas» establecidos de la historia de la Alemania de Weimar.[45] Centrarse en la interacción de ideas, retórica y práctica política en las cuencas mineras asturianas puede lograr un propósito similar. Puede ayudar a matizar los recientes énfasis centrados en la intolerancia y la intransigencia, dibujar una trayectoria diferente de radicalización y sentar las bases para trazar el controvertido perfil de la revolución en la España de los años 1930. Mitin en la Casa del Pueblo de Oviedo, en vísperas de la revolución de octubre de 1934 (foto: archivo de Nortes)  Notas  [1] La imagen está incluida en R. CAPA, Death in the Making, Bolonia, 2020 [1938]. [2] J. LANGDON-DAVIES, Behind the Spanish Barricades, Nueva York, 1936, pp. 4, 23; Avance, 11 de julio de 1936. [3] Un estudio comparativo de las «furias» en las revoluciones francesa y rusa en A. J. MAYER, The Furies: Violence and Terror in the French and Russian Revolutions, Princeton, 2000. [4] Una discusión sobre las cifras y la poca fiabilidad de los datos en E. GONZÁLEZ CALLEJA, Cifras cruentas: las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la Segunda República española (1931-1936), Granada, 2015, pp. 11, 175-6. Para el cómputo más reciente de víctimas, véase P. GIL VICO, Verdugos de Asturias: la violencia y sus relatos en la revolución de Asturias de 1934, Gijón, 2019. [5] El Octubre asturiano como «defensivo» e insurreccional en D. RUIZ, Insurrección defensiva y revolución obrera: el octubre español de 1934, Barcelona, 1988. Un énfasis contrastado en una ruptura revolucionaria en, por ejemplo, J. AVILÉS FARRÉ, «Los socialistas y la insurrección de octubre de 1934», Espacio, tiempo y forma, serie v, Historia contemporánea, 20 (2008), pp. 152-3. Un ejemplo de descripción como «golpe» en E. BARCO TERUEL, El «golpe» socialista del 6 de octubre de 1934, Madrid, 1984. [6] Este énfasis en el proceso está influenciado por el trabajo de G. LAWSON, por ejemplo, «Within and Beyond the “Fourth Generation” of Revolutionary Theory», Sociological Theory, 34-2 (2016), pp. 106-27. [7] G. RUBÍ, «Protesta, desobediencia y violencia subversiva. La Semana Trágica de julio de 1909 en Cataluña», Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, 10 (2011), pp. 243-268. [8] Como destaca D. RUIZ, Octubre de 1934: revolución en la República española, Madrid, 2008. [9] Una reflexión más amplia sobre la relación entre el Octubre asturiano y el radicalismo de posguerra en M. KERRY, «The Last Echo of 1917? The Asturian October between Revolution and Antifascism», en S. Berger y K. Weinhauer (eds.), Rethinking Revolutions from 1905 to 1934: Democracy, Social Justice and National Liberation around the World, Cham, 2022, pp. 255-75. [10] Véase C. WRIGLEY, (ed.), Challenges of Labour: Central and Western Europe, 1917-1920, Londres, 1993; D. SASSOON, One Hundred Years of Socialism: The West European Left in the Twentieth Century, Londres, 1996, p. 32 y también G. ELEY, Forging Democracy: The History of the Left in Europe, 1850-2000, Oxford, 2002, pp. 131-8. [11] Por ejemplo, como se argumenta en R. BESSEL, «Revolution», en J. Winter (ed.), The Cambridge History of the First World War, II, Cambridge, 2014, pp. 126-44 y D. PRIESTLAND, «The Left and Revolution» en N. Doumanis (ed.), The Oxford Handbook of European History, 1914–1945, Oxford, 2016, pp. 77–96. [12] Como siempre, hay excepciones, por ejemplo G.-R. HORN, European Socialists Respond to Fascism: Ideology, Activism and Contingency in the 1930s, Nueva York, 1996; P. SWETT, Neighbors and Enemies: The Culture of Radicalism in Berlin, 1929-1933, Cambridge, 2004. Signos de un renovado interés por las revoluciones son K. WEINHAUER, A. McELLIGOTT y K. HEINSOHN (eds.), Germany 1916-23: A Revolution in Context, Bielefeld, 2015 y E. ABLOVATSKI, Political Violence and Revolution in Central Europe: The Deluge of 1919, Cambridge, 2019; R. GERWARTH, November 1918: The German Revolution, Oxford, 2020, junto a estudios más amplios como D. MOTADEL (ed.), Revolutionary World: Global Upheaval in the Modern Age, Cambridge, 2021. Entre los estudios clásicos anteriores figuran F. L. CARSTEN, Revolution in Eastern Europe, Londres, 1972 y A. RABINBACH, The Crisis of Austrian Socialism: From Red Vienna to Civil War, 1927-1934, Chicago, 1983. [13] Véase HORN, European Socialists y también ELEY, Forging, cap. 17. [14] K. MENNEN, «Necessary Evil, Last Resort or Totally Unacceptable? Social Democratic Discussions on Political Violence in Germany and the Netherlands», en C. MILLINGTON y K. PASSMORE (eds.), Political Violence and Democracy in Western Europe, 1918-1940, Londres, 2015, pp. 98, 100. [15] Véase RABINBACH, Crisis y B. JENKINS y C. MILLINGTON, France and Fascism: February 1934 and the Dynamics of Political Crisis, Abingdon, 2015. Barricadas en Gijón  [16] S. BERMAN, The Social Democratic Moment: Ideas and Politics in the Making of Interwar Europe, Boston, 1998, p. 2. [17] La cita en S. JULIÁ, La izquierda del PSOE (1935-1936), Madrid, 1977, p. 1. Véase también S. PAYNE, The Collapse of the Spanish Republic, 1933-1936: The Origins of the Civil War, New Haven, 2006, p. 52. La crítica de que la radicalización no se explica adecuadamente en P. PRESTON, The Coming of the Spanish Civil War: Reform, Reaction and Revolution in the Second Republic, Londres, 1978, p. 2; J. M. MACARRO VERA, «Causas de la radicalización socialista en la II República», Revista de historia contemporánea, 1 (1982), p. 222; S. SOUTO KUSTRÍN, «Taking the Street: Workers’ Youth Organizations and Political Conflict in the Spanish Second Republic», European History Quarterly, 34-2 (2004), pp. 132, 134. [18] Más sobre la promesa de la República en R. CRUZ, Una revolución elegante: España 1931, Madrid, 2014, pp. 203-53. [19] La obra clásica sobre la reforma y la reacción es PRESTON, Coming. Sobre la supuesta «intransigencia» y exclusión socialista, véase PAYNE, Collapse. Véase también F. del REY, (ed.), Palabras como puños: la intransigencia política en la Segunda República, Madrid, 2011. [20] Entre los relatos fundacionales cabe citar A. de BLAS GUERRERO, El socialismo radical en la II República, Madrid, 1978 y M. BIZCARRONDO, «Democracia y revolución en la estrategia socialista de la Segunda República», Estudios de Historia Social, 16-17 (1981), pp. 227-459. [21] Son excepciones C. EALHAM, Class, Culture and Conflict in Barcelona, 1898-1937, Abingdon, 2005; E. GONZÁLEZ CALLEJA, Contrarrevolucionarios: radicalización violenta de las derechas durante la Segunda República, 1931-1936, Madrid, 2011; S. LOWE, Catholicism, War and the Foundation of Francoism, Eastbourne, 2010. «Fascistización» sirve a un propósito similar, por ejemplo, I. SAZ, Fascismo y franquismo, Valencia, 2004 y E. GONZÁLEZ CALLEJA, «La violencia y sus discursos: los límites de la «fascistización» de la derecha española durante el régimen de la Segunda República», Ayer, 71 (2008), pp. 85-116. [22] S. JULIÁ, «Los socialistas y el escenario de la futura revolución», en G. Jackson et al., Octubre 1934: cincuenta años para la reflexión, Madrid, 1985, pp. 103-30. Para Largo Caballero respondiendo a las bases, por ejemplo, H. GRAHAM, Socialism and War: The Spanish Socialist Party in Power and Crisis, 1936-1939, Cambridge, 1991, pp. 44-7 y J. ARÓSTEGUI, Largo Caballero: el tesón y la quimera, Barcelona, 2013, p. 297. [23] BLAS GUERRERO, El socialismo radical, pp. 20-1. Crítica en MACARRO VERA, «Causas», pp. 183-6. [24] Véase BIZCARRONDO, «Democracia». Para una visión más reciente sobre las frustraciones a nivel local, S. VALERO GÓMEZ, «Reformismo y frustración en el ámbito local valenciano. Un elemento para la radicalización socialista durante la Segunda República», Ayer, 121-1 (2021), pp. 53-78. [25] RUIZ, Insurrección, especialmente p. 63. [26] RUIZ, Octubre. [27] A. SHUBERT, The Road to Revolution in Spain: The Coal Miners of Asturias, 1860-1934, Urbana, 1987. [28] Por ejemplo, PRIESTLAND, «The left», p. 78. [29] La bibliografía sobre estos temas es extensa, por ejemplo, J. MERRIMAN, The Red City: Limoges and the French Nineteenth Century, Nueva York, 1985; H. GRUBER, Red Vienna: Experiment in Working Class Culture, 1919-1934, Nueva York, 1991; A. SMITH, (ed.), Red Barcelona: Social Protest and Labour Mobilization in the Twentieth Century, Londres, 2002; T. KAPLAN, Red City, Blue Period: Social Movements in Picasso’s Barcelona, Berkeley, 1992; T. STOVALL, The Rise of the Parisian Red Belt, Berkeley, 1990; D. H. BELL, Sesto San Giovanni: Workers, Culture and Politics in an Italian Town, 1880-1922, New Brunswick, 1986; S. MACINTYRE, Little Moscows: Communism and Working Class Militancy in Interwar Britain, Londres, 1980; L. BOSWELL, Rural Communism in France, 1920-1939, Ithaca, 1998. Véase también A. KNOTTER, «“Little Moscows” in Western Europe: The Ecology of Small-place Communism», International Review of Social History, 56 (2011), pp. 475-510. [30] C. JEFFERY, Social Democracy in the Austrian Provinces, 1918-1934: Beyond Red Vienna, Londres, 1995, pp. 62 ff. Revolucionarios en el frente de Campomanes  [31] SWETT, Neighbors, pp. 54-5. [32] Por ejemplo, P. McLAUGHLIN, Radicalism: A Philosophical Study, Basingstoke, 2012. [33] En consecuencia, se ha tendido a asociar el radicalismo con la izquierda, aunque los estudiosos reconocen que no son conceptos coincidentes. Una crítica importante en C. CALHOUN, The Roots of Radicalism: Tradition, the Public Sphere and Early Nineteenth-Century Social Movements, Chicago, 2012. [34] Por ejemplo, SWETT, Neighbors, la cita en p. 139; J. HÄBERLEN, The Emotional Politics of the Alternative Left: West Germany, 1968-1984, Cambridge, 2018. Una visión general del siglo xix en G. CLAEYS y C. LATTEK, «Radicalism, Republicanism and Revolutionism: From the Principles of ’89 to the Origins of Modern Terrorism», en G Claeys y G. Stedman Jones, The Cambridge History of Nineteenth-Century Political Thought, Cambridge, 2011, pp. 200-54. [35] Z. NAGY, «Budapest and the Revolutions of 1918-19», en WRIGLEY, Challenges, p. 78. [36] Algunas perspectivas sociológicas han empezado a avanzar en una dirección similar, por ejemplo, E. Y. ALIMI, L. BOSI y C. DEMETRIOU, The Dynamics of Radicalization: A Relational and Comparative Perspective, Oxford, 2015. [37] Véase SOUTO KUSTRÍN, «Taking», pp. 134-5 y J. URÍA, «Asturias 1920-1937, el espacio cultural comunista y la cultura de la izquierda: historia de un diálogo entre dos décadas», en F. Erice (ed.), Los comunistas en Asturias (1920-1982), Gijón, 1996, pp. 271-5. [38] Me influyen los enfoques narrativos de la acción colectiva. Una visión general en F. POLLETTA y B. G. GARDNER, «Narrative and Social Movements», en D. Della Porta y M. Diani (eds.), The Oxford Handbook of Social Movements, Oxford, 2015, pp. 534-48. Véase también M. R. SOMERS, «Narrativity, Narrative Identity, and Social Action: Rethinking English Working-Class Formation», Social Science History, 16-4 (1992), pp. 591-629. [39] Para la correlación original entre minería y radicalismo, véase C. KERR y A. SIEGEL, «The Interindustry Propensity to Strike – An International Comparison», en A Kornhauser et al. (eds.), Industrial Conflict, Nueva York, 1954, pp. 189-212. Una crítica en D. GEARY, «The Myth of the Radical Miner», en S. Berger, A. Croll y N. Laporte (eds.), Towards a Comparative History of Coalfield Societies, Aldershot, 2005, pp. 43-64. [40] Por ejemplo, MACFARLANE, «History, Anthropology and the Study of Communities», citado en H. BARRON, The 1926 Miners’ Lockout: Meanings of Community in the Durham Coalfield, Oxford, 2009, p. 6. [41] Mi pensamiento sobre el pueblo está influido por A. COHEN, The Symbolic Construction of Community, Londres, 1985. Véase también G. DELANTY, Community, Londres, 2003. Véase también el enfoque de la política nacional francesa en J. WARDHAUGH, In Pursuit of the People: Political Culture in France, 1934-1939, Basingstoke, 2009. [42] La cita en E. ROSENHAFT, Beating the Fascists? The German Communist Party and Political Violence, 1929-1933, Cambridge, 1983, p. 11. Argumentos similares en SWETT, Neighbors; BARRON, 1926, p. 271; EALHAM, Class, p. 21. [43] Por ejemplo, como han señalado observadores extranjeros, entre ellos R. FORD, A Handbook for Travellers in Spain, I, Cambridge, 2011 [1845]), p. 2; G. BRENAN, The Spanish Labyrinth: An Account of the Social and Political Background of the Civil War, Londres, 1966 [1943], ix; y J. PITT-RIVERS, The People of the Sierra, Londres, 1954, por ejemplo pp. 28-30. Excepciones importantes son P. RADCLIFF, From Mobilization to Civil War: The Politics of Polarization in the Spanish City of Gijón, 1900-1937, Cambridge, 1996; KAPLAN, Red City; EALHAM, Class. Véase también la discusión en A. SHUBERT, A Social History of Modern Spain, Londres, 1990, pp. 190-2. Los estudios antropológicos clásicos han hecho a menudo del pueblo un objeto de estudio, pero han tendido a centrarse en las zonas rurales, por ejemplo, C. LISÓN TOLOSANA, Belmonte de los Caballeros: Anthropology and History in an Aragonese Community, Princeton, 1983; W. A. CHRISTIAN, Person and God in a Spanish Valley, Nueva York, 1972. [44] F. COBO ROMERO, La república en los pueblos: conflicto, radicalización y exclusión en la vida política durante la Segunda República (1931-6), Granada, 2021; C. HERNÁNDEZ QUERO, «La política en su contexto. Reflexiones para una historia cultural de la política hace cien años», Historia Contemporánea, 66 (2021), pp. 595-626. [45] J. HÄBERLEN, «Scope for Agency and Political Options: The German Working-class Movement and the Rise of Nazism», Politics, Religion and Ideology, 14-3 (2013), pp. 377-94. OLYMPUS DIGITAL CAMERA  Introducción e índice del libro de Matthew Kerry Un pueblo revolucionado. El octubre de 1934 y la Segunda República en Asturias (Granada, Comares, 2024) Índice Prólogo Introducción. La forma de una revolución La forma de una revolución Radicalización, radicalismo Capítulo I. Redefiniendo los «valles rojos» El contexto geográfico e industrial Vida social y política La primavera de los pueblos Capítulo II. Construir la República (1931-1932) La promesa de la República La política del trabajo La propiedad Gobierno y autogobierno Capítulo III. Anticlericalismo, disidencia y radicalización (1932-1933) Religión, rivalidad y radicalismo La crisis del carbón La retórica del radicalismo Capítulo IV. El fascismo y la política policial (1933-1934) Identificar la amenaza fascista La política policial ¡Uníos, hermanos proletarios! Hacia el borde del precipicio Capítulo V. Revolución Tomar el control Entre el re-empoderamiento y la revolución La comunidad revolucionaria Derrota Capítulo VI. Represión y redefinición de la política durante el largo 1935 Represión en caliente y en frío Una provincia en cuarentena Una oportunidad El retorno de la izquierda Capítulo VII. Un radicalismo frágil. La primavera de 1936 Elecciones Un pueblo fracturado Violencia A modo de conclusión. REVOLUCIÓN Y GUERRA, GUERRA Y REVOLUCIÓN Portada: Revolucionarios armados, imagen del libro de Antonio Suárez Vega La revolución de octubre de 1934: Sama y La Felguera como núcleos fundamentales del proceso revolucionario (Fundación Juan Muñiz Zapico, 2020) Fuente → conversacionsobrehistoria.info La Voz de la República - Todas las Noticias RSS El Primer DNI Republicano

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