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El último jerarca académico del franquismo El pasado 15 de diciembre, pasados los cien años de edad, falleció Luis Suárez Fernández, último y egregio representante de la universidad franquista. Su trayectoria es sobradamente conocida, desde su acceso en 1955 a la cátedra en Valladolid, universidad de la que llegó a ser Rector entre 1965-1972 y en la que permaneció hasta su incorporación a la recién creada Universidad Autónoma de Madrid en 1973, donde se jubiló en 1989 del servicio activo. Resulta necesario comenzar recordando que Suárez no fue, como muchos otros en su época, un historiador que ejerció sus funciones en un sistema universitario controlado por la dictadura. Su implicación en el régimen fue muy directa. Procurador en Cortes, como rector de universidad, llegó a ser Director General de Universidades e Investigación en el tardofranquismo. Por sus convicciones personales, entre las que cabe destacar su militancia en el Opus Dei, fue un acérrimo franquista, orgulloso miembro de una dictadura criminal que había asentado su dominio sobre la ejecución y la represión de decenas de miles de conciudadanos, entre ellos no pocos de sus colegas. Recordemos que el «atroz desmoche» del sistema académico ejecutado por Franco conllevó la depuración y el exilio de algunas de las principales personalidades académicas de la época, entre las que destacan R. Menéndez Pidal, Américo Castro o C. Sánchez-Albornoz, comprometidos con la República pero poco sospechosos de simpatías con la revolución bolchevique. La intachable hoja de servicios de Suárez reconocida con su designación como Rector Honorario de la Universidad de Valladolid y sendas condecoraciones (Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio y Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica). Su acérrimo e inquebrantable compromiso con el régimen, que se mantuvo hasta el final de sus días, fue acompañado de una indisimulada exaltación del propio dictador, en trabajos que pertenecen, por derecho propio, al género de la hagiografía, y que se beneficiaron de su relación privilegiada con la siniestra fundación encargada de preservar el «legado de Franco». Cabe recordar, por su fuerte repercusión mediática, su célebre biografía del Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, institución de la que fue miembro destacado, en la que blanqueaba al «caudillo» reduciéndolo a la categoría de mero «gobernante autoritario», pero no totalitario. Una burda manipulación que, con sano criterio, la institución decidió retirar de la más reciente versión online de la obra. La amplia influencia de Suárez en la universidad franquista resulta difícil de exagerar. No parece casual que su dedicación principal fuese, precisamente, el período medieval, al que la dictadura se remitió desde sus orígenes para legitimar el golpe de Estado contra la República. Desde sus orígenes decimonónicos, los estudios medievales estuvieron marcados por un fuerte conservadurismo asociado a la exaltación de la Reconquista como lucha de liberación nacional de ocho siglos de duración frente a los musulmanes. Suárez vinculó el medievalismo al franquismo de una manera intensa y persistente, sobre todo a través de una indisimulada exaltación del catolicismo como elemento central de la historia de España. Su labor está en el origen de una escuela académica protagonizada por un importante número de cátedras universitarias que han dominado el panorama de los estudios medievales en España hasta tiempos recientes. Los frutos de esa cepa vallisoletana han sido ciertamente diversos, y sería injusto y enormemente simplificador reducirla a un mero epigonismo franquista. Entre los discípulos hubo, de hecho, firmes opositores a la dictadura, incluyendo alguno afín al PCE. Al margen de cuestiones ideológicas o posiciones políticas, no cabe tampoco duda de que esa escuela contribuyó de manera importante a la renovación de los estudios medievales durante las décadas de los años 1970 y 1980. Sin embargo, visto con la perspectiva que da el tiempo, parece evidente que, con escasas excepciones, se trata de una tradición caracterizada por la adopción de perspectivas predominantemente conservadoras, es decir, poco (en algunos casos, nada) inclinadas a la necesaria revisión crítica de unos postulados historiográficos nacionalcatólicos de los que el maestro fue destacado representante, como revela su protagonismo en la ansiada beatificación de Isabel la Católica. La revisión a fondo del pesado legado franquista asociado a la labor de Suárez sigue siendo, por lo tanto, una tarea pendiente que el medievalismo apenas ha comenzado a desarrollar de manera incipiente durante los últimos años. Suárez vinculó el medievalismo al franquismo de una manera intensa y persistente, sobre todo a través de una indisimulada exaltación del catolicismo como elemento central de la historia de España Con su desaparición se extingue el último representante de un mundo académico que comenzó a experimentar profundas transformaciones desde los años del tardofranquismo. Poco tienen que ver la universidad y el medievalismo actuales con las realidades vigentes en 1975, ya que los cambios experimentados durante el último medio siglo han sido, en algunos casos, radicales. Asistimos, sin embargo, a un creciente revisionismo de la dictadura franquista que tiene su origen en la amplia y unánime reacción conservadora frente a las leyes de memoria democrática. La amplia repulsa de la derecha a la saca de la momia del dictador de su pirámide en 2019 fue un claro precedente de la deriva actual. En fechas recientes, la ultraderecha daba voz al revisionismo neofranquista desde la propia tribuna del Palacio de Congresos al describir la dictadura como «una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación para lograr la unidad nacional». Pocos días después, las dos fuerzas conservadoras volvían a mostrar su posición unánime ausentándose del homenaje que en la sede de la soberanía nacional se prestaba a las víctimas del franquismo. El blanqueamiento de académicos franquistas debe entenderse como otra expresión de este mismo fenómeno. En contra de lo que se ha publicado al hilo de su fallecimiento, el compromiso de Suárez se mantuvo intacto pese al paso del tiempo, con reiteradas y elocuentes declaraciones en las que se reafirmaba en su lealtad a la dictadura y su admiración por el dictador, justificando abiertamente el asesinato de Julián Grimau y mostrándose crítico con el «tópico» de la crueldad de Franco. De haberse producido realmente, su presunto «exilio interior», del que han hablado sectores académicos de la ultraderecha católica, lo habría realizado dentro del Valle de los Caídos, de cuya hermandad fue presidente. No cabe, por lo tanto, blanqueamiento alguno de la dictadura o de sus representantes académicos. Contra lo que podría pensarse, la desaparición del último jerarca de la universidad franquista no es un síntoma del eclipse definitivo del legado del régimen. Propulsada por el auge de los populismos de ultraderecha a nivel global, la manipulación del pasado constituye una de las más serias amenazas a la integridad de las sociedades democráticas. Al igual que el franquismo se sirvió de manera sistemática de la historia para legitimar sus fines, el actual revisionismo intenta difundir una visión amable de la dictadura soslayando su legado criminal de muerte y represión. Una peligrosa deriva de la que las autoridades harían bien en tomar nota y que los historiadores deben combatir mediante un mayor compromiso con la investigación y la difusión del conocimiento. ______________________________ Alejandro García Sanjuán es catedrático de Historia Medieval. Universidad de Huelva. Fuente → infolibre.es La Voz de la República - Todas las Noticias RSS El Primer DNI Republicano
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