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Es un hecho que el trumpismo pretende abandonar el orden liberal sobre el cual se fincaron las reglas del orden internacional de la segunda posguerra y bajo el cual el sistema democrático se ha afianzado históricamente en todo Occidente y en otras partes del globo. Hoy en día vemos que este último se ha ido debilitando gracias a que fuerzas extremistas del nacional populismo (Orbán en Hungría, et al.), utilizando este sistema, se han abocado a la destrucción del orden planteado por la democracia liberal. Desde la llegada al poder de Donald Trump, el mundo ha observado con recelo las acciones –contradicción incluida– a la vez aislacionistas como neoimperiales de Washington, que se aleja a una velocidad impredecible del pacto atlántico y de su alianza occidental. En su acercamiento con Rusia, a propósito de la guerra ocasionada por la invasión injustificada de Moscú en contra de Ucrania, Trump ha hecho evidente que su visión de la geopolítica se desprende de negociaciones entre países poderosos y grandes personalidades. Vladimir Putin, el presidente ruso, es visto como un igual en esta perspectiva. Claramente, Volodímir Zelenski, el líder de una nación más pequeña, que ha sobrevivido gracias a la ayuda estadunidense y europea, no lo es. Asimismo, Trump afronta la política como parte de un acuerdo de negocios o como antiguo dueño de casinos que apuesta al póker, en este caso contra Ucrania, desde una posición de depredador (“tú no tienes las cartas, EU sí”, le dijo Trump a Zelenski en su enfrentamiento en la sala oval). El ejemplo más actualizado es el acuerdo que Trump pretende que firme Zelenski sobre minerales y tierras raras, que muestra un nivel de chantaje, propio de un navajero del Bronx. Esta conducta antitética del comportamiento diplomático ha sido usada también con Panamá, México, Canadá y Dinamarca en el momento actual, pero es también un desprendimiento de aquella herencia de los fundadores de Estados Unidos según la cual los hacedores de la política que sintieron que el imponer la conversión al modo estadunidense por la fuerza no sólo era justificable, sino también benevolente: el calvinismo obliga a la gente a enfrentar la pregunta “¿quién será el sheriff?”, ¿quién creará el orden en un mundo ingobernable? Y la respuesta siempre ha sido –independientemente de qué doctrina de política exterior impere–: aquellos cuya virtud ha sido certificada por el éxito mundial. Por ende, el uso de la fuerza que aplican los estadunidenses contra el mundo recalcitrante (y Ucrania y todos los fantasmas del trumpismo son parte de esta constelación imaginaria), puede concebirse como una “responsabilidad” que corresponde a Estados Unidos por su poder y, en esta línea, debido a que los hacedores de política exterior creían y creen en una jerarquía de razas, en pueblos superiores e inferiores que podían justificar estándares dobles en la diplomacia. Está a la vista que la historia se vuelve a repetir: en este caso se trata de un hegemón herido que está acompasando con quien sí compartir el poder (idealmente con Rusia, hasta que cambie de opinión Trump) y con quien no en su agónica travesía por la recuperación del poder perdido y en un contexto en el cual los pequeños actores de reparto no deben ni serán incluidos, toda vez que, para el trumpismo, son anomalías prescindibles (tal y como ha sido expresado grotescamente en el caso de las negociaciones con Ucrania y los países referidos líneas arriba). En esta formulación, Trump comete el error de dejar de lado a la Unión Europea, actor directamente involucrado en la defensa y la integridad de Ucrania y hoy un aliado distante de Estados Unidos después de haber sido el aliado por excelencia en tiempos muy recientes. Sobre esto, Marc Saxer nos ilustra cuando afirma que lo que permanece en gran medida inexplorado es el choque entre dos visiones radicalmente diferentes del orden, tanto a escala global como nacional. Mientras que muchos apenas están empezando a comprender el fin del orden liberal, pocos entienden realmente qué lo remplazará. “No es de extrañar que muchos europeos y estadunidenses progresistas tengan dificultades para interpretar el mensaje del gobierno de Estados Unidos: aún tenemos que aprender el vocabulario de este orden emergente”. Se trata, pues, de un momento en que ocurre el inicio de una transformación del orden internacional en forma por demás brusca y grosera. Está por verse qué tanto Washington logra sobrellevarlo (y evitar con esto una caída aún mayor en su proceso de declive global) cuando vengan las siguientes etapas de la reorganización mundial que pretende y sobre la cual técnica y doctrinariamente aún no tenemos la más mínima clave por parte de Washington.. Columnista: José Luis Valdés UgaldeImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0
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