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Las estructuras burocráticas de los países del socialismo realmente existente (PSRE) incluyen muchas personas cuya posición y actividad (AV) no está relacionada con la toma de decisiones ni realizan tareas de mando: trabajadores de oficina (cuello blanco) que realizan AV semimanuales de administración, contabilidad, etcétera. Así continúa su análisis György Márkus (GM) en el capítulo 3 del libro que he venido relatando. El trabajo de estas personas es totalmente subordinado y con frecuencia son más dependientes de los pequeños portadores de poder y tienen menos medios de defensa, que los trabajadores propiamente productivos, pero en un sentido sociológico pertinente pertenecen al aparato. Suelen tener más acceso a los portadores de poder y pueden recibir favores de ellos. Son ellos a quienes los clientes encuentran cara a cara y pueden participar de una autoridad espuria. Suelen tener conciencia conflictiva respecto a los productores directos. Salvo la élite política, la AV de todos los miembros del aparato consiste tanto en mandar como en obedecer. Se sitúan entre los agentes y los sujetos de este tipo de dominación, como mediadores entre los poderosos y los controlados. Implementan decisiones tomadas por otros traduciéndolas en disposiciones dirigidas a pequeños grupos de personas, o supervisan su realización. Es un grupo muy amplio y muy heterogéneo; la situación social de muchos de ellos no difiere sustancialmente de la de los trabajadores directos. Conllevan un cierto grado de poder y pueden servir para el ascenso en el aparato, comenta GM. Puesto que en los PSRE la jerarquía consiste en gradaciones ininterrumpidas e imperceptibles desde las cuales se puede descender hasta llegar a posiciones de completa dependencia y subordinación, no sólo crea dificultades empíricas para definir los límites donde termina la participación en el grupo gobernante, sino que convierte la demarcación en arbitraria conceptualmente. En la autoimagen oficial de estos PSRE, la sociedad completa constituye una pirámide que lo abarca todo y en la cual cada individuo tiene su propio lugar y función. Casi todos son empleados del Estado, por lo que todos son sus representantes, desde el primer ministro hasta un obrero no calificado. Ésta es la imagen de una sociedad sin clases, porque remplaza la relación causal entre individuos y posiciones, por principios verdaderos de meritocracia: todos son miembros del aparato de poder, sólo que ocupan posiciones funcionales diversas. Todo se ve como una mera división técnica del trabajo que se refiere no sólo a la selección de medios, sino también a la de fines. Esta ideología apologética esconde, tras una fachada meritocrática, el funcionamiento de mecanismos sociales que reproducen la posición privilegiada de ciertos grupos; esconde la diferencia social crucial entre quienes definen los fines y quienes sólo manejan los medios; el punto en que la división técnica del trabajo se vuelve división social entre poder y dependencia.
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