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El último minuto también tiene sesenta segundos

El tiempo se agota, el mundo se transforma. Los ciclos se terminan por necesidad, y las relaciones entre países que en algún momento fueron aliados estratégicos cambian por completo, en un instante, sin que nadie pareciera advertirlo. La política, sin embargo, es el arte de lo posible: en eso, y nada más, tendríamos que concentrarnos. Muy lejana queda, ahora, la jornada electoral del 5 de noviembre que concedió el triunfo al próximo presidente norteamericano; más lejana, aún, aquella del 2 de junio en la que resultó ganadora la Presidenta mexicana hoy en funciones. El mundo de entonces era muy distinto al que vivimos en este momento, aunque hayan transcurrido poco más de siete meses: el mundo cambió en un instante, y cada nación ha tenido la oportunidad de prepararse para lo que se avecina de acuerdo a sus propias capacidades y circunstancias. Canadá, Groenlandia; Panamá, México. Europa; China, Ucrania y el Oriente Medio, más los que se sigan acumulando durante los próximos días. Una locomotora sin frenos. El mundo despertará en una realidad muy distinta a la que sufrimos, dentro de una semana: EU, en realidad, no está interesado en la política interna de los países con los que se relaciona, siempre y cuando ésta no afecte a sus intereses particulares. En ese momento, sin duda, sacarán los dientes: al norteamericano promedio no le interesa la visión humanista o la relevancia histórica de López Obrador —o de cualquier otro expresidente mexicano— sino su propia seguridad personal y la de su entorno más cercano. La ciudadanía norteamericana expresó su voto a favor de quien le supo inculcar el miedo y el rencor que ahora le definen, y en tal sentido habrá de exigir resultados claros y contundentes desde el primer día. Resultados contundentes que Donald Trump está dispuesto a brindarle de inmediato, en tanto sabe que está jugando para su propia tribuna. Con esas miras conformó a su equipo, aunque haya tenido que incluir a quienes en otros tiempos fueron sus detractores: el presidente norteamericano sabe que su mandato real, y compartido —incluso— por quienes en algún momento se le opusieron, consiste en garantizar el problema común de la seguridad en la frontera, así como en procurar una regulación efectiva de la migración al tiempo que disminuye la inflación y logra la estabilidad económica que los lleve —de alguna manera— a ser grandes de nuevo. Tal es el sueño, esa es la promesa. Trump no tiene nada que perder en su segundo periodo: el próximo presidente no tiene un posible sucesor o contrapeso que lo ate, ni tampoco referente moral alguno que detenga sus —muy— anunciadas pretensiones. Demócratas y republicanos tienen objetivos concurrentes, y están dispuestos, a pesar de todo, a conseguir los acuerdos necesarios para alcanzarlos: el mundo cambió, cambiará, y seguirá cambiando, y la responsabilidad de lo que ocurra en nuestro país no corresponderá sino a quien en estos momentos maneja el timón, que no al que lo entregó con displicencia mientras aseguraba poder seguir moviendo los hilos a través de sus más cercanos. El último minuto tiene sesenta segundos: la última semana, también, cuenta con siete días. Nuestro país está a punto de enfrentar el mayor reto de la historia moderna conjunta, y no podremos salir adelante si no estamos unidos: el tiempo, y su natural premura, habrán de comprobar que la polarización deliberada del régimen anterior no ha sido más que el anticipo de una inevitable derrota en el futuro. La Cuarta Transformación funcionó mientras lo hizo, y el Segundo Piso habrá de tomar un rumbo distinto —por necesidad— en poco tiempo: el mundo está cambiando, y cambiará, aunque los gobiernos pretendan —todavía— no darse cuenta. El futuro puede ser distinto, y nos quedan siete días para prepararnos: mientras tanto, y aunque sea doloroso, el reloj seguirá corriendo. Columnista: Víctor BeltriImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0