La fe es siempre un misterio, tanto en su posesión como en su pérdida. Es un fenómeno profundamente íntimo; hablar de ella conlleva una cierta...
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La fe es siempre un misterio, tanto en su posesión como en su pérdida. Es un fenómeno profundamente íntimo; hablar de ella conlleva una cierta dosis de pudor, y expresarla con palabras no es tarea fácil. Difícilmente podemos explicar por qué creemos o dejamos de creer, pues todo lo sobrenatural está envuelto en misterio. Durante las últimas semanas, he releído la compilación de cuentos de Navidad de G. K. Chesterton, y he tomado de sus palabras y filosofía un punto de partida para adentrarme en el maravilloso mundo de la Navidad, que considero una antesala de la fe. Para Chesterton, escritor inglés convertido al cristianismo, la fe fue el eje central de su vida y obra. Este gran literato confiesa, de forma sorprendente, que el germen de su fe cristiana se encuentra en los cuentos de hadas que escuchó en su infancia. Su “primera y última filosofía” —nos dice—, la aprendió de su nodriza “en la edad de la crianza”, y es una filosofía que mantiene “con fe inquebrantable”. Según él, “los cuentos de hadas” son lo más razonable que existe, porque sólo ellos explican la maravilla y el milagro que es la vida. Si caminamos junto a Chesterton por el jardín de los Elfos, descubrimos la esencia del cristianismo: la magia del mundo nos lleva a la idea de un mago, y el cuento —que es la vida— necesita un narrador. “Este mundo no se explica por sí mismo”, señala Chesterton. “O es fruto de un milagro con una explicación sobrenatural, o de un sortilegio con una explicación natural. Es un mundo mágico, hermoso y con sentido”. El misterio de la Navidad, en el cual Chesterton creyó incluso antes de creer en Cristo, está lleno de paradojas que él consideraba caminos hacia la verdad. Para él, “la emoción de la Navidad descansa en una paradoja antigua y reconocida”: que “lo absoluto rigió el universo desde un pesebre”; que “el poder y el centro del universo se encuentran en algo aparentemente pequeño”; que “las estrellas en sus órbitas pueden girar como una rueda en torno al desvencijado establo de una posada”. Esa “Esencia Eterna”, cuando decidió hacerse hombre, lo hizo con una ironía magnífica: convertirse en uno de los más humildes entre los hombres. Estas paradojas iluminaron su fe, y Chesterton celebró la Navidad con todo lo que ella conlleva: villancicos, pavo, compras, regalos y los cuentos navideños de Dickens. En un artículo publicado en ABC, Francisco Pérez de los Cobos describe cómo la pluma de Chesterton alcanza tanto a creyentes como a no creyentes. Para estos últimos, quienes ven la Navidad como una mera atmósfera, Chesterton les pide que la conserven y respeten sus formas y ritos. En España, descubrió la tradición de los Reyes Magos, y su fascinación quedó registrada en palabras citadas por la historiadora Belén Rincón en 1926: “Los españoles aún poseen más costumbres que modas, y sus costumbres les son naturales. La fiesta de los Reyes Magos es un magnífico ejemplo de cómo unas gentes que conservan ese instinto popular son capaces de poner en acción un poema (...) Imaginan a los Reyes acercándose más cada día, y si hay imágenes de esas figuras sagradas, se las hace avanzar un poco cada noche. Esto resulta ya extrañamente impresionante, bien se considere como un juego de niños o como una meditación mística sobre los misterios del tiempo y el espacio”. Sí, la Navidad y los Reyes Magos son un regalo y una invitación. Chesterton exploró estas dimensiones con el entusiasmo de un niño y la asertividad de un sabio. Para él, la Navidad es una fiesta cargada de sentido, donde lo humano y lo divino se encuentran, donde los niños se asombran abiertamente y los adultos nos asombramos en secreto. La Navidad ha pasado; ahora esperamos la llegada de los Magos de Oriente. Los niños juegan acercándolos y alejándolos en una representación perfecta de la conciencia. Hemos celebrado el único nacimiento que el mundo entero conmemora. Para algunos es magia; para otros, el regalo más grande de la fe. Pero para todos, es un cúmulo de enseñanzas, donde los hechizos pueden —si seguimos la estrella— devolvernos esa fe que, siendo niños, nos inundó de paz. Columnista: Fernanda Llergo BayImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0
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