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Por Carmen PosadasNo había oído hablar de este término hasta que Carme, una amiga de Instagram, lo mencionó en uno de sus mensajes. Ahora en cambio sé que Happycracia es un libro publicado hace meses por Edgar Cabanas y Eva Illouz que tiene este elocuente subtítulo: Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas. En él, sus autores argumentan que la felicidad se ha convertido en un mandato inapelable de la sociedad auspiciado por un discurso simplista que podemos ver reflejado en los cada vez más numerosos libros de autoayuda así como en los consejos de influencers, coachers y demás gurús de la religión Happy. Dichos discursos son simplistas lo son en dos sentidos. Primero, porque tienden a convencernos de que si uno quiere algo basta con solo desearlo, porque una actitud positiva es capaz de alcanzar cualquier meta. “…Y esto, como bien demuestra la experiencia, no es ni mucho menos verdad” -explica Edgar Cabanas, que es doctor en Psicología e investigador. “El problema” -añade él- “es que puede generar mucha frustración y también expectativas irreales respecto a los posibles resultados”. En segundo lugar, este tipo de mensaje es simplón también porque los consejos y trucos genéricos que ofrece para alcanzar la tan cacareada felicidad no tienen en cuenta las particularidades de cada uno. Cada persona es un mundo, lo que es bueno para uno puede ser perjudicial para otro, por lo que rara vez estas recetas de brocha gorda resultan útiles. También apunta Cabanas que la happycracia pone por delante la idea de que para que valga la pena todo lo que hacemos tiene que redundar en nuestro beneficio, lo que lo convierte esa felicidad de yo, yo, yo en un discurso sumamente egoísta y narcisista, con todo lo que esto implica. Destaca por fin que la felicidad se ha convertido en un producto de consumo. Hay toda una industria en torno a ella. Si hago tal viaje / consigo adelgazar con tal producto / uso tal colonia o me compro tal coche seré feliz, lo cual, además de ser una estupidez, no hace más que crear otra nueva frustración porque es obvio que ni en tal colonia, en ni en tal viaje ni en tal coche está reside la felicidad, lo que inconscientemente empuja a buscarla en otro producto más caro, más sofisticado y por supuesto igualmente inane. Otra faceta agotadora de la happycracia es el exhibicionismo de la felicidad: como todos estamos obligados a ser felices a todas horas, tenemos que demostrarlo. Esto se nota mucho en los restaurantes. En especial en esas mesas grandes en las que todos los comensales se tronchan no se sabe de qué y hablan a grito pelado para demostrar lo suuuuuper bien que se lo están pasando. En el mundo actual (en el mundo de los tocados por la fortuna, habría que matizar, porque existen otros muchos menos afortunados que el nuestro) todos tienen que hacerse los happys. Y eso estaría muy bien si, como sostienen los libros de autoayuda, serlo dependiera de “la actitud”. Pero no es así. Nuestro estado de ánimo atiende a las circunstancias. Hay momentos de dolor, de fracaso o de pérdida en los que hacerse el happy no es solo un contrasentido sino una equivocación. El luto por ejemplo no es una antigualla del pasado sino un sentimiento natural y también reparador. Si uno no llora, y no pasa por este estado completamente natural y necesario de sufrimiento, el dolor que uno tanto se empeña en enmascarar acaba aflorando por otro lado. En forma de insomnio, de desarreglos en la alimentación, de depresión. Todos los estados de ánimo tienen su momento y su razón de ser. Por eso, la felicidad -o la serenidad, o la plenitud o la sabiduría, que son estados más estables y deseables que la felicidad-, suelen alcanzarse de otro modo. Decía el escritor y filósofo norteamericano Henry David Thoreau que la felicidad es como una mariposa. Si la persigues te eludirá pero si vuelcas tu atención en otros afanes y en otras personas, volará y se posará en tu hombro. Por lo menos a mí esta idea me resulta más útil y beneficiosa que todos esos mandatos de happycracia con que nos bombardean a diario. © www.carmenposadas.net
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