La expresidenta de Argentina se postula por primera vez como candidata a presidir el Partido Justicialista en medio de tensiones con el popular...
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Por Jorge Liotti ¿Cuándo se incubó la debacle del último gobierno peronista? ¿Cuando Cristina Kirchner eligió a Alberto Fernández como candidato presidencial, o entre agosto y septiembre de 2021, en la intersección entre el escándalo de Olivos y la derrota electoral en las PASO? ¿Cuándo la relación con Fabiola Yañez se transformó en un calvario para ella y en un incordio sin solución para él? ¿En qué momento el expresidente se extravió definitivamente para ofrecer las imágenes más decadentes que puede brindar un mandatario? Los relatos de ese pasado no tan lejano son extravagantes. Una mezcla de retratos desmesurados que parecen extraídos de viejas películas, partes de la Dolce Vitta, fragmentos de La decadencia de Roma y varios tramos de Sexo, mentiras y videos. El Presidente que arrancó como un estadista en la pandemia y terminó como una caricatura, cobijó detrás de una gestión defectuosa una trastienda indescriptible, que ahora se empieza a difundir por retazos, pero que desde ese entonces era vox populi. Su entorno más cercano admite que había una parte de esa persona llamada Alberto Fernández a la que no lograron acceder nunca. ¿Autoindulgencia? Aseguran que no llegaron a explicarse las salidas siesteras a Puerto Madero, a las que iba solo en su auto y a las no se dejaba acompañar ni por su custodia. Horas en las que el presidente quedaba completamente fuera del radar. Juran que nunca le preguntaron quiénes eran esas dos “asesoras” voluptuosas a las que veían frecuentemente en la antesala de su despacho. Tampoco él les mostró los videos íntimos que grababa con su celular, pero sí recuerdan que entre ellos se decían cuando Fabiola viajaba a Misiones: “Hay que buscarle agenda a Alberto para que no haga macanas”. Sus amigos de más larga data afirman que el tema de las mujeres no era materia de conversación entre ellos. Nunca imaginaron un affaire con Sofía Pacchi, amiga de Fabiola, como sugieren los últimos chats que cruzó con la exsecretaria presidencial Ana Hernández, con quien también habría tenido una relación. Ni las razones por las que contrató a la azafata Grisel Tamborro, ni por qué le interesaba tanto ir a la clase de la profesora Luciana Seput en José C. Paz. Tampoco lo podían convencer de evitar ciertas exposiciones públicas inconvenientes. “No te imaginás lo que sabe de arte”, les dijo a los suyos cuando le dedicó dos horas a la pintora mendocina Florencia Aise. “Este es un tema grave”, disimuló cuando la modelo Liz Solari le fue a plantear la inconveniencia del acuerdo porcino con China. Simulación y negación, en dosis por momento patológicas. Uno de los hombres que más lo quiere lo define así: “Nos mintió todo el tiempo. Nos daba esos argumentos sin que se le moviera un músculo. Algunas cosas adivinábamos, otras recién las conocimos ahora. No supimos hasta que se informó oficialmente que Fabiola estaba embarazada, no sabíamos que estaban separados, y mucho menos que le pegaba”. Los relatos dan cuenta de un progresivo autoencierro que potenció su faceta más oscura, la de una persona que esconde y finge hasta parecer totalmente divorciado de la realidad. No se jactaba de sus conquistas amorosas; las disimulaba. Por eso nadie sabe para qué grababa videos íntimos (mucho menos para qué los conservaba). Según un funcionario que compartió muchas horas con él, “Alberto no se mostraba como un seductor que disfrutaba de sus hazañas al estilo Menem, sino más bien como un alma solitaria que buscaba ser querido. Era una actitud más de víctima psicópata. Sus relaciones con las mujeres eran siempre turbulentas, cargadas de coqueteos e histeria”. Algo de todo eso se infiere del video con Tamara Pettinato. Existe un paralelismo entre el derrumbe político de su gobierno con el deslizamiento de su vida privada. Los que estaban cerca suyo coinciden en marcar que la secuencia entre la difusión de la foto de la fiesta de Olivos, la derrota electoral en septiembre y la carta posterior de Cristina Kirchner con la renuncia ficticia de los funcionarios marcaron un punto de inflexión en todos los sentidos. También corresponde al momento en el que Fabiola denuncia los peores hechos de violencia. A partir de ahí el declive fue completo, no sólo porque perdió el control de su gobierno, sino porque se quedó sin frenos inhibitorios. Algunos le atribuyen alguna incidencia a la salida de Juan Pablo Biondi, un experto en cuidarle las espaldas, en todos los sentidos. Había una dinámica grupal que a él lo contenía. Todos los días se juntaba a intercambiar en Olivos con Julio Vitobello, Biondi, Santiago Cafiero, Juan Manuel Olmos. Eso después se diluyó y Alberto se recluyó. Un ministro suyo describe esta involución en términos contundentes: “Siempre exhibió un desorden de base grave. Empezaba la jornada a las 11 de la mañana, con baches a la tarde, sin método ni objetivos. Pero claramente Alberto fue descomponiéndose y su indisciplina se agravó cuando percibió que no era respetado. En la segunda parte del mandato cada uno trataba de hacer lo que podía. Los más cercanos se reunieron varias veces para decirle que tenía que cambiar, pero él parecía no tomar conciencia de la situación, fingía demencia”. La idea era tratar de reencauzar la situación, porque la alternativa podía llevar a una crisis estructural peor. ¿Acaso ese experimento llamado Frente de Todos hubiera soportado sin hundirse la revelación de los videos y fotos que se están conociendo ahora? No era un problema de la intimidad del presidente, era un problema institucional. Y allí anida la verdadera gravedad del escándalo. La precaria solución electoral que representó Alberto Fernández para el peronismo se transformó en una pesadilla para el país. El jarrón chino Fabiola siempre representó un problema para Alberto Fernández y para su equipo. Hubo quienes quisieron correrla de escena desde un principio. Enrique Albistur, por ejemplo. La consideraban un “jarrón chino” que no sabían dónde ubicar. En la campaña habían intentado controlarla para que no arruinara la estrategia electoral. “Nosotros queríamos vincularla con un flujo de noticias más vinculadas a lo social y ella nos pedía salir en Hola o en Caras. Su entorno lo reflejaba: eran su peluquera, un actor, un vestuarista”, recuerda uno de los tantos asesores que intentó infructuosamente ayudarla. Cambió cuatro veces de equipo de comunicación y tres veces el equipo de ceremonial. Ya desde el inició demostró una fragilidad emocional que preocupaba. Un exfuncionario recuerda un episodio en diciembre de 2019, a diez días de haber iniciado el mandato, cuando en un viaje a San Juan, sin aparente razón de pronto se puso muy tensa y se largó a llorar desconsoladamente a la vista de varios. Otros rememoran que en el vuelo a Los Ángeles, en junio de 2022, se acercó tambaleante a Olmos para reprocharle entre lágrimas por qué también Vilma Ibarra, expareja de Fernández, era parte de la comitiva. Otro espíritu frágil y con un pasado difícil, como su pareja. Alberto no la destrataba en público, pero sí exhibía un gran desdén hacia ella. “Nunca vi un gesto amoroso de su parte”, recuerda un viejo amigo, hoy asociado al inmenso club de desconcertados. Pocos funcionarios la veían en Olivos; era una figura invisible para la mayoría. Excepto para uno: Daniel Rodríguez, el exintendente de Olivos, que era el único que tenía acceso irrestricto al primer piso del chalet principal. El conoció todos los movimientos porque controlaba desde mozos y personal de limpieza hasta la seguridad y la unidad médica. Es el testigo más directo de las agresiones que denunció Fabiola. Su palabra puede condenar a Alberto. Habrá que ver qué pesa más a la hora de declarar el lunes próximo ante la Justicia, si sus 20 años de relación estrecha, o la decena de peleas que tuvieron porque Alberto interpretaba que él era demasiado compasivo con Fabiola. Así como Rodríguez era el dueño de Olivos, María Cantero era la anfitriona de la Casa Rosada. En la antesala presidencial construyó un poder propio que siempre sorprendió a todos. Con un temperamento intenso y total irreverencia, era capaz de dejar esperando a Axel Kicillof media hora sin razón, de decirle “gordo” a Olmos o de criticar en público a Wado de Pedro. Gustaba lucir carteras Prada o Louis Vuitton, así como su influencia sobre Alberto Fernández. A varios les generaba sospechas el modo en el que celaba de otras mujeres del poder, como Vilma Ibarra y Cecilia Nicolini. Cantero, junto con su hermana, había sido alumna de ese otro rostro del Zelig de Olivos: el del profesor de derecho. Después de las aulas siguieron el vínculo en la Superintendencia de Seguros, ámbito donde también se conectó con su esposo, Héctor Martínez Sosa. Cantero reapareció en la geografía del poder en el búnker electoral de la calle México, entre las PASO y las generales de 2019. Cuando llegaron a la Casa Rosada, desplegó sus artes. En los chats habla en un momento del dinero “para los muchachos de la oficina”, referencia al sistema de beneficios que distribuía entre mozos y ordenanzas para que le contaran todo lo que ella no podía presenciar. Con el mismo desparpajo que exhibía en Whatsapp operaba en público para alimentar la pyme “Gatín”. “Te hacía sentir un aval de Alberto, pero sin invocarlo, para conseguir cuentas para su esposo. Y lo hacía a cielo abierto, sin pudor”, recuerda un merodeador habitual de ese vestíbulo del poder. Terminó siendo confidente de Fabiola porque la primera dama acudía a ella para hablar con su esposo, que no la atendía. También para pedirle favores. Cantero recibió el relato detallado del calvario de Yañez, pese a saber que era íntima de Alberto (aunque después Cantero y Fernández terminaron en malos términos, y por eso su declaración podría transformarse en un ancla irremontable en la Justicia para él). De hecho hay chats no revelados aún en los que el expresidente hablaría con su secretaria de un ida y vuelta de unos 2000 dólares, algo que parecía un trámite frecuente. En cambio Cantero y Fabiola nunca hablaban de dinero. La exprimera dama, aun en este momento de enfrentamiento, elude siempre las referencias a cuestiones económicas y a los posibles hechos de corrupción de su exesposo. Ahí prefiere no ahondar. Un misterio que sólo se explicaría si hubiera un hilo comunicante aún vigente. Como en otros aspectos, no hay consenso sobre cuál era el negocio de Fernández para permitir ese tráfico de influencia explícito al lado de su despacho. Los más benévolos con él dicen que le debía muchos favores a Martínez Sosa de la época en la que estuvo en el desierto, además de los 20.000 dólares que el propio broker admitió. Los más sibilinos aseguran que la apuesta de Alberto no era ese negocio menor sino el más rentable de los reaseguros, y por eso aducen que la línea clave es la que conduce al extitular de Nación Seguros Alberto Pagliano. Otra vez, opacidades y simulaciones. Tampoco es muy claro el proceso que desencadenó la denuncia judicial de Fabiola, qué la hizo cambiar de opinión entre su exposición ante el juez Julián Ercolini en julio y su declaración de ahora. Incluso ya difundido el escándalo de las agresiones, Alberto Fernández siguió negociando con ella para llegar a un acuerdo, pero evidentemente entre el domingo de la publicación en Clarín y el miércoles que resolvió avanzar, la cuerda se terminó de romper. En el entorno de la ex primera dama aseguran que al principio el abogado Juan Pablo Fioribello la había convencido de no seguir la denuncia, pero que después la continuación de las amenazas por parte de Fernández la hicieron girar en su postura. Hoy Fernández está solo y encerrado en Puerto Madero. Los únicos que están todo el tiempo son su hermano, su hermana y ahora la abogada Silvina Carreira. Alberto Iribarne mantiene una línea abierta e informa al resto. Y Albistur es su operador para lograr que los testigos citados no sean lapidarios. No mucho más. El resto del entorno se alejó cansado de sus máscaras. Tampoco a ninguno le conviene estar cerca. Zafaron de las citaciones pero no saben qué puede aparecer en el teléfono ardiente que debe peritar la Justicia. El dilema peronista El naufragio de Alberto Fernández como figura política no necesitaba de semejante escándalo. En todo caso ahora se suma una condena social irreparable y el desplome de su proyecto para dar charlas y clases por el mundo. De hecho adujo que le aportaba 7000 euros mensuales a Fabiola en Madrid de sus ingresos académicos, pero la Universidad de La Rioja se despegó al punto de que hace unos meses Fabiola se había quejado porque no le había llegado su mensualidad, y la universidad le dijo que era porque el expresidente no había cumplido con sus compromisos. Los más sagaces dicen que esa cuenta se alimenta con fondos que le gestiona el exembajador Carlos Bettini gracias a sus vínculos con Repsol, más algunos remanentes del grupo Eskenazi. Derivados del petróleo. Incomprobables. El peronismo libra en estas semanas una dura batalla para que ese naufragio quede encapsulado como una desgracia personal que no derrame sobre el cuerpo maltrecho de un partido que afronta su crisis más profunda del siglo XXI. Sin rumbo, con doctrinas envejecidas, con liderazgos cuestionados y sin una autocrítica profunda, quedó expuesto a este duro remate después de su último gobierno. Si 2023 marcó la ruina económica y política del peronismo (los atributos materiales) el 2024 lo completa ahora con la debacle moral y discursiva (los atributos inmateriales). Hay algunos especialistas que hablan de un derrumbe ineludible que derivará en una fragmentación. Por ejemplo, el último reporte de la consultora Isasi-Burdman remarca que el efecto Alberto beneficia a Milei y cambia el mapa político: “Tras el escándalo cae la imagen de la oposición y su intención de voto para 2025, y crecen los arrepentidos de haber votado a Massa”. De algún modo señala una erosión severa del peronismo como principal fuerza opositora. Sin embargo, no es una posición unánime. Por ejemplo Shila Vilker, de la consultora TresPuntoZero, señala en su más reciente trabajo que entre los votantes peronistas prima “una sensación de culpa” porque se sienten incómodos para dar su posición frente a la sociedad, y un “nihilismo político”, de desconfianza hacia toda la dirigencia, un problema que hasta ahora era más propio de los votantes de Milei. “El peronismo ya estaba en su mínimo histórico de adhesión, entre un 26 y 28%. La crisis ya existía desde antes. Sí resquebraja la confianza y genera una necesidad de recambio de figuras. Pero los decepcionados no tiene a dónde correrse porque también rechazan la figura de Milei”, agrega Vilker. En el fondo les pasa lo mismo que a los desilusionados con el actual gobierno; todos terminan en un gran valle de desencantados, a la espera de razones para volver a su extremo preferido porque en el centro hoy no hay nada. No existe ningún indicio realista de que haya actores del peronismo haciendo una profunda revisión y mucho menos proyectando una renovación. Esta semana quedó en evidencia. Cristina Kirchner le quiso dar relieve a su declaración en la causa por el intento de magnicidio y no hizo más que exhibir todos los problemas de su espacio. En los tribunales la convocatoria militante fue mínima, sobre todo comparado con la épica de su primera presentación judicial en 2016. Cuando se supo que Axel Kicillof iría, La Cámpora organizó una concentración bis en el Instituto Patria. Pequeñeces internas que ya habían tenido antecedentes cuando el 1 de julio en San Vicente Máximo Kirchner fue, pero eludió la foto conjunta con el gobernador; o cuando desde los municipios camporistas de Quilmes y Lanús se unieron para reclamar fondos al puerto de Dock Sud que igualen su situación a la de Avellaneda, del hoy kicillofista Jorge Ferraresi. Del otro lado empiezan a surgir cuestionamientos reservados a Cristina por evadir toda responsabilidad al momento de referirse al escándalo de Alberto. “La carrera de ella por despegarse no ayuda”, admiten en sectores que hasta no hace mucho estaban cerca y que comentaban con sorna un meme que se divulgó estos días y cuyo origen ubican cerca de la gobernación bonaerense: “Córtenle el dedo a Cristina”, acompañado por una imagen de Amado Boudou y los dos Fernández, Alberto y Aníbal. La redefinición del peronismo no sólo va a ser clave para determinar su perfil y su liderazgo. También es crucial para saber cómo será el tablero político de la Argentina que tras la irrupción de Milei no ha logrado reconfigurarse. © La Nación
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