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Maroc Maroc - ELDIARIOAR.COM - A la Une - 25/Aug 03:00

“Panic Show”: Estados Unidos transforma la política en un film tan vacío y contradictorio como emocionante

La reciente Convención Demócrata de Chicago, en la que Kamala Harris aceptó formalmente su candidatura presidencial, fue montanda como un gran espectáculo. Entre pantallas gigantes y puesta en escena ¿cuál es el verdadero valor de lo que allí se dice? Uno de los días de esta semana recibí un mensaje de un amigo inglés con ciertas conexiones con la embajada del Reino Unido en España. El mensaje era un posteo en la red exTwitter que mostraba un video de Lil Jon en un mitín de Kamala Harris. El conocido rapero aparecía cantando uno de sus temas más comerciales como introducción a la lectura de una lista de delegados del Estado de Georgia que podrían decidir las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos.  El lugar –una suerte de estadio techado– estaba lleno de gente solapada por merchandising (caretas de Harris, banderas, gorras, banderines, etc.), y contaba con un escenario de pantallas megagigantes desde el cual un par de políticos y anfitriones (¿hay alguna diferencia entre uno y otro?) conducía el evento. En suma, el video en sí mismo era una descripción muy fina de lo que se han convertido los mitines políticos en Estados Unidos.  El autor del post acompañaba el video con la leyenda: “La mente europea no puede entender que Jon Lil esté haciendo el ”Roll call“ (mención de los candidatos delegados)” en Georgia“. Después de ver el video le pregunté a mí amigo, ”¿en qué momento la política norteamericana se convirtió en un auténtico show?“. Por algún motivo que puedo imaginar, mi amigo inglés no respondió. Sin embargo, el tuit en sí mismo era interesante porque exhibía un debate entre quienes veneraban este tipo de campaña política por su efectividad, y quienes pensaban que era un programa típico del prime time que ”podría acompañarme mientras preparo la cena“. A esta altura no es nada novedoso, aunque no deja de llamar la atención, que la política en Estados Unidos se haya transformado en un auténtico reality cada vez más alejado de la esencia del debate político. De alguna forma, si la demócrata Kamala Harris se impusiera a Donald Trump en los próximos comicios (utilizando como slogan central la expresión “Freedom” o “Joy”, de su último discurso en la reciente Convención Demócrata) no sería porque el electorado y/o los políticos o los medios de comunicación entendieron que las medidas políticas que expresa Harris son más efectivas (para las grandes mayorías) y democráticas que las que defiende Donald Trump. Es, probablemente, debido a que en esta elección el Partido Demócrata pudo generar una estrategia mediática y comunicacional más efectiva que la de Donald Trump. El premiado periodista, excorresponsal de Rolling Stone, y autor de varios libros sobre la comunidad política de Estados Unidos, Matt Taibbi, realizó un streaming junto al también analista político Walter Kirn, en el que analizaron la reciente Convención Nacional Demócrata. Uno de los puntos que destacaron fue la mención de Kamala a la expresión “Joy” (alegría), una política de la alegría, según profesó la candidata en relación a lo que sería su próxima gestión de gobierno.  “No sé qué quieren decir con 'alegría', a quién le están hablando, cómo traducirlo, o si es solo una orden a mi subconsciente…”, comentó Kirn de forma irónica aunque sin llegar a una conclusión. “Probablamente lo hayan puesto desde hace un tiempo en el frente de los uniformes de los equipos de la NBA”, agregó Taibbi para ironizar sobre cómo los demócratas habrían estado preparando el terreno para que Harris encumbrara la palabra “alegría” como sinónimo de su futuro gobierno, y, que, de alguna manera, la gente lo adoptara sin preguntarse qué significa.  Lo cierto es que unas horas después de que Harris diera su discurso, aparecieron decenas de artículos y crónicas (“Los demócratas dicen que la alegría está de regreso”, tituló el New York Times; “Los demócratas se regocijan porque la ”alegre“ Kamala Harris los vuelve a poner en juego”, publicó The Guardian) en los principales medios de comunicación haciendo alusión al término “alegría”; al mismo tiempo que se debatía cuan profundo o inocuo era el concepto en los medios, y se difundían multitud de memes, como uno que posteó Taibbi, y en el que se veía al protagonista de La Naranja Mecánica sometido a una sesión de lobotomía junto a la leyenda “JOY”. Alguien podría pensar que Taibbi le está haciendo el juego a los republicanos. Sin embargo, uno de sus libros más populares, editado en el 2017, lleva el título de “Insane Clown President” (El presidente payaso-loco“) y está dedicado en buena parte a Donald Trump… En su investigación, el exRolling Stone cuenta cómo las campañas electorales en Estados Unidos han devenido en una burbuja completamente alienada de la realidad de las personas de carne y hueso, pero que, además, ejercen una suerte de política del ”buen pensamiento“.  “Atrapados dentro de la burbuja de la campaña por demasiado tiempo, tanto los políticos como los periodistas comenzaron a comportarse como en una escuela secundaria llena de chicos populares que apelan al abuso y la humillación para hacer cumplir las innumerables reglas sociales dentro del avión de campaña (ver Hillary Clinton Mannequin Challenge). Si el Candidato 'A' se salía de las líneas, ya sea en su comportamiento o en sus ideas políticas, cincuenta reporteros inmediatamente señalaban la falta y ese candidato rápidamente se retiraba, o enfrentaba las consecuencias”. Taibbi pone de ejemplo al exgobernador Howard Dean, un precandidato demócrata que en el 2004 se hizo popular por su crítica a la guerra de Irak, pero que fue rápidamente domesticado por el establishment del partido hasta perder con John Kerry y bajarse de forma humillante de la contienda. Dean era, casualmente, representante de Vermont, el mismo Estado que actualmente representa Bernie Sanders, quien también sufrió el látigo domesticador del partido y debió rendirse al triunfo de Hillary Clinton como candidata.  El historiador y escritor argentino, Ernesto Semán, que vive en Estados Unidos desde hace varios años, y es un atento observador de la escena política de ese país escribió un post que conecta directamente con lo sucedido con Dean y Sanders: “Independientemente de lo que suceda en las elecciones, el Partido Demócrata ha demostrado una vez más que es una máquina perfecta y asfixiante para suprimir el disenso interno y regurgitar el descontento en forma de espectáculo”.  Es cierto que durante la Convención Nacional Demócrata Alexandria Ocasio Cortez y el propio Sanders han entregado discursos críticos, con una mirada más real sobre lo que debe significar la justicia social. Sin embargo y a la luz de los hechos, cabe preguntarse cuál es el verdadero impacto de sus discursos, sino de su entera presencia. Más de un analista sostiene abiertamente que los Ocasio Cortez y Sanders están allí exclusivamente para obtener el voto de aquellos demócratas que ven a Biden o, ahora, a Harris como dirigentes moderados.  “We are not going back” Vuelvo al “Roll Call” del rapero Lil Jon, y el momento puntual en el que cantaba junto a una multitud “We are not going back”. Me pregunto qué querrá decir exactamente ese “No volveremos atrás”, o si será simplemente una expresión más de campaña tal como sucede con “Joy”. En su discurso en la Convención, por ejemplo, Ocasio Cortez sugirió que volver atrás sería volver a una elite política asociada al mundo de Wall Street. Para Sanders, en tanto, se trataba de quitarle poder a las grandes corporaciones. ¿Pensará lo mismo Kamala Harris? Para intentar acercarse un poco más a lo que realmente puede representar la flamante candidata demócrata, conviene darle un vistazo a las personas que están detrás de la campaña de Harris, financiándola o apoyándola públicamente. En un artículo de un par de semanas atrás, el diario Financial Times publicó una lista de las personalidades más destacadas de cada área de gobierno que apoyan a Harris… Del área económico-financiera, que es una de las más importantes, el diario inglés señala a Mike Pyle, exsherpa de Biden en el G-7 y G-20, pero, más importante, exejecutivo del poderoso fondo de inversión Black Rock; Jon Henes, experto en quiebras corporativas y exempleado de la firma de abogados internacional Kirkland & Ellis; Ray McGuire, banquero de Lazard y exejecutivo del Citi Group, y Brad Kari, presidente de un bufete de abogados para corporaciones. Respecto al área tecnológica –el sector estratégico por antonomasia del país– figuran Reed Hastings, jefe de Netflix y donante del partido demócrata; Reid Hoffman, un conocido inversor capitalista y cofundador de LinkedIn; Brad Smith, the Microsoft, y Sheryl Sandberg, exjefa operativa de Meta (dueña de Facebook, Whatsapp, Instagram, y su flamante Meta IA dedicada a la inteligencia artificial), y a quien el Financial Times señala como prominente seguidora de Harris.  Dándole un vistazo a la lista completa, es válido pensar que más de uno de los referentes y seguidores de Harris se habrá negado a entonar el pegadizo y popular “we are not going back”. Hollywood y la política Viendo el discurso final de Harris en la Convención Nacional Demócrata es difícil no emocionarse: “Somos la nación más grande de la tierra…”, afirma conmovida en un emocionante alegato sobre lo que son capaces los estadounidenses.  Entre la puesta grandiosa, la imagen mítica y brillante, el eco de su voz y las reacciones emocionadas de los asistentes es imposible evitar la piel de gallina. Al final, es el tipo de emoción que uno puede tener cuando ve esa clase de discursos heroicos que aparecen en películas como Top Gun, Hombres de Honor o Pearl Harbour. De alguna forma, cabe pensar que la política se ha transformado en pura experiencia cinematográfica, y si algo hay que reconocerle a los norteamericanos es la enorme capacidad para crear sus propias narrativas sobre el bien y el mal, y hacerlo con un talento y una efectividad única. El problema es que, al salir de la sala, la realidad sigue estando ahí, real y dura. AF/MG

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A 60 días de la elección, empate técnico entre Harris y TrumpNueva York y Washington. Faltan 60 días para la elección del 5 de noviembre y, por ahora, hay un empate técnico entre la candidata demócrata, Kamala Harris, y su contrincante republicano, Donald Trump, según las encuestas, y el camino hacia la Casa Blanca está repleto de obstáculos, juicios, corrupción y amenazas de posible violencia. O sea, lo nuevo normal desde la llegada al escenario nacional del magnate hace nueve años. El que exista un empate técnico es buena noticia para los demócratas, que hace seis semanas estaban perdiendo la elección con su entonces candidato, el presidente Joe Biden, pero a la vez, no deja de ser extraordinario que puede haber un empate frente a un ex mandatario formalmente acusado de interferir en una elección –que algunos califican de intento de golpe de Estado– además de enfrentar acusaciones formales en otro caso federal por manejo ilícito de documentos oficiales secretos (anulado por una jueza nombrada por Trump, pero que está bajo apelación), y casos estatales donde ya fue declarado culpable por fraude empresarial, abuso sexual, y está batallando para frenar otro caso estatal por interferencia electoral. En el promedio de las encuestas nacionales, calculado por The New York Times, Harris tiene la ventaja de 49 contra 46 por ciento de Trump. No obstante, esta elección, vale repetir, no es algo que se definirá a nivel nacional, sino el resultado final será determinado sólo por unos seis o siete estados de los 50, y por unos cuantos de cientos de miles de votos o menos ahí –o sea, 6 por ciento de los votantes en seis estados podrán acabar determinando el resultado nacional, como reportó La Jornada (https://www.jornada.com.mx/2024/08/27/mundo/031n1mun). De acuerdo con algunos cálculos, 0.03 por ciento del voto nacional –43 mil sufragios en Wisconsin, Georgia y Arizona– fueron los que le dieron el triunfo a Joe Biden sobre Trump en 2020. En 2016, sólo 80 mil votos en estados claves inclinaron la balanza a favor de Trump, reportó The Guardian. Es decir, porque no hay voto directo para elegir presidente en este país, el proceso en realidad son 50 elecciones estatales simultáneas con el ganador de la mayoría en cada estado ganando todos los votantes del Colegio Electoral de ese estado. Por ese sistema, un candidato puede ganar, y por mucho, el voto nacional, pero perder la elección. Por lo tanto, la recta final se enfoca casi exclusivamente en esos cinco a siete estados claves. En las encuestas, la demócrata tiene una ventaja mínima en Pensilvania, Wisconsin, y Michigan y están empatados en Nevada, Georgia, Arizona, y Carolina del Norte. Eso es buena noticia, ya que Trump hace sólo unos días gozaba de una ventaja mínima en cuatro de esos estados. El magnate, quien sigue teniendo que avanzar simultáneamente como candidato presidencial y acusado criminal, se declaró, por conducto de sus abogados (no estuvo presente), no culpable este jueves ante cargos modificados en su caso criminal federal acusado de interferencia electoral en la contienda de 2020. Esencialmente, el caso fue descarrilado por un fallo de la Suprema Corte, cuya mayoría conservadora se logró con los nombramientos de Trump durante su presidencia, declarando que como Ejecutivo en las fechas en las que se cometieron los delitos, gozaba casi de inmunidad total. El fiscal federal encargado del caso modificó los cargos para intentar proceder con la demanda. Hacia una crisis electoral y desmanes republicanos A pesar de su muy ocupada agenda como acusado en estos procesos, Trump y su partido se preparan para detonar otra crisis electoral apostando a que los resultados serán muy cerrados en varios estados claves y, como lo hicieron la vez pasada, armar un conflicto legal pasados los comicios. También repetirán acusaciones de que migrantes sin derecho al voto son parte del supuesto fraude que se está preparando; todo sin evidencia. Los demócratas también se están preparando para esa disputa, contratando a decenas de abogados y organizando una unidad dedicada a la protección del votante. En ese caso, la conclusión oficial de los comicios podría demorarse, y mucho, y otra vez más arriesgar una crisis constitucional. No sólo eso, pero si Trump pierde la elección, no cesan los pronósticos, incluso de republicanos antiTrump, que el ex presidente hará todo lo posible para sembrar caos, y no descartan que llamaría a una insurrección –intención que él no esconde en sus mítines donde sigue insistiendo en que no perdió la elección en 2020, aunque no presenta ninguna evidencia–. De hecho, hasta la fecha, y como ha sido su costumbre, el republicano se ha rehusado a comprometerse a respetar los resultados de la elección este año, afirmando que si es justa y legal y buena, lo hará –pero él será el juez de eso–. Más aún, en una entrevista reciente afirmó que tenía todo el derecho de interferir en esa elección, justo uno de los delitos por los cuales está enfrentando juicios. Por su parte, Harris continúa enfocándose en actos de campaña en los estados claves y busca nutrir el ímpetu con que salió de la convención demócrata el mes pasado. Mientras, en lo que promete ser la contienda más cara por varios miles de millones de dólares, la corrupción sistémica del proceso se evidencia en el enorme poder de unos pocos donantes multimillonarios de ambos partidos y candidatos, cuyos dólares obviamente tienen mucha más influencia sobre las posiciones políticas que los votos de los ciudadanos (https://www.jornada.com.mx/2024/09/04/mundo/027n1mun). Los dos candidatos tienen una cita el próximo 10 de septiembre para su primer, y al parecer, único debate, el cual será trasmitido en vivo a escala nacional. Por otro lado, Hunter Biden, el hijo menor del presidente Joe Biden, sorprendió a fiscales al proponer declararse culpable de manejos fiscales ilícitos y con ello evitar otro juicio, aunque el juez responsable del caso aún no ha determinado si aceptará la propuesta, que de no avanzar, Biden hijo enfrenta una posible condena de prisión. El asunto, como otro juicio previo, ya no tiene las mismas implicaciones políticas que antes, desde que su padre se retiró de la contienda electoral.

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