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Mi cerebro tiene que hibernar para poder utilizar el resto que me queda y tratar de estar bien. Ahora voy hacia lo que menos conozco, voy a hacia mis hijos. Hoy, treinta y uno de octubre, la primavera mueve las esporas de los árboles, ayudada por el viento. Un sol plomizo cae sobre la polis y empiezo a escribir mi última columna de este tiempo en elDiarioAR. Tengo tan pocas palabras que simplemente quiero agradecer a las compañeras y compañeros que editaron mis textos y a los lectores que me escribieron estando de acuerdo o no, mostrando interés. Cuando uno escribe, celebra cosas y ofende a muchos. Les pido perdón a todos los que ofendí. Simplemente una parte de mi cerebro tiene que hibernar para poder utilizar el resto que me queda y tratar de estar bien. Y el trabajo siempre será colectivo y nunca individual. Ahora voy hacia lo que menos conozco, voy a hacia mis hijos. Hace poco un hombre mayor, muy elegante, se me cruzó en Santiago del Estero, donde yo estaba invitado por una actividad cultural. Este hombre era moreno, tenía un traje marrón muy simpático y estaba peinándose su pelo negro y brilloso mientras yo me lavaba las manos después de una actividad duchampiana. El hombre me empezó a hablar y me costó mucho entenderlo, simplemente porque yo no estaba disponible para percibir esos momentos únicos de la vida que son asintácticos. Pero sus palabras calaron en mí y finalmente entendí con todo mi cuerpo lo que me había tratado de decir. Si uno no está en estado de disponibilidad, los poemas pasan por todas partes y no los vemos, no los podemos capturar. Hace muchos años, en Santiago de Chile, en la calle San Diego, encontré un libro hermoso de Enrique Lihn. Ha venido conmigo en la sucesivas mudanzas y quisiera terminar esta columna compartiendo un poema suyo que vuelve a mi corazón una y otra vez: Porque escribí Ahora, que quizás, en un año de calma, piense: la poesía me sirvió para esto; no pude ser feliz, ello me fue negado pero escribí. Escribí: fui la víctima de la mendicidad y el orgullo mezclados y ajusticié también a unos pocos lectores; tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto; una muchacha cayó, en otro mundo a mis pies. Pero escribí: tuve esta rara certeza, la ilusión de tener el mundo entre las manos –¡Qué ilusión más perfecta! Como un cristo barroco con toda su crueldad innecesaria–. Escribí, mi escritura fue como la maleza de flores ácimas pero flores en fin, el pan de cada día de las tierras eriazas: una caparazón de espinas y raíces. De la vida tomé todas estas palabras como un niño un oropel, guijarros junto al río; las cosas de una magia, perfectamente inútiles pero que siempre vuelven a renovar su encanto. La especie de locura con la que vuela un anciano detrás de las palomas imitándolas me fue dada en lugar de servir para algo. Me condené escribiendo a que todos dudaran de mi existencia real (días de mi escritura, solar del extranjero). Todos los que sirvieron y los que fueron servidos digo que pasarán porque escribí. Y hacerlo significa trabajar con la muerte codo a codo, robarle unos cuantos secretos. En su origen el río es una veta de agua –allí, por un momento, siquiera, en esa altura– luego, al final, un mar que nadie ve de los que están bracéandose la vida. Porque escribí fui un odio vergonzante, pero el mar forma parte de mi escritura misma: línea de la rompiente en la que un verso se espuma yo puedo reiterar la poesía. Estuve enfermo, sin lugar a dudas, y no sólo de insomnio, también de ideas fijas que me hicieron leer con obscena atención a unos cuantos psicólogos, pero escribí y el crimen fue menor, lo pagué verso a verso hasta escribirlo, porque de la palabra que se ajusta al abismo surge un poco de oscura inteligencia y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados. Porque escribí no estuve en casa del verdugo ni me dejé llevar por el amor a Dios ni acepté que los hombres fueran dioses ni me hice desear como escribiente ni la pobreza me pareció atroz ni el poder una cosa deseable ni me lavé ni me ensucié las manos ni fueron vírgenes mis mejores amigas ni tuve como amigo a un fariseo ni a pesar de la cólera quise desbaratar a mi enemigo. Pero escribí y me muero por mi cuenta, Porque escribí porque escribí estoy vivo. Fabián Casas se tomará un descanso de este espacio, Columna nómade. Volverá en el verano, con un formato renovado. FC/DTC
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