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Retrato de Antón Chéjov por Osip BrazPor David Toscana En una excelente selección de las cartas de Chéjov, Simon Karlinsky dice que, para descaminar a los censores, el crítico Visarión Belinski “fue el primero en explotar el recurso de fingir que estaba criticando una obra literaria mientras que en realidad hablaba a sus lectores de lo que pensaba sobre asuntos políticos y sociales de su país”. Sabemos que no fue el primero, pero eso no importa. Lo relevante aquí es la astucia que ha de emplearse para enviar un mensaje en mundos que no gozan de libertad de expresión. Por naturaleza, el censor suele ser estúpido porque solo un estúpido se ocupa orgullosamente de la censura, es gente con mentalidad de apparatchik, o sea, sin mentalidad propia. En cierta carta que Belinski envió a Gogol, hablaba de literatura, pero perdió la sutileza y escribió de modo tal que hasta el más imbécil de los censores podía oler la turbulenta proclama: “Por eso usted no ha advertido que Rusia no ve su salvación en el misticismo, ni en el ascetismo, ni en el pietismo, sino en los logros de la civilización, la educación, el altruismo. Rusia no necesita sermones, ¡bastantes ha escuchado!, tampoco oraciones, ¡las ha repetido hasta el cansancio!, sino que despierte en el pueblo el sentido de su dignidad humana que se ha perdido durante siglos en el lodo y el estiércol; necesita derechos y leyes, no hechos a la medida de la Iglesia, sino del sentido común de justicia, y que estos sean estrictamente respetados”. Verdad tan grande había de ser censurada. En algunos círculos rebeldes se copió la carta, pero su lectura estaba castigada con un viaje a Siberia. Las cartas de Chéjov no suelen ser deliberadamente políticas, pero en ellas podemos leer cuán en alto ponía la libertad, cosa que también hacía en sus cuentos. Entre otras cosas, por eso es un gran escritor: congruente y libre. En su cuento “Un hombre en un estuche”, podemos leer: “¡Ah, la libertad, la libertad! Hasta una simple alusión, hasta una débil esperanza de que pueda existir, da alas al alma, ¿no es verdad?” En “Las grosellas”, uno de los personajes pronuncia una frase un tanto trillada, pero auténtica: “La libertad es un bien, decía yo, sin ella, como sin aire, no se puede vivir”. En cambio, en el cuento “Mi vida”, el protagonista de Chéjov se expresa sobre un pueblo en términos desfavorables: “Del mismo modo, estos sesenta mil habitantes leen y oyen hablar durante generaciones de la verdad, de la caridad y de la libertad y, aun así, hasta el día de su muerte, mienten desde la mañana hasta la noche y se martirizan los unos a los otros porque temen la libertad, la odian como si de un enemigo se tratara”. En muchos de sus cuentos aparece el tema de la libertad, tanto a través personajes que la aman y luchan por ella, como mediante seres conformistas, apáticos y reaccionarios, que la desdeñan. Estos últimos suelen ser pueblerinos, ignorantes. Quizás haya algo de alegórico en este diálogo de “El pechenego”: ¿Qué vamos a hacer con los cerdos?Lo mismo que los demás, estarán en libertad.Muy bien, sí, señor. Pero es que si no se les mata, se multiplicarán y, ¿sabe usted?, ¡adiós prados y huertos! Porque un cerdo en libertad y sin vigilancia le arma a usted el mayor de los estropicios en menos que canta un gallo. Un cerdo es siempre un cerdo. En cambio nadie aparece con tanta hambre de libertad como la intelligentsia, como los artistas; sean hombres o mujeres. Así, tenemos en una historia que “Brindaban y bebían por la amistad, por la inteligencia, por el progreso, por la libertad”, y en otra, una mujer rechaza cierta oferta matrimonial porque “Quiero ser artista, quiero la gloria, los éxitos, la libertad, y usted quiere que siga viviendo en esta ciudad, que continúe esta vida vacía e inútil, que se me ha hecho insoportable. Convertirme en su mujer, eso no, perdone. Uno debe aspirar siempre a las metas más altas, más brillantes, y la vida familiar me ataría para siempre”. En su época, causó iracundia su cuento “Campesinos”, pues narraba la terrible situación de los siervos que habían sido emancipados, pero la libertad no les había servido de gran cosa. Así un viejo campesino dice: “En tiempos de los señores se estaba mejor. Primero, trabajabas y, luego, comías y dormías, todo a su tiempo. Para comer tenías schi y kasha y, en la cena, schi y kasha también. Pepinos y col en abundancia: comías sin preocupación, cuanto te apeteciera. También eran más severos con nosotros. Todos conocíamos nuestro lugar.” Aunque Chéjov no fue encarcelado ni desterrado ni ejecutado, también padeció la censura política y moral de la época, y después de su muerte las ediciones soviéticas borraron algunos pasajes de su literatura y su correspondencia. Dado que algunas publicaciones pagaban por palabra, la censura significaba menor ingreso para el escritor. El censor quitó tantas líneas de su texto humoroso “Para información de los maridos”, que el editor hubo de descontarle diez rublos de los sesentaicinco pactados originalmente. Simon Karlinsky cuenta que Chéjov se embarcó en la escritura de una novela titulada Historias de las vidas de mis amigos, pero él mismo acabó por destruirla porque “nunca sería aprobada por la censura”. También, hay que decirlo, es probable que no haya aprobado su propia autocrítica. En sus cartas escribió: “Mi sanctasanctórum es el cuerpo humano, la salud, la inteligencia, el talento, la inspiración, el amor y la más absoluta libertad que pueda imaginarse”. En otra dijo: “Quiero ser un artista libre y nada más”. En la cuestionable pirámide de Maslow el escritor verdadero tiene la libertad en la base; al mismo nivel de la respiración. Y al que crea que exagero, vea cuántos escritores han pagado con su vida o prisión la libertad de expresarse. Por eso la gente que no necesita mayor libertad que la de adormecer sus pensamientos con algún entretenimiento no alcanza a entender de qué hablan los escritores cuando hablan de libertad. Quien escribe, sea literatura o periodismo, necesita más libertad que un cristal, un pez, un bruto o un ave. © Letras Libres
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