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El veto a la suba de haberes para los jubilados refleja la falta de voluntad para enfrentar el problema, cerrando espacios de diálogo y exacerbando el descontento social. Aunque se reconoce la necesidad de reformas como el aumento de la edad jubilatoria, la polarización actual impide abordar estas "verdades incómodas". Quienes nos interesamos por la política más como adictos al análisis que desde el punto de vista de la militancia activa tenemos una especie de sesgo contra el presente. Seguimos el asunto del veto al aumento a los jubilados y pensamos en cómo se va a discutir este tema en el futuro. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que la cuestión previsional es uno de los grandes temas de los próximos diez años, y que nos obligará a lidiar con verdades incómodas y mantas cortas de toda clase. Es desolador pensar que esto se va a dirimir en un escenario en el que todo se juega en un todo o nada, en la demostración de poder de negar un aumento mínimo y reprimir la (también mínima) protesta social que viene con esa negativa. La sensación es que esa actitud clausura cualquier conversación que pueda traer algo parecido a una reforma de consenso, no entendida como una especie de fantasía republicana en la que todos estemos felices con el mundo que acabamos de diseñar, sino como algo un poco más humilde que eso (bastante más humilde). Algo que más o menos, aunque sea de mala gana, todos podamos tolerar. No sé si es optimista o pesimista, pero esa es mi livianísima caracterización de la discusión democrática. Igual quería hablar de otra cosa: de esto que hacemos los lectores no participantes de la política, este trastorno de hablar en futuro, lo que “será uno de los grandes temas”, lo de “nos obligará a lidiar”, lo de “se va a dirimir”. La realidad es peor: esto que estamos viendo en la tele ahora es el debate público. Así estamos discutiendo la cuestión previsional, con vetos a aumentos de 10 dólares, gas pimienta y un asado para festejar. Así estamos lidiando con eso. Así se va a dirimir. Sorprende genuinamente que a Milei, que presume tanto de su gusto por el debate de ideas, no le moleste el marco en el que termina poniendo él a la conversación sobre las jubilaciones Lo de la clausura de la conversación honesta no necesitamos ni ir a verlo en el Congreso: basta con sentarse en un asado incluso con gente que se quiere y se respeta. Si la única reforma que se ofrece es humillante, miserable y violenta no hay ningún espacio para decir “igual, la edad jubilatoria va a tener que subir en los próximos años”. Busco metáforas deportivas del estilo “llevarse la pelota” para hablar de lo que se siente intentar pensar un futuro en la Argentina de hoy, pero por un lado, no sé nada de deportes, y por el otro, justamente de lo que se trata es de lo antideportiva que es la violencia. De todos modos, de nuevo: puede que la idea de que la discusión política se parezca al deporte sea una ilusión de los que pasamos más tiempo leyendo filosofía política que en los pasillos de cualquier edificio público. Las cosas funcionan de otras maneras, mucho más fascinantes, difíciles y accidentales. La tragedia es lo cotidiano, el cálculo es lo excepcional. Pero paseando por mi mente esto de los términos del debate pienso en algo que me da vueltas hace mucho pero recién hoy me cae con cierta claridad: Milei y “los universitarios” a los que eligió inexplicablemente como enemigos (porque todo indica que la cuestión del presupuesto universitario, igual que la del CONICET o el INCAA, es mucho más ideológica que presupuestaria) tenemos mucho en común en cuanto a las formas de las discusiones que nos interesan. Cuando Milei empezó con lo del mercado de niños o el mercado de órganos fuimos muchos los estudiantes y graduados de filosofía que nos reímos reconociendo en su discurso debates sobre los que efectivamente habíamos leído. Lo grave, en cualquier caso, era que el tipo no reconociera las diferencias contextuales entre plantear un experimento mental en un seminario de filosofía o en una campaña presidencial: un problema mucho más epistémico que moral, que a mí me alarmó mucho más por ese exceso de literalidad desconectada que porque yo creyera, realmente, que Milei es capaz de vender un niño o enjabonar un niño (realmente no lo creo). Todo esto para decir que me sorprende genuinamente que a Milei, que presume tanto de su gusto por el debate de ideas, no le moleste el marco en el que termina poniendo él a la conversación sobre las jubilaciones. Supongo que es la paradoja de esos defensores masculinistas de un occidente inventado, que terminan demostrando lo que ya sabíamos; que en occidente hay democracia y dictadura, feminismo y patriarcado, y que hace falta una nobleza demasiado escasa para preferir dar la discusión y perder un poco antes que patear todos los tableros y ganar sin jugar. TT/MF
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