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Maroc Maroc - ABC.ES - Opinión - 21/Feb 18:35

'Metanoia', con Barceló al fondo

En una tarde casi gótica y tenazmente pluviosa de este febrero, internéme en la última exposición del pintor Miquel Barceló . Me acompañaba el escritor Ignacio Vidal-Folch, con su inconfundible anorak azul eléctrico. Mientras dejábamos nuestros paraguas en la entrada de la Galería Elvira González, mi amigo lamentó aquella lluvia helada. En el interior, colgaban los Barcelós. Orgánicos, rupestres, elementales: como paridos por esa vulva primigenia que imaginaban los magdalenienses. 'Flores/Peces/Toros' se llama esta exposición. Era la inauguración y también bancos de curiosos humanos nadaban en derredor (al fondo, reconocí a Juan Manuel de Prada). Acaso la sensación general, en la galería, era suboceánica, como de cavidad de gran coral. —¿Has visto esas cabezas de pez?– señaló Vidal-Folch hacia un lado. En efecto, un atún mutante de barro amasado me miraba atentamente. Yo me sentí un tanto abrumado. En un escrito mío reciente sobre Barceló había categorizado (raptado, acaso, por un espíritu etiquetante ensoberbecido) las posibilidades suyas como una tríada, un triplete de fuerzas. De acuerdo con mi «doctrina», los cuadros de Barceló revisten bien una vis hilozoica, bien una vis animista o bien una vis contingente. Pues bien, el pez mutante me miraba con fijeza, como diciendo: «¿Y en cuál de estas tres fuerzas encajo yo, listillo?». La fuerza hilozoica designa toda una región del nutrido corpus: representa al Barceló más dinámicamente sublime, que nos asalta en diagonales de naufragios; o en círculo, a la manera del torbellino. Por ejemplo, el género taurino en este pintor invoca esta segunda especie envolvente de tormenta térrea. Pues bien, si la vis hilozoica anima toda la materia del mundo, indistintamente, en cambio, el animismo es la contrafuerza mítica barceloniana: atiende a la cosa solitaria. En los cuadros, concede ésta a cada entidad, viva o muerta, un aura, una sanción, un esplendor redondo de fruta perfectísima que me quiero comer, una dignidad cromática de cosa que está en su sitio. En algunos cuadros, esto uno se encuentra como plásticamente amenazado por la avalancha hilozoica de la materia indistinta, que lo busca sepultar. En otras ocasiones, la cosa domina: de esta suerte, los moradores de los cuadros de Barceló, animados por el ánima suplementaria de esta vis cósica o animista, andan practicando una libertad, en fondos cordiales, levemente ascensionales, como los espléndidos peces del cuadro 'Tropicalismo'. Después, además de estas dos vises (en diálogo, en guerra o de baile bugui-bugui) destaco en aquel texto una tercera: la fuerza del Barceló camerístico, que retrata rostros en cuadros de trazos de esgrima filantrópica, bajo el signo del azar nómada... Pero el caso es que la experiencia en 'Flores/Peces/Toros' me produjo una cierta zozobra, dado que innumerables obras de allí escapaban a mi tríada, como bien sostenía la cabeza de atún en barro. —¡Caramba! –lamenté–. Necesito más categorías. —¡El arte toma tantas veces el camino esquivo de las cosas de la vida! –suspiró Vidal-Folch–. —¿Qué quieres decir? —El arte no se deja etiquetar por el concepto tan fácilmente, jajaja –rio él cruelmente. El azul eléctrico de su anorak ganó una maligna electricidad suplementaria–. De acuerdo, por aquí veo cuadros dominados por la vis hilozoica que señalas y por allí otras que ilustran la vis animista –concedió–. Pero, Álvaro, ¿qué hay por ejemplo de estas cerámicas? ¿Y qué hay de aquellas ninfas forestales? —Lo sé. Se salen de mis categorías... Ante nosotros teníamos un despliegue de cerámicas de barro, como fósiles antediluvianos en un museo del fin del mundo. Yo esperaba alcanzar a Prada en la siguiente sala de Elvira González, pero no fue así. ¿Por dónde rayos se había ido? —Bueno, por eso admiramos más el arte que la crítica, más la creación que el análisis –continuó Vidal-Folch–. Porque el arte produce, y la crítica… la crítica tan sólo va adecuando cajones. Aunque tú y yo escribamos en periódicos (para que nos hagan un poco de caso y nos paguen algo) nuestro empeñó último, el poético, es mucho más similar al de Barceló que al de cualquier analista, o incluso intelectual. —Exacto: somos más del mythos que del lógos. —En cierto modo, sí. Como escribió Schlegel en 1800: «Os moriríais de angustia si, como exigís, el mundo en su totalidad se volviera realmente comprensible». —En el fondo, Ignacio, yo creo que a todos los artistas (pintores, poetas, arquitectos, ceramistas, compositores o titiriteros) nos empuja algo que debe ser algo así como un espíritu de la música. Este espíritu anticategorizador siempre hará del mundo algo opaco, y en ese sentido, nunca comprensible del todo. —Se dice de alguien: «Es escritor», indistintamente. Pero la escritura de ensayo, en artículos, y la de novela, en libros, son la cosa más divergente que puede haber. Somos el agente doble que trabaja para el país de lo comprensible y para el de lo opaco… Sin duda –continuó Vidal-Folch–, uno de los principales empeños del ensayista es trasladar conceptos y establecer categorías, pero el del poeta o novelista de verdad debe ser hacer olvidar que escribe con palabras. Meditando, entramos en una de las últimas estancias de la galería paleolítica. Era un cuadro titulado, en francés, 'Vanitas sobre el mar'. Se trata de un bodegón brumoso con dos luengos jarrones con flores y dos calaveras a su lado, a modo de 'meditatio mortis'. Al fondo y debajo del bodegón gótico-siniestro de botánica y hueso, se extiende un lírico mar nocturno. —Las vanitas ocupan un lugar peculiar en la obra de Barceló. Hay un elemento decadente que contrasta con el resto de su corpus, en el que se transmite un «sí, a pesar de todo» muy grande –dije. De pronto, apareció Juan Manuel de Prada a nuestro lado. Nos miró con una gravedad irónica–. —¿Sabéis qué? Yo creo que este cuadro es una alegoría sobre el que quizá sea vuestro destino literario. Las flores y las calaveras son la vanidad del mundo literario, con sus cuitas y sus perrerías. El mar, aquí entrevisto en medio de la noche, no es otra cosa que el océano de la belleza. La atención a las olorosas y mendaces flores del día, nos empuja a olvidar los valores imperecederos. Así, el gran empeño se tuerce. Cuando hubo terminado, Prada se fue, tranquilamente, hasta la salida de Elvira González y se convirtió en una sombra que salía al difícil aguacero invernal. Las caras de los monstruos de barro me miraban con gesto farlopero; algo los mantuvo en silencio, esta vez. Me giré a Vidal-Folch: se le había quedado un aire caviloso. Las manos, en el anorak. La luz de «Vanitas sobre el mar», entre blanca y marina, irradiaba un algo para lo que yo no habría encontrado categoría. —Mar de la belleza, espíritu de la música… No se sabe qué es lo que hacemos, ni por qué lo hacemos y a veces ni siquiera para quién –observó mi acompañante–. ¡Saber, lo que es saber, sólo acabamos sabiendo el enorme trabajo que lleva! El océano de la belleza es un hallazgo platónico . Para esa escuela, es un mar ideal que sólo entrevemos en esta vida limitada, a través de la contemplación de las cosas armónicas y proporcionadas. En sus 'Enéadas', Plotino llamó «conversión» al preciso acto de orientar nuestra mente desde la burda materia hacia lo más elevado; en griego, se dice 'strophé' o, mejor, 'metanoia'.

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