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Desertores de Franco y fieles a la República

Desertores de Franco y fieles a la República Sergio Millares Cantero Un gran número de canarios, enrolados para luchar en el bando franquista, desertaron de las unidades en las que estaban encuadrados y se pasaron a las filas republicanas. Muchos de ellos fueron capturados a la finalización de la contienda y juzgados en consejos de guerra. Algunos fueron condenados a muerte y fusilados por traición. Pero esos supuestos traidores fueron fieles a la República y a la bandera constitucional, por lo que se debería reivindicar su memoriaDurante la contienda civil en España, entre 1936 y 1939, fueron movilizados millares de jóvenes canarios para luchar en los frentes de guerra. Como las Islas cayeron en manos de los rebeldes desde los primeros momentos (a excepción de La Palma, que permaneció fiel a la República una semana después del golpe militar, y de El Hierro, que mantuvo una cierta ambigüedad hasta principios de agosto de 1936), los enrolamientos ordenados por el mando impuesto afectaron a la población en edad militar. De esta manera, a lo largo de los años de la guerra, se sucedieron las movilizaciones de diversas quintas de jóvenes entre los 18 y los 30 años. Como la República perdió el control del Archipiélago, no podía contar con el aporte humano canario para combatir la rebelión militar, aunque miles de isleños así lo hicieron, ya sea porque estaban en territorio republicano en el momento del golpe, ya sea porque huyeron de las Islas en diversos tipos de embarcaciones y se incorporaron a la zona republicana. No por casualidad, Dolores Ibárruri dijo por la radio, dirigiéndose al general golpista Queipo del Llano: «Queipo, cierra la jaula que se te escapan los canarios». Pero una forma poco conocida de incorporación de canarios para luchar por la legalidad democrática fue la de abandonar las líneas y trincheras en las que estaban para pasarse al Ejército republicano, muchos de ellos lo hicieron con las armas que portaban, y otros las abandonaban y corrían al otro lado del frente.También hay casos en los que la deserción se queda en intento porque son acusados de difundir entre la tropa mensajes desmovilizadores y de promover la deserción aunque fueran capturados a tiempo antes de que se produjera.  El nivel de paranoia de las autoridades militares franquistas fue sumamente alto durante la guerra. Aunque la evolución de los frentes fue casi siempre favorable al bando de los rebeldes en esa época, la situación era bastante incierta, fundamentalmente porque el gobierno republicano fue incrementando su eficacia, sobre todo en la época de Juan Negrín como presidente del gobierno, quien había impuesto la disciplina en sus filas y caminaba -quizá tardíamente- hacia un ejército que podía enfrentarse a la experiencia y profesionalidad de su contrincante. Es por eso que en las filas llamadas ‘nacionales’ cunden las dudas e incertidumbres, lo que les llevó a extremar la vigilancia y ejercer un castigo implacable ante cualquier atisbo de disidencia en las propias unidades militares. De ahí la extrema dureza de las sentencias, que no tenía otro fin que el de lanzar un mensaje disuasorio hacia todos aquellos que pensaran pasarse al otro bando. Pero a pesar de la vigilancia extrema sobre los propios soldados y la implacable red de delación las deserciones se produjeron con gran frecuencia a lo largo de la guerra. Previsiblemente, también se darían en sentido contrario, es decir, de canarios que lucharon por la República y que se pasaron al bando franquista. Este último fenómeno, probablemente, se dio pero no en la misma medida. La explicación es clara: los canarios integrados en las unidades militares republicanas tenían un alto grado de conciencia por lo que luchaban y no iban a la fuerza sino que habían decidido libremente coger las armas. Han quedado registrados numerosos consejos de guerra contra jóvenes que no querían ir a los frentes de guerra en la PenínsulaEn cambio, los movilizados por su quinta en Canarias no lo eran por elección sino por obligación. Existieron numerosos consejos de guerra contra jóvenes que no querían ir a los frentes de guerra en la península. Como el caso del soldado del grupo mixto de Artillería nº 3 el grancanario Antonio Rodríguez Hernández, quien estando de guardia en el campo de concentración de la Isleta el 5 de septiembre de 1936 le dijo a un cabo que era una tontería ir a combatir al frente y que si su unidad lo hacía él no lo haría. No sabemos si fue una fanfarronada, dicha en un momento de ofuscación pero fue condenado a 12 años por excitación a la rebelión. También el joven Juan Domínguez Sánchez, perteneciente al Regimiento de Infantería Canarias 39 , dijo el 5 de octubre de ese año, en un coche que le llevaba de Las Palmas a Arucas, que estaba de acuerdo con otros para capturar el vapor Romeu que le iba a llevar a las zonas de combate tres días después y llevarlo a Barcelona para unirse a la República. Todo esto lo aderezó con vivas al comunismo y el canto de la Internacional. De nada le sirvió aducir que estaba embriagado. Condenado a ocho años por excitación a la rebelión. Pero en algunas ocasiones los deseos se materializaban. El caso del soldado Manuel Sánchez Martín, también del Regimiento antes citado, es interesante. En esta ocasión tenía un cierto perfil político pues había sido afiliado al Sindicato de Panaderos de la CNT. El 28 de febrero de 1937 se introdujo como polizón en un barco danés, de Las Palmas fue a Casablanca, allí el cónsul republicano lo mandó al de Orán y este lo remitió a Barcelona para luchar con la República. Estuvo en el frente de Aragón, en la 122 brigada de la 27 división. Pero con el descalabro militar republicano es capturado por las tropas franquistas en Almería. El consejo de guerra celebrado el 23 de septiembre de 1939 en Las Palmas lo condenó a cadena perpetua por adhesión a la rebelión.  El jornalero Celedonio Pérez y Pérez, natural de Icod de los Vinos (Tenerife), huyó del cuartel del Regimiento de Infantería Canarias 38 el mismo día en que se iba a embarcar, el 8 de abril de 1937. Para disimular su hecho volvió unos días después. Lo encerraron 15 días en el calabozo, y ante la perspectiva de ser embarcado nuevamente se marchó a su casa sin autorización. Capturado unos meses después por la Guardia Civil fue condenado a 20 años por auxilio a la rebelión.  Pero una vez llegados a los frentes de guerra se registraron muchos casos, unos se quedaron en tentativa. Como el caso de los cuatro canarios de Tenerife, de la agrupación artillera de la División Canaria nº 151 durante su estancia en Segovia. Se trataba de Antonio Brito Vargas, Lucas Cardona Quintero, Jesús Déniz Gutiérrez y Antonio Ríos Hernández. Acusaban al primero de decirle a algunas personas de su unidad que deseaba pasarse al enemigo y que Franco era un «h de p». El segundo también expresó su deseo de desertar en una taberna. Un día, el primero le dijo a los dos últimos «Salud camaradas» y recibió la misma respuesta. Fueron detenidos en agosto de 1937 y el 17 de noviembre se celebró un consejo de guerra que los acusaba de adhesión a la rebelión. En las conclusiones de la sentencia se dijo que los dos primeros habían causado «un gravísimo daño en la moral de las tropas» y que sus manifestaciones tenían un «alto grado de perversidad». Los dos primeros fueron condenados a muerte y fusilados el 31 de enero del año siguiente; a los dos últimos se les impuso la pena de cadena perpetua, y solo por responder a un saludo aparentemente inocuo -eso de salud camaradas podía decirlo cualquier falangista-. El único de los cuatro encartados que tenía un cierto perfil político era Antonio Brito. Poco después del golpe militar había sido detenido por el delito de escuchar las emisoras de radio llamadas ‘rojas’ a través de un aparato Philips que había adquirido poco antes del 18 de julio. También le acusaron de tener un retrato de Azaña en la cabecera de su cama. Permaneció en el campo de concentración de Fyffes hasta principios de 1937 pero no le procesaron, luego fue movilizado. Embarque de las tropas con destino a la Península en el Puerto de Las Palmas. / La ProvinciaLucas Cardona era electricista y trabajaba en la Compañía Telefónica de Santa Cruz de Tenerife y había sido despedido de la misma, según dice un informe de la Guardia Civil, por haberse lesionado intencionadamente para cobrar el seguro. Los dos fusilados no pertenecían a ningún grupo político. Los dos condenados a cadena perpetua habían estado afiliados a la CNT, pero no habían destacado. Pero muchos lograron sus objetivos de pasarse de bando. Quizá no eran conscientes de las debilidades militares de la República, pero muchos no lo dudaron, aunque al término de la contienda fueron capturados y sometidos a consejos de guerra. Como a los tres vecinos de Las Palmas, en concreto de La Isleta: Gregorio Olivares Caballero, Manuel Plácido Suárez Cerpa y Santiago Medina Hernández, 24, 30 y 23 años respectivamente, los tres casados y con hijos pequeños. No tenían antecedentes de militancia política ni sindical. Se habían fugado desde una posición avanzada del frente del Guadarrama e incorporado a las filas republicanas. Años después fueron capturados y un consejo de guerra los condenó a morir fusilados por traición. El 19 de enero de 1940 fueron ultimados en el campo de tiro de La Isleta, quizá sus esposas e hijos oyeran los disparos del pelotón de fusilamiento. Otro fusilado por traición fue un palmero de Puntagorda, Antonio Pérez Rodríguez. Era cabo del batallón 285, regimiento Tenerife, división 151 de Canarias. Se encontraban en Jaulín (Zaragoza) cuando en la noche del 2 al 3 de septiembre de 1937, un día después de ocupar una posición avanzada por primera vez, abandona las filas con otro cabo y se pasa a los republicanos, según la acusación «facilitándole al comandante de los rojos la posición de nuestras fuerzas», lo que ocasionó que tuvieran bajas y prisioneros. Precisamente, uno de los capturados es el que va a testificar en el juicio contra el palmero, porque lo vio «jactándose de lo hecho». La captura del palmero se produjo entre 1937 y 1938, porque el fusilamiento se produjo el 3 de mayo del último año. Pero quizá el caso más extraño y desgraciado fue el de Cosme Fernández Martín, de profesión contable y mecánico, que había nacido en Cuba y se encontraba con parte de su familia en Las Palmas. Había sobrevivido a la durísima represión inicial, fue detenido y estuvo en prisiones de la isla durante un año por ser un militante destacado de la CNT. Puede que por tener 19 años le pusieran en libertad en agosto de 1937, pero fue inmediatamente enrolado a las filas del Ejército. Parecía que lo peor había pasado para él, pero a principios de marzo de 1939 no se le ocurre otra cosa que polemizar en una guagua que le conducía del Puerto a Guanarteme con unos ciudadanos que comentaban la noticia de la toma de Cartagena. Según el consejo de guerra, al intervenir en la conversación dijo que la noticia no estaba confirmada porque él estaba de servicio en la emisora militar y no lo habían dicho. Hasta ahí podía escapar porque no había dicho nada inconveniente, a lo sumo podía incomodar a los que estaban hablando, pero no era un hecho punible. Pero al bajarse de la guagua no pudo contenerse y dijo: «¡Esta [la guerra] la ganaron, pero la otra…..!”. Y esto bastó para ser condenado a 12 años por excitación a la rebelión. Si el santoral de los cristianos tiene a San Judas Tadeo como el de las causas perdidas, al bueno de Cosme tendrían que darle ese título los propios republicanos, aunque en este caso sería de un santo bien laico. Todos estos casos son solo un pequeño botón de muestra de todos aquellos que sufrieron este tipo de represión. Algunos pensarán que como desertores se merecían el destino que sufrieron, pero desde otra óptica podemos verlos como víctimas y mártires por la causa en la que creían. Por eso merecen ser recordados.   Fuente → laprovincia.es La Voz de la República - Todas las Noticias RSS El Primer DNI Republicano

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