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La Primera República, la utopía de 1873Albert Portillo Recordar la Primera República en los términos de Pi y Margall, es decir, como una “guerra de clase a clase”, es una evocación combativa Con este título se llamaba un homenaje colectivo organizado por un abanico de revistas y asociaciones de izquierdas cuando en febrero de 2023 se cumplían 150 años de la proclamación de la Primera República. Ese homenaje se concretó en un trabajado dossier que tomó por nombre La Primera República, la utopía de 1873 en él las siguientes revistas: Realitat, Debats pel Demà, Sobiranies, Revista la U, Viento Sur, CTXT, Nortes, El Salto, Memoria del futuro y Universitat Progressista d'Estiu de Catalunya (UPEC), tratábamos de romper los tópicos tradicionales que reinan sobre la Primera República. De ahí la voluntad de recordar su dimensión utópica que tan saludada sería por poetas de la talla de Walt Whitman o Víctor Hugo. En su Carta a España de octubre de 1868 Víctor Hugo soñaba con esa promesa republicana —en el momento en que Isabel II era destronada— en estos términos: «La República en España sería la paz en Europa; sería la neutralidad entre Francia y Prusia, la imposibilidad de la guerra entre las monarquías militares por el solo hecho de la revolución presente (...) Si España renace como monarquía, es pequeña. Si renace República, es grande.» Y es que en una Europa ultraconservadora dominada por las grandes potencias imperiales —el zarismo ruso, el II Reich alemán de Bismarck, la República francesa de Thiers— la posibilidad de una República española prometía ser una alternativa democrática a contracorriente, tal como veía el mismísimo Giuseppe Garibaldi, también en 1868: «Sería un gran consuelo que por toda Europa se hiciera tan gigantesca como en vuestra bella patria la idea republicana». Por ello, cuando estas esperanzas se materializaban un 11 de febrero de 1873 el gran poeta romántico estadounidense Walt Whitman se entusiasmaba escribiendo: «Ah! Pero acabas de aparecerte a nosotros en persona —te conocemos / Nos has dado una prueba segura, la visión fugaz de ti misma / Tú esperas allá, como en todas partes, tu hora»[i] No nos ha de extrañar por otro lado que en cambio las derechas recuerden con un profundo miedo cerval, que parece recorrerles la columna vertebral, la Primera República. Des de los avisos recurrentes de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso, contra el advenimiento de una “República federal laica y plurinacional” o las “políticas cantonalistas” hasta la criminalización de Pi y Margall por parte de Federico Jiménez Losantos. Un conflicto que ha encontrado mucha menos respuesta por parte de la izquierda política ante semejantes descalificaciones —algo inconcebible para la izquierda francesa à la Mélenchon cuando se trata de defender la revolución francesa, la Comuna de París o el Frente Popular.La lucha ideológica por la República En el ámbito de las publicaciones el combate ideológico ha sido algo más balanceado. Aunque también en este aspecto las posiciones son antagónicas. Por mencionar, algunos libros que se han publicado con motivo de la Primera República tenemos, por la izquierda, los escritos por el aguerrido diputado Gerardo Pisarello: La República inesperada (CTXT, 2023) y Una utopía republicana. Los legados de Pi y Margall (La oveja roja, 2024), así como la muy esperada antología sobre los escritos de Pi y Margall L’hidra del federalisme. Francesc Pi i Margall (Tigre de Paper, 2024), de Jaume Montés y Xavier Granell, y, por último, el excelente libro de Jeanne Moisand sobre el movimiento cantonalista Federación o muerte. Los mundos posibles del Cantón de Cartagena (1873) (Catarata, 2023). Por parte de la derecha académica tenemos La Primera República. Auge y destrucción de una experiencia democrática (Akal, 2023) de Florencia Peyrou, en donde sorprendentemente se reproducen los tópicos antirrepublicanos y anticantonalistas de la historiografía anglosajona de los años sesenta —especialmente del historiador C. A. M. Hennessy—, según los cuales la República llevaba en sí misma la semilla de la autodestrucción. Un argumento que coincide básicamente con el de la extrema derecha intelectual —estoy pensando en libro de Jorge Vilches La Primera República Española (1873-1874). De la utopía al caos (Espasa, 2023)— sobre el caos que desató la República con sus reformas sociales y políticas, de las que el cantonalismo sería la expresión última. En donde el “caos” se presenta despertado por los reformadores y no precisamente por los que se oponen a ellos cayendo, en este caso previsiblemente, en lo que Albert O. Hirschman llamaba el argumento de la perversidad. Es por ello que frente al ruido ideológico es tan importante reivindicar el legado democrático y emancipador de la Primera República en sus combates contra la burguesía esclavista, la nobleza latifundista y la extrema derecha carlista, quizás ahí reside el motivo que explica la profunda animadversión de las derechas —políticas e intelectuales— a ese legado que Pi y Margall encarna como nadie —como muy agudamente vio Engels al decir de Pi que: “de todos los republicanos oficiales, el único socialista, el único que comprendía la necesidad de que la República se apoyara en los obreros.”[ii]Pi y Margall desencadenadoEl segundo presidente de la República, Pi, al presentar su programa de gobierno el 13 de junio de 1873 representaba cabalmente a la flor y la nata del republicanismo popular. Este es el motivo por el cual Engels, no sólo por sus medidas sociales, sino como catalizador capaz de “poner en marcha la revolución social.”[iii] Pero veamos que dijo Pi y Margall en este discurso en el ámbito de la educación: “Estamos decididos a hacer todo lo posible para establecer la enseñanza gratuita y obligatoria” o contra el esclavismo: “Debemos llevar también a cabo la obra de la abolición de la esclavitud. La esclavitud es ahora más dura para los cubanos que antes, porque tienen el ejemplo de Puerto-Rico, donde se han emancipado 40.000 esclavos”[iv]. Y es que como señalaba el propio Pi estas, y otras medidas sociales, tenían un contenido inevitablemente revolucionario: “Supongo, Sres. Diputados, que os habréis fijado en el carácter de las revoluciones políticas; todas entrañan una revolución económica. Son las revoluciones políticas, en su fondo, una guerra de clase a clase: es decir, un esfuerzo de las clases inferiores para subir al nivel de las superiores.”[v] La República, pero tuvo que enfrentar una oposición contrarrevolucionaria por parte de la extrema derecha armada —el carlismo— que se combinaba con el boicot interno de los progresistas y conservadores —protagonistas de un intento de golpe de Estado el 23 de abril de 1873— y la desidia del Ejército profesional, cobarde ante los carlistas y feroz contra los trabajadores. De hecho, contra el tópico historiográfico reinante, la extrema derecha armada fue uno de los grandes problemas de la República. No se trató de un fenómeno local ni desconectado de la burguesía urbana. Los carlistas gozaban de amplias alianzas internacionales agrupadas en una internacional reaccionaria —la Internacional Blanca— que aportaba fondos y armas al carlismo, como ha señalado el historiador Alexandre Dupont en su libro La internacional blanca. Contrarrevolución más allá de las fronteras (España y Francia, 1868-1876) (Prensa de la Universidad de Zaragoza, 2021). En este sentido, el carlismo lejos de representar un fenómeno limitado a las elites agrarias también encontró apoyo político y financiero en las elites urbanas. De hecho, la alianza entre esclavistas y carlistas fue un hecho consumado y hecho público en la prensa ultraconservadora. El carlismo urbano y burgués fue una realidad fruto de que representaba una defensa armada de la propiedad. Si al final buena parte de las elites urbanas desestimaron el carlismo no fue por desestimar su programa ni su ideología sino porque había a mano otras opciones contrarrevolucionarias más viables.La importancia de tomarse en serio la historiaNo es baladí la defensa de una determinada tradición, sobre todo cuando ha sido menospreciada hasta por sus mismos herederos, algo inconcebible para la izquierda francesa de Jean-Luc Mélenchon que este 4 de febrero reivindicaba la abolición de la esclavitud por parte de la Convención revolucionaria y aprovechaba la reivindicación del antiesclavismo jacobino para reivindicar la creolización de Francia como proyecto republicano antirracista en un mitin en un barrio popular de Nantes. Un ejemplo combativo que en vísperas de la Segunda República ejemplificaba Manuel Azaña un 11 de febrero de 1930: “El deber consiste en sacar las consecuencias irremisibles de esta situación. Para ello debemos contar con las izquierdas españolas todas, y nada más que con ellas, llamando izquierdas a los que sin ambages, remilgos ni distingos, ponen por base de la organización del Estado la forma republicana. (…). Y hemos de prometernos aquí todos no descansar hasta que se logre nuestra obra, de suerte que el 11 de febrero, fiesta conmemorativa en los años pasados, adquiera, sin perder nada de su significación piadosa y memorable, el valor de una promesa de realizaciones y de una llamada al combate.”[vi] Así pues, recordar la Primera República en los términos de Pi y Margall, es decir, como una “guerra de clase a clase”, es una evocación combativa. No ha de extrañarnos la admiración de Walt Whitman a este espíritu de lucha cuando escribía pensando en los revolucionarios europeos: “¡Libertad, que otros desesperen de ti, yo jamás desesperaré de ti!”[vii]. Notas [i] Walt Whitman: “España, 1873-1874”, Hojas de Hierba, 1892 [1855]. [iii] Ibidem. [iv] Discurso Pi y Margall como presidente de la República el 13 de junio de 1873. Disponible en el Diario de Sesiones del Congreso, Legislatura 1873-1874. 13-06-1873. Nº 13 (de 135 a 147). [v] Ibidem. [vi] Manuel Azaña: “Llamada al combate”, Alocución en el banquete de Acción Republicana del 11 de febrero de 1930. [vii] Walt Whitman: “Europa en el año 72 y 73 de estos Estados”, Hojas de Hierba, 1892 [1855]. Fuente → diario.red La Voz de la República - Todas las Noticias RSS El Primer DNI Republicano
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