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La siguiente publicación son fragmentos del diario de Peter Weiss, dramaturgo marxista sueco que marcó el teatro del siglo XX. Por su pensamiento antiestalinista, Weiss fue repudiado por el partido comunista de Suecia, alineado entonces con la Unión Soviética. Este diario de Weiss, publicado bajo el título Convalecencia, y escrito mayormente en 1970, no solo recoge los dilemas internos de un intelectual revolucionario que choca con la censura, sino que también hace un análisis de cuál es el impacto del estalinismo ante la historia y los futuros artistas. El público cubano se sentirá muy identificado con la selección que hemos hecho del diario Convalecencia. 14 de agosto de 1970Al principio [en la Rusia soviética] las dos revoluciones, la política y la artística, estaban entrelazadas, eran polos de un mismo campo de fuerza, con su interacción constante hubieran podido llevar adelante la renovación, pero cuando se destruyó la unidad entre la fantasía creativa y la construcción práctica mediante la censura, el culto al poder, la estrechez de miras y la rigidez jerárquica se abolió la meta de una transformación profunda en la sociedad. Con el suicidio de Maiakovski se inició el caudal de ejecuciones, este grito de socorro, de estremecimiento de grandes ideas (...).17 de agosto de 1970(...) pasé la noche junto a otro enfermo soviético, una víctima del conflicto entre el primer estado de trabajadores y la República Popular China, con el cráneo abollado, sus huesos quebrados en una disputa entre asesores técnicos de ambas percepciones socialistas enfrentadas. [Weiss se encontraba en un hospital vietnamita].18 de agosto de 1970Alguna vez [yo] había caído en el círculo proscrito de aquella coacción, que habían conocido los acusados en los procesos de Praga y Moscú, cuando por descorazonamiento y desmoralización renunciaron a su propio pensamiento, a su verdad y se sometieron a una instancia superior destructora, cuando, porque les resultaba insoportable ser expulsados de la obra de su vida, se dejaron deglutir por el partido identificándose totalmente con él. En sus declaraciones expresaron autodesprecio por ser burgueses, en la mayoría de los casos de ser de ascendencia judía, se culparon de su oportunismo, de su floja o inexistente relación con la clase trabajadora. (...). Se desdicen en interés del partido, proclaman ante todo el mundo que el partido tiene razón, que el partido, la élite, defiende la causa de los trabajadores, del socialismo, de la revolución. Y para ser readmitido de nuevo, para ser incluido de nuevo en sus filas bajo los íconos de los antepasados barbudos hay que confesar sus errores ante el tribunal bizantino, hay que venir purificado del confesionario (...). Para no vivir en la indigencia allí en el destierro, donde han sido ya tantos empujados bajo maldiciones terribles, para no ser finalmente muerto a palos y enterrado como un perro rabioso en una tierra árida en la que, como una vez se dijo, sólo crecen cerdos y hierbas malas. (...) yo luchaba por la misma ideología que reclamaban para sí quienes consideraban compatible la falsificación histórica, el tabú primitivo, la represión de la crítica, la aliminación de la libre opinión con el materialismo dialéctico. (...). Mientras los partidos monolíticos rechacen el inmenso potencial de las fuerzas militantes y las consideren incompatibles con sus líneas maestras, hace tiempo degradadas, estamos condenados a la ambivalencia en nuestras determinaciones políticas, en nuestra toma de posiciones. (...). Ya el que tengamos que recordar siempre que socialismo y libertad son conceptos inseparables entre sí nos desacredita. Con el arrollamiento del los intentos checoslovacos de democratización se consumó la ruptura definitiva y día a día se fue agrandando con la experiencia de los insultos, de las medidas de castigo contra quienes osan alzar su voz de crítica dentro de la Unión Soviética. La necesidad de defender al primer estado de los trabajadores no excluye que nosotros tengamos nuestra propia opinión (...). Castro ha tenido que suspender su crítica a los partidos contrarios a la guerrilla. Dependiente de la ayuda soviética, se vio necesitado a aceptar la entrada soviética en Checoslovaquia. Calló ante la revuelta parisina de mayo y ante las invectivas que fueron vertidas por el partido comunista francés y la Unión Soviética sobre los trabajadores y estudiantes revoltosos. El principio de Fidel, que todo lo que se manifieste dentro de la revolución está permitido, se ha puesto en duda puesto que frente al antiburocrático Castro se han hecho valer nuevas agrupaciones de funcionarios, que quieren amarrar la vida cultural con restricciones. Y cuando ahora un Sartre o un Karol en su periódico de Cuba avisan de la aparición de una represión corre peligro Castro de perder el sentido de en donde se encuntran sus verdaderos amigos. 7 de septiembre de 1970Cuando aún era bien recibido como huésped, en las conversaciones de entonces con los responsables políticos de cultura de la República Democrática Alemana (...), el tono amistoso topaba siempre con una raya a partir de la cual no cabía ni entendimiento ni un seguir adelante. (...). Que el arte debía estar del lado del progresismo, del humanismo, del cambio social era condición previa evidente de toda discusión, pero nunca se dejó abrir la perspectiva de libertad y multiplicidad que correspondía a esta actitud fundamental ¿Me preguntaba qué impedía a estas personalidades, a estos hombres que por su convicción política habían superado la cárcel, torturas, campos de concentración y años duros de emigración, mostrar aquella (...) superioridad propia de los administradores de la promoción cultural? ¿Por qué aquellos que habían vivido los tormentos y la represión intelectual en su propio cuerpo, eran incapaces de darse cuenta de la necesidad de la libertad de expresión (...)? (...) Ellos habían fijado para siempre su posición y su idea de cómo debía ser la cultura de un estado de los trabajadores y los labradores, no fueron conscientes de que con su rigor e inmovilidad contribuían al bloqueo de su país. (...). Apenas conozco intelectual alguno de este país que no haya expresado a menudo, durante los años de relaciones, su descontento, su traba, incluso su desesperación ante la presión a la que era sometida su actividad, y a ninguno de ellos se les hubiera podido catalogar como enemigo del estado, como enemigo del socialismo, ninguno deseaba el restablecimiento de las relaciones capitalistas, muchos eran comunistas convencidos (...). Sabemos y tenemos que constatar siempre que la dirección socialista en su actual descomposición y en la situación actual de lucha no puede tolerar un estallido de libertad en el ámbito de las opiniones, de los medios artísticos porque ella, que ha crecido y se ha desarrollado cada vez más imbuida de su papel autoritario, está poseída por la idea de que una libertad así sólo puede mezclarse e ir de la mano con el liberalismo burgués (...).25 de diciembre de 1970(...) se ha desvanecido aquel lema de Castro de que el deber de todo revolucionario es hacer la revolución, la idea del Nuevo Hombre Socialista, concebida tras el breve apogeo de la Revolución de Octubre, resucitado de nuevo por el Che Guevara y loada por última vez en la Conferencia Cultural de La Habana en enero de 1968 es casi una aureola molesta ahora que ya no se trata de manifestar la fantasía colectiva, la vitalidad artística universal, la unidad de la realidad y la poesía sino de mantener lo acordado y lo ordenado y garantirzar la existencia a los estados que han comenzado con los preparativos penosos para el establecimiento de relaciones socialistas. (...) el Hombre Socialista está naciendo en distintas formas (...) como hombre de los países socialistas en el bloque soviético exigiendo bienes de consumo, anhelando el lujo occidental, no poseyendo los medios de producción, matándose a trabajar como sus compañeros de trabajo en occidente, como hombre chino colocándose entre cientos de miles bajo cuádros rosáceos que superan todo idealismo anterior; dominado por un rostro que deja pequeño todo culto personal jamás imaginado (...)1 de enero de 1971La imagen de Lenin, de pie en la tribuna, inclinado hacia adelante, dinámico y junto a él Trotski con un abrigo de soldado es imborrable, y el comandante del Ejército Rojo, posteriormente retocado, hace que la negrura vaga que permanecía estacionada nos recuerde el brío desaparecido y las esperanzas perdidas de una generación.
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