Maroc - LA NUEVA ESPANA - Suplemento Cultura - 30/Jan 03:01

Estampas rusas

Las pequeñas cosas, los dramas humanos que huyen de la heroicidad altisonante son algunos de los territorios en los que Piotr Ilich Chaikovski alcanza grandeza mayúscula. "Eugenio Oneguin" es buen ejemplo de ello. Retoma el teatro Real de Madrid una de sus obras emblemáticas y lo hace con una propuesta extraordinaria, desde el foso y desde la escena. Pocas veces nos encontramos en los teatros españoles –si acaso, aparte del coliseo madrileño, exclusivamente en el Liceo barcelonés y en Les Arts en Valencia– con una conjunción tan rotunda entre ambos elementos. Por una parte, un magistral Gustavo Gimeno a la batuta, con un discurso musical de la obra en el que intensidad y lirismo fluyen en un caudal melódico que propicia una fortaleza en la expresión fuera de serie, que se ajusta a la puesta en escena de manera impecable. Las calidades y cualidades musicales de Gimeno, uno de nuestros maestros de mayor proyección internacional, vuelven a brillar en una versión que es fuego musical y que lleva en volandas a un reparto que crece según la obra avanza y desborda emoción en todos sus integrantes. Ahí está la tormenta emocional sobre la que Iurii Samoilov construye el personaje de Oneguin, el pulso dramático de la Tatiana de Kristina Mkhitaryan, que se agiganta con una escena de la carta de asombrosa quietud y patetismo, o la capacidad de Bogdan Volkov, como un frágil Lenski, para expresar con sutileza infinita su hermosa "Kudá, kudá"; un verdadero festín vocal e interpretativo que fue creciendo según avanzaba la representación.