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Maroc Maroc - AVOZDELAREPUBLICA.ES - A La Une - 13/Jan 09:38

Un general republicano, Vicente Rojo

Un general republicano, Vicente Rojo Daniel Campione Una de las principales figuras militares de la llamada guerra civil española vivió cuatro años exiliada en Argentina al final del conflicto y dejó allí su marca a través de la producción bibliográfica y el periodismo. El general Rojo fue el militar republicano con máximo nivel de mando en la guerra, como jefe del Estado Mayor del Ejército Popular de la República. Y se volvió el gran conductor de varias de las grandes operaciones desarrolladas por el ejército popular de la república durante la guerra. Antes de 1936 Con el transcurso de la guerra no sólo estuvo a cargo del comando, sino que se convirtió en el más reconocido de los militares leales a la república. Jefes surgidos en la milicia y hombres de partido, como Enrique Líster y Juan Modesto, tenían una fama comparable y eran admirados por sus aptitudes y por su arrojo.  Vicente ocupaba otro escalón. Militar de carrera, profesor de escuelas militares de España, con diploma de Estado Mayor, era un experto en estrategia, entre otras especialidades. Un verdadero intelectual de las artes bélicas. Su carrera entrañó un tránsito con mucho mayor peso de la docencia y la administración que del mando directo de tropas y la experiencia de combate. No fue un “africanista”, si bien estuvo en Marruecos. Allí tuvo disidencias con los métodos del ejército de África. Tanto los aplicados en el manejo cotidiano como en las acciones brutales que caracterizaban a la guerra colonial. Las mismas que los golpistas de 1930 trasladarían a la península, con derroche de salvajismo. Con firmes convicciones católicas y rasgos conservadores en su formación política, se consideraba sobre todo un jefe militar. Y como tal, creía que la mayor virtud de un soldado era la fidelidad hacia el Estado al que había jurado fidelidad. Desde ese convencimiento y el repudio a cualquier forma de rebelión, no dudó en ser leal a la república después del golpe del 18 de julio que dio inicio al enfrentamiento armado. No coincidía con las posiciones revolucionarias que predominaban en el campo republicano. Sin embargo lo separaba un abismo de la retrógrada visión de los golpistas. Y valoraba aspectos progresivos de la gestión republicana. El gran estratega. Durante los episodios tempranos de la contienda se desempeñó en puestos secundarios que sin embargo requerían confianza. El más recordado fue la mediación para obtener la rendición del Alcázar de Toledo, en los primeros días de septiembre de 1936. Las condiciones fueron rechazadas por los sitiados, sin deponer por eso el respeto que les merecía Rojo. En el asedio de Madrid, iniciado en noviembre de 1936, todavía no tenía la máxima responsabilidad, ya que el comandante de la defensa era el general José Miaja. Él operaba desde el estado mayor de la defensa de la ciudad.  Rojo ya poseía una formación militar de superlativa calidad. Pero aún ostentaba un grado de apenas mediana jerarquía, el de comandante. Era lógico que fuera puesto a las órdenes de Miaja, que detentaba el generalato, Rojo era el verdadero cerebro estratégico de la exitosa defensa de la ciudad. Tiempo después ya pasaría a ser jefe de Estado Mayor de todo el ejército. Desde allí tuvo a su cargo parte las grandes acciones militares, en particular las contraofensivas de Brunete, Teruel y el Ebro.  Incluso lanzó una ofensiva ya sobre el final de la guerra, el plan P, que se frustró muy rápido. Con la ocupación franquista de Cataluña marchó a Francia, donde se indignó por el lastimoso tratamiento a los republicanos, recluidos en campos de concentración. En territorio francés desoyó las indicaciones de repatriarse para asumir la máxima responsabilidad militar en lo que restaba de territorio bajo control de la República.  Esa decisión partía del convencimiento de la inutilidad de cualquier continuidad de la resistencia, que pensaba acarrearía una mayor efusión de sangre sin ningún beneficio. En el ámbito civil tomó una actitud similar el presidente Manuel Azaña. A la luz de las salvajes represalias que el nuevo régimen descargó sobre los vencidos después de la rendición, cabe el interrogante de si la carta de la defensa a ultranza no hubiera sido más atinada. Decide salir de Francia con su familia y consigue la ayuda del Servicio de Emigración de los Republicanos Españoles (SERE) que le facilita el viaje marítimo a Argentina. En Argentina. El general vivió en Buenos Aires entre agosto de 1939 y 1943. Habitó con su familia una casa del barrio de Floresta sobre la calle Ramón Falcón. El gobierno conservador y de origen fraudulento de Argentina era muy reticente en la acogida de refugiados españoles. Pudo ingresar y establecerse, bajo el requisito de buscar trabajo de inmediato. En ese período su primer medio de actuación pública (y de subsistencia) fue el periodismo. El inicio de guerra mundial, casi simultáneo a su arribo al país, le permitió desplegar sus vastos conocimientos en el análisis de las incidencias de la conflagración. Escribió centenares de artículos sobre la guerra en el diario Crítica, en una colaboración que se extendió desde el cuatro de septiembre de 1939 hasta enero de 1943. Durante su estada argentina publicó también un libro sobre el conflicto español ¡Alerta los pueblos¡ temprano examen de la lucha contra el golpismo franquista que le valió pródigos elogios. Ejerció asimismo la divulgación de sus conocimientos en numerosas conferencias dictadas en diversos lugares del país. Tocaba temas vinculados con el ejército popular del que había sido conductor y sobre la guerra mundial en curso. En 1941 lanza una revista, Pensamiento Español, para lo que contó con el respaldo de otros expatriados republicanos. Allí se procuraba volcar las opiniones del exilio, con el esfuerzo adicional de trabajar para la reconciliación de los españoles. Toda esa actividad no obstaba para que algunos republicanos se negaran a tratar con el. Sobre todo porque le reprochaban su actuación en las postrimerías de la llamada guerra civil. Había ocurrido que el general, como ya vimos, desconoció el imperativo del regreso a España, para ponerse al frente de la resistencia de la zona central que seguía en manos de los “leales”. En estos mismos años publicó otro libro España heroica. Ya por entonces la obra de Rojo destacaba porque no se remitía al testimonio personal, como la de otros republicanos, sino que avanzaba en reflexiones acerca del desarrollo del conflicto. El militar intelectual que era brillaba en esos trabajos. No faltaron polémicas enmarcadas en la pluralidad y las contradicciones que siempre habían campado en el ámbito republicano y que no se habían acallado con el final de la guerra. Llegó a Buenos Aires en junio de 1941 José Antonio Aguirre, quien había sido presidente del gobierno autonómico vasco, quien fue recibido con mucha atención y dio una conferencia en el Centro Republicano Español. La colectividad vasca era numerosa, exiliados incluidos. Gozó de un trato del gobierno argentino más benévolo respecto a quienes procedían de otras regiones. Aquéllos eran en su gran mayoría católicos y nacionalistas, insospechables de cualquier “extremismo”. Rojo se volcó a la discusión contra los nacionalismos regionales, de cuya actitud política y militar supo ser muy crítico durante el conflicto. Publicó un editorial en su revista titulado “La unidad española y los nacionalismos”.Sus opiniones a favor de la unidad nacional española suscitaron la réplica de medios de la colectividad éuskera y las consiguientes respuestas, en lo que llegó a calificarse de “guerra de eiditoriales” La dureza y la repercusión de la discusión despertó discrepancias dentro del propio grupo fundador del periódico. Las posiciones de Rojo fueron sí avaladas por otro militar hispano, el general Enrique Jurado, también establecido en Argentina. Ambos decidieron dar fin a la disputa, como modo de preservar a la publicación, que igualmente dejó de aparecer al poco tiempo. Con el ejército boliviano. En enero de 1943 dejó Argentina con un contrato en la vecina Bolivia, un destino inusual para un emigrado republicano. Lo que viabilizó ese cambio de residencia fue que el general había obtenido un contrato para tareas que le permitían la plena utilización de sus conocimientos, aptitudes y experiencias. Se le encomendó la organización y dirección de la cátedra de Historia Militar y Arte de la Guerra en la Escuela de Estado Mayor de aquel país.  Le reconocieron su grado de general del ejército español y fue galardonado con una condecoración del máximo nivel. Se dedicó a la enseñanza hasta 1945. Luego las contrataciones para trasmitir su dominio de los aspectos conceptuales del arte militar se renovaron mientras duró su permanencia en el país andino. El general se convirtió en un admirador de la cultura de Bolivia, que abarcó distintos aspectos de la vida cotidiana. Su residencia fija estaba en la ciudad de Cochabamba y recorrió al país junto a efectivos del ejército nacional en sus diversas misiones. Desde allí continuó sus vínculos con los republicanos. Cuando el poeta León Felipe estuvo de visita en su ciudad de residencia, fue Rojo el encargado de recibirlo y homenajearlo. Entretanto, ya comenzada la década de 1950, se afianzaron los signos de que el franquismo había superado su aislamiento internacional y se afianzaba como aliado de EE.UU en la “guerra fría” contra la Unión Soviética. El “caudillo” pasó a ser ensalzado como “Centinela de Occidente”. Él y sus seguidores se encargaron de dar un barniz católico y conservador a su régimen. El objetivo era una oportuna “lavada de cara” del pasado fascistizado y de respaldo al bando encabezado por los nazis en la guerra mundial. Algo que quedó claro en ese contexto era que la dictadura no tenía un destino de pronto desplazamiento, lo que aguó las ilusiones de los exiliados de regresa a la península sin Francisco Franco, que ahora había conseguido estabilidad de la mano de aliados poderosos. Rojo asumió esa constatación y comenzó a pensar en su retorno a España. Se percibía como un profesional que no había hecho otra cosa que respetar sus compromisos. No se había afiliado a ningún partido. Pensaba, equivocado, que no podía ser represaliado a su regreso. Se sumó como incentivo para el regreso que se le había diagnosticado un enfisema pulmonar. Dolencia entonces incurable que resultaría fatal a mediano plazo. El militar alentó la esperanza de ir a morir a España. España: El regreso y la condena. Tras complicados trámites y ante las reservas de los dirigentes del exilio, el retorno se concreta en 1957, con el asentimiento del entonces ministro de Relaciones Exteriores de Franco, Martín Artajo. Este funcionario, de filiación católica, pasaba por ser partidario de la reconciliación. A poco de llegar el general a tierras ibéricas, quedó en evidencia su error de apreciación. Y la artera conducta que siempre desplegó la dictadura. Una investigación administrativa que se suponía rutinaria derivó en un encausamiento judicial. Se lo procesa por “rebelión militar”, la acusación penal omnipresente y contradictoria en la España de Franco. El mayor abanderado de la lealtad al gobierno al que servía, era inculpado como rebelde. El proceso siguió adelante y fue condenado por “auxilio a la rebelión militar” a reclusión perpetua “con accesorias de interdicción civil e inhabilitación absoluta”. La pena de reclusión fue indultada poco después. Las sanciones inhabilitantes quedaron en pie. No podía aspirar a ningún trabajo ni ejercer otras actividades. Rojo manifestó que había sido reducido a una condición de “muerte civil”. Tomó una vez más el camino de la escritura. La desarrolló con ritmo febril, embarcado en una extensa Historia de la guerra de España y en un volumen de anécdotas sobre la guerra, entre otros trabajos. El juego entre ambas obras era la mirada historiográfica, desapasionada y con distancia crítica, compensada con el enfoque subjetivo, con rasgos emocionales, de las anécdotas. No llegó a concluirlas y lo ya escrito quedó inédito. Hace pocos años los materiales para la Historia fueron publicadas en España. Durante su “exilio interior” de los últimos años sí logró la publicación de Así fue la defensa de Madrid. El avance de su enfermedad produjo el fallecimiento del general republicano a mediados de 1966, en Madrid. Hombre del ejército y ajeno a las concepciones de izquierda, Rojo mantuvo en sus textos un enfoque condenatorio del franquismo. Para él “reconciliación” no significaba olvido. Y su convencimiento de que las corrientes radicalizadas se habían excedido en sus demandas a la república no era convertido en atenuante de la barbarie franquista. Sus principales escritos merecen aún hoy una lectura atenta. Entre ellos hay que celebrar la tardía publicación de su inconclusa historia de la guerra. Su producción se inscribe sin duda entre los mejores libros escritos por testigos y protagonistas del escenario bélico español. Fuente → tramas.ar La Voz de la República - Todas las Noticias RSS El Primer DNI Republicano

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