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Maroc Maroc - AVOZDELAREPUBLICA.ES - A La Une - 20/Aug 09:00

Así nació la Segunda República española, la 'Niña Bonita'

Así nació la Segunda República española, la 'Niña Bonita' Alberto Porlan Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 fueron mucho más que eso: un plebiscito sobre la monarquía. La victoria republicana hizo caer al rey e instauró el nuevo régimen en sólo dos días Madrid, Palacio Real, once de la mañana del lunes 13 de abril de 1931. Alfonso XIII entra al salón del Consejo con la cara más larga que de costumbre. Allí le aguarda el Gobierno de España, presidido por el almirante Juan Bautista Aznar. El ambiente es glacial y desolador. Su Alteza, el presidente y sus diez bigotudos ministros –seis de los cuales poseen títulos nobiliarios– se enfrentan abrumados a los dolorosos resultados de las elecciones municipales que han tenido lugar el día anterior. No están todas las cifras y las que hay son provisionales, pero no hace falta ser un gran matemático para comprender la magnitud aplastante de la derrota.  Recreación de la proclamación de la Segunda República en Madrid. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo. La candidatura monárquica apenas ha logrado vencer en 9 capitales de provincia. La republicana, en 41. En Barcelona, la victoria de los republicanos supera el 80%. En Guadalajara, y para sonrojo de uno de los presentes, Romanones, que hasta entonces había sido su cacique indiscutible, los quintuplicaban. Incluso en Murcia, feudo tradicional del ministro De la Cierva, habían ganado los republicanos. Tras la lectura de los datos parciales, se hizo un silencio ominoso en la sala. Finalmente, el monarca lo rompió dirigiéndose a sus ministros con una pregunta angustiosa: “Y bien, señores, ¿qué hacemos ahora?”. El gabinete estaba compuesto en exclusiva por personalidades monárquicas de los ámbitos políticos, militares e industriales, pero había entre ellas dos corrientes. La más irreductible era encabezada por Juan de la Cierva y Peñafiel, padre del inventor del autogiro y ministro de Gobernación durante la Semana Trágica. De la Cierva propuso resistir enérgicamente apoyándose en el Ejército y la Guardia Civil: al fin y al cabo, recordó, las elecciones sólo eran municipales. Se sondeó la posibilidad de actuar así, pero los capitanes generales respondieron mayoritariamente con dudas y circunloquios y el director general de la Guardia Civil, el general Sanjurjo, afirmó que no podía garantizar el apoyo del cuerpo. El triunfo de las candidaturas republicanas el 12 de abril de 1931 (mesas electorales en Madrid) llevó a la monarquía a resistir por la fuerza o entregar el poder. Foto: Album.García Prieto, marqués de Alhucemas, propuso una resistencia moderada, un tira y afloja para restaurar la popularidad de la monarquía: una entelequia. Era propio de su carácter, pero nunca le había dado resultado. Finalmente tomó la palabra Joan Ventosa, ministro de Hacienda catalanista y próximo a Cambó, que hizo un resumen tan lúcido como sucinto de la situación. O se tomaba el camino de la fuerza, para el que advirtió que no se contara con él, o se empezaba a negociar inmediatamente con los vencedores de las elecciones. Esta segunda opción fue la que se adoptó con la opinión favorable del monarca, que de ninguna manera quería pasar a la Historia como el origen de un enfrentamiento armado. Cuenta Josep Pla que Alfonso XIII, al despedir a Ventosa, le susurró: “Podría resistir, pero la fuerza material no puede utilizarse cuando falta la fuerza moral”.Eso era exactamente lo que ocurría. Al monarca le faltaba fuerza moral porque había equivocado por completo la forma de presentarse ante el pueblo. Practicando la tradicional campechanía borbónica, buscando la simpatía populista, la política de Alfonso había derivado hacia la frivolidad. En definitiva, la preocupación del Rey por el mantenimiento de su dinastía había obtenido el resultado contrario: ahora se hacía necesario ocuparse de su seguridad física. El final del zar Nicolás y su familia trece años antes estaba siempre presente en sus pesadillas, y Alfonso XIII exigía garantías de que él y su familia podrían salir de España sin dificultades.El Pacto de los republicanosPero ¿a quién exigírselas? Pues a los vencedores, naturalmente. En agosto del año anterior, republicanos y socialistas habían firmado un pacto en San Sebastián con el propósito de llegar a la Segunda República, que se veía como el principio del final de los males de España. Los firmantes pertenecían a dos partidos republicanos, la Alianza de Azaña y Lerroux y la llamada Derecha Liberal Republicana de Alcalá-Zamora y Miguel Maura; además firmaron el pacto el Partido Radical–Socialista de Marcelino Domingo, Albornoz y Galarza, tres organizaciones catalanistas (Acció, Acció Republicana y Estat Catalá) y el republicano gallego Santiago Casares, que llegaría a presidente del gobierno cinco años después. Entre ellos se eligió a los miembros de un llamado Comité Revolucionario que sería el encargado de poner en marcha el proyecto. En octubre, se unieron al pacto la UGT y el PSOE y se llevó adelante un plan desestabilizador que incluía una huelga general seguida de una insurrección militar. Ésta fracasó por la impaciencia de uno de los conjurados, el capitán laureado Fermín Galán, que, harto de las dilaciones del Comité, sublevó a la guarnición de Jaca tres días antes de la fecha y fue derrotado, detenido y fusilado el 14 de diciembre de 1930 junto a su compañero Ángel García Hernández. Ambos se convirtieron así en los primeros mártires de la República que se proclamaría cuatro meses más tarde.Primeras horas decisivasEn el Comité Revolucionario, compuesto por gente ilustrada e intelectuales republicanos, había dos figuras decisivas de la derecha: su presidente, Niceto Alcalá-Zamora, un gran orador que gozaba de prestigio generalizado en todos los ámbitos, y Miguel Maura, hombre enérgico, temperamental y muy decidido. Era hijo de Antonio Maura, un político monárquico conservador que había ocupado nada menos que en cinco ocasiones la Presidencia del Consejo, y hermano de Gabriel Maura, por entonces ministro de Trabajo de Alfonso XIII. Miguel, garbanzo negro político de la familia, era en cambio un republicano ferviente que tenía escondidos en su casa a la mayor parte de sus compañeros del Comité Revolucionario. Fue a su domicilio adonde se dirigió a primeras horas de la mañana del día 14 el director de la Guardia Civil, el general Sanjurjo, para ponerse a sus órdenes. Mientras tanto, el conde de Romanones, que era viejo conocido de Alcalá-Zamora, concertó una cita con este último en el domicilio del doctor Marañón y allí trató de arañar el favor de don Niceto a base de concesiones reales, pero fue en vano. El Presidente del Comité Revolucionario afirmó que no podía garantizar la salida del monarca si ésta no se producía antes de la puesta de sol. Alfonso XIII salió de España en la noche del 14 de abril. En la foto, la despedida que le dispensaron en Galapagar (Madrid) sus simpatizantes; entre ellos, José Antonio Primo de Rivera. Foto: EFE. La situación era crítica e inédita. Nadie sabía qué hacer. Mientras que en Eibar los concejales recién votados se reunían en sesión perpetua a las seis de la mañana, declaraban la República e izaban la bandera tricolor, en Valencia y Barcelona se llenaban las calles con gentes que cantaban y daban vivas a la República agitando banderas improvisadas. Hasta pasado el mediodía, la nueva realidad no caló por completo entre la gente. En Barcelona, a las tres de la tarde, Francesc Macià proclamó L’Estat Català dentro de una supuesta Confederación Ibérica. En Madrid, unos socialistas que trabajaban en el edificio de Correos izaron una bandera republicana en el mástil. Poco a poco, fueron llegando madrileños de todas partes de la ciudad a la Puerta del Sol, frente al edificio del Ministerio de la Gobernación. La proclamación de la República, el 14 de abril de 1931, fue recibida por las clases populares con un estallido de alegría. Esta foto recoge la celebración en la Puerta del Sol (Madrid). Foto: Getty.  Unos llegan, otros se van Mientras tanto, Miguel Maura trataba de comunicar sin éxito con el domicilio de Marañón, donde continuaba la reunión entre don Niceto y Romanones. Harto de intentarlo, a eso de las cinco de la tarde se echó a la calle en compañía de Azaña, paró un taxi y ordenó al conductor que los llevara a la Puerta del Sol. Una vez allí, la gente los reconoció y les abrió paso hasta la puerta del Ministerio, donde se acercó a ellos un oficial de la Guardia Civil. Ante el requerimiento del oficial, Maura declamó enfáticamente: “Somos el Gobierno Provisional de la República”. Y el oficial, cuadrándose, mandó formar a la tropa. Sin duda tenía órdenes directas de Sanjurjo.A continuación, Maura se instaló en el despacho del ministro monárquico, el marqués de Hoyos, despidió fulminantemente al subsecretario Mariano Marfil –su perseguidor hasta entonces, que huyó como una liebre–, y se dedicó a telefonear a todos y cada uno de los gobernadores provinciales exigiéndoles en nombre del nuevo gobierno republicano que entregasen al mando a los presidentes de las Audiencias. Ninguno se negó a hacerlo. Cuando Maura terminó de telefonear, a eso de las siete de la tarde, la República había quedado instaurada en toda España. Esta imagen recoge el primer Consejo de Ministros de la recién estrenada Segunda República (15 de abril de 1931). En la cabecera de la mesa, su presidente, Niceto Alcalá-Zamora. Foto: EFE.Mientras tanto, las garantías de don Niceto permitieron que el rey saliese de palacio a eso de las 9 de la noche acompañado de una comitiva de varios coches, entre los que se contaba una patrulla de la Guardia Civil. El propio monarca, acompañado del infante Alfonso, condujo su automóvil hasta Cartagena, en cuyo puerto embarcó a bordo del destructor Príncipe de Asturias con rumbo a Marsella. Le acompañó el ministro de la Marina, José Rivera, que dejó al Rey en el muelle marsellés y no se despidió de él hasta que estuvo metido en un taxi con destino a París. De vuelta, el destructor arboló la bandera republicana al salir de aguas francesas y se procedió a retirar los símbolos monárquicos que aún lucía la nave.La turba de los desharrapadosEl resto de la familia real –con lo que debió de ser un equipaje muy voluminoso– salió hacia París por tren al día siguiente. Una vez a salvo el monarca, se hizo público el texto de su despedida, en el que afirmaba que, aun teniendo medios para imponerse, no quería someter a España a los rigores de una guerra civil. En consecuencia, dejaba el país, aunque sin renunciar a sus derechos personales ni a los dinásticos.Pero Alfonso XIII ya era agua pasada. Ahora se trataba de celebrar la llegada de la Niña Bonita, y aparentemente la gente era feliz. En todas partes se formaron asambleas y concentraciones que esgrimían y tremolaban banderas republicanas confeccionadas con los materiales más variopintos. Eran sobre todo las clases desfavorecidas las que creían que, con el nuevo Estado, sus penurias podrían tener un alivio, si no un final feliz. Los más inconscientes sentían que aquel cambio iba a significar automáticamente una transformación radical de sus vidas. Las gentes de los arrabales y de los cinturones de miseria que rodeaban las principales ciudades se echaron a la calle para celebrar aquel acontecimiento del que se sentían responsables. Esa fue la causa de que los cronistas literarios de aquel acontecimiento sean unánimes a la hora de definir a la muchedumbre como una turba de desharrapados, entre los que se encontraban algunos miembros despistados de la clase media. Un cronista de aquella noche recuerda que, al pasar por la Puerta del Sol, escuchó cómo una prostituta le decía a otra compañera: “Sí, muy bien, pero con esto de la República no me he estrenado todavía”.Expectación en todo el mundoLas mujeres nunca habían votado en España –en Francia no lo hicieron hasta el fin de la II Guerra Mundial–, pero los republicanos habían prometido que las incluirían en los censos y lo cumplieron: las elecciones de 1934 incorporaron por primera vez a cerca de siete millones de votantes femeninas (y ganaron las derechas, según algunos, debido a que el sentimiento religioso de las nuevas votantes inclinó la balanza a su favor). Pero, en 1931, la República llegó casi como una sorpresa que muchos aceptaron con entusiasmo y unos pocos con miedo, porque para los de arriba las cosas no estaban claras. ¿Hasta dónde iban a subir las aguas? La olla a presión soltaba vapor y amenazaba con estallar. Los sindicatos eran cada vez más poderosos, y las ideas marxistas y anarquistas se infiltraban hondamente en las masas trabajadoras. La repercusión de la noticia en el exterior tuvo dos caras. El internacionalismo de izquierdas se alegró sinceramente, pero no así las cancillerías y los parlamentos. En España había tomado el poder un Comité Revolucionario. Se trataba de otra revolución en Europa, y en el extremo opuesto a Rusia. ¿Iba a verse el continente tomado entre dos fuegos por los rojos? Las luces de alarma se encendieron en todo el mundo y quien tenía entonces la manija del orden mundial, el Reino Unido, aplicó su lupa a la península Ibérica.Pero el temible estallido que hubiera podido esperarse nunca se produjo. Aquella primera transición española del siglo XX no sólo fue pacífica, sino jubilosa e incluso alborozada, según reflejaron los diarios y los ya entonces muy populares noticieros cinematográficos. No corrió la sangre, no hubo ajustes de cuentas ni fusilamientos. Era como si el viejo Moloch se hubiera resquebrajado y venido abajo por descomposición de su estructura, silenciosa y naturalmente, sin golpear a nadie. El presidente del Comité era un republicano de derechas. Y no había ningún comunista en el Gobierno ni, por el momento, se los esperaba.El nuevo régimen no estaba ni mucho menos en condiciones de arreglar las cosas de la noche a la mañana, y eso lo sabían todos los que pensaban un poco. Los problemas seculares del país se habían ido amontonando con los años y habían llegado a formar un atasco formidable que había que desenmarañar y disolver para que las cañerías de la República funcionasen. Pero ¿por dónde empezar? Todo eran frentes en los que se hacía necesario aplicar reformas de gran calado: la educación, la industrialización, el campesinado –que requería urgentemente una reforma agraria–, el poder del estamento clerical, las finanzas, los grandes terratenientes, los militares conservadores... y Cataluña.La cuestión catalanaEn Barcelona, como de costumbre, se habían adelantado a Madrid. Allí había triunfado en toda línea la candidatura de Esquerra Republicana de Catalunya, un partido de concentración catalanista fundado un mes antes para concurrir a las elecciones. El enorme éxito en las votaciones impulsó a sus dirigentes, Companys y Macià, a declarar desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona L’Estat Català como una República confederada con el resto de las “repúblicas ibéricas”. A esas horas, ni siquiera se había proclamado la República Española, así que lo que estaban haciendo ambos líderes era dejarse llevar por sus anhelos, proponiendo el camino al resto. El día 27, Alcalá-Zamora anunció el Estatuto de Autonomía en Barcelona, acompañado por el primer presidente de la Generalitat, Francesc Macià. Foto: EFE. Y en Madrid, también como de costumbre, saltaron todas las alarmas. Una de las primeras ocupaciones del Gobierno Provisional –que venía a ser el famoso Comité Revolucionario presidido por Alcalá-Zamora– fue desplazar a tres de sus ministros a Barcelona apenas 72 horas después de la proclamación oficial para entrevistarse con Macià, a quien hicieron ver que la República estaba en mantillas y era absolutamente necesario por el momento evitar discrepancias que pudieran traducirse en desórdenes; los cuales, a su vez, habrían sido excusas perfectas para la intervención militar nacional o, incluso, extranjera. Había que dar juntos los primeros pasos y permitir que la criatura echase a andar antes de hacerle la ropa. Lo que sí podían prometer solemnemente en nombre del Estado republicano era que Cataluña tendría muy pronto un Parlamento propio, así como un amplio Estatuto de Autonomía en el marco de la República Española. La Esquerra Republicana de Macià y Companys aceptó las condiciones. Fuente → muyinteresante.com La Voz de la República - Todas las Noticias RSS El Primer DNI Republicano

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