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Maroc Maroc - AVOZDELAREPUBLICA.ES - A La Une - 24/Aug 10:00

El fugaz avance hacia la igualdad de las mujeres españolas durante la II República

El fugaz avance hacia la igualdad de las mujeres españolas durante la II República / Laura ManzaneraVarias diputadas, una ministra, una embajadora, una dirigente comunista, periodistas comprometidas con el feminismo... La República fue un pequeño oasis para las mujeres, que empezaron a estar presentes en la esfera pública... y al fin pudieron votar Durante la Segunda República, la vida de las mujeres experimentó una transformación. Para una sociedad tan patriarcal como la española, supuso una revolución que algunas féminas ocuparan escaños en el Parlamento o que otra alcanzara el cargo de ministra. Se aprobaron leyes que permitían el acceso de la mujer a la vida pública, que regulaban el matrimonio civil y facilitaban el divorcio de mutuo acuerdo; derechos que suprimiría de un plumazo el franquismo, pero que durante un breve tiempo supusieron un soplo de aire fresco y esperanza. En la Guerra Civil la mujer cobró un protagonismo aún más activo, sustituyendo en sus puestos de trabajo a los varones movilizados. Pero, dicho esto, hay mucho que matizar y para eso hay que echar la vista atrás. Las mujeres españolas durante la Segunda República. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.  Los modernos años veinte Lejos de implicar una liberación, la industrialización supuso una trampa para las mujeres. Si bien es cierto que podían salir a los espacios públicos –léase las fábricas– y hacerse más visibles, no lo es menos que debían seguir cumpliendo con sus obligaciones domésticas. O sea, que ahora estaban sometidas a una doble explotación. En lo que a la mujer se refiere, los años 20 fueron decisivos en Europa, incluida España, donde se daba una situación paradójica. Aunque se vivía una dictadura militar en lo político, con Primo de Rivera al frente, en lo social aparecieron nuevos modelos y pautas de comportamiento. Con su atrevido vestuario y su pelo a lo garçon, la tenista Lilí Álvarez copaba las portadas de las revistas exhibiendo un nuevo estilo de mujer que muchas anhelaban imitar. La moda y el ocio se cubrieron de un halo de modernidad y cosmopolitismo, que no obstante se limitó a las grandes urbes. La situación de las mujeres de Madrid, Barcelona o Bilbao no tenía nada que ver con la de las mujeres de las zonas rurales. Primo de Rivera quería que las mujeres secundaran la dictadura y, para ello, necesitaba promocionar un modelo femenino concreto. Por eso “copió” el de Mussolini: la mejor manera de apoyar al Estado era teniendo muchos hijos para la patria. Lilí Álvarez, representó un nuevo modelo de mujer. Periodista, escritora, esquiadora, alpinista, destacó sobre todo en el tenis. Arriba, en la final de Wimbledon de 1927. Foto: EFE. Y mientras las señoras “de bien” se apuntaban a esa idea, las privilegiadas mujeres urbanas empezaban a ocupar, aparte del laboral, otro espacio público hasta entonces vedado, el de la educación (la Universidad) y la cultura. La pintora Maruja Mallo fue un claro ejemplo de que vivir de otra manera era posible. Independiente personal y profesionalmente, fue la musa de la generación del 27, que anhelaba que España se subiera al tren de la modernidad y se olvidase de la imagen pesimista de la generación anterior, la del 98. La gallega Maruja Mallo (1902-1995) fue una de las más destacadas representantes del surrealismo en la pintura española y una mujer libre e independiente como pocas. Foto: EFE. Tras el fin de la dictadura y el fracaso de la dictablanda (los gobiernos de Berenguer y Aznar), por fin el 14 abril de 1931 llegó la República y, con ella, una Constitución cuyo artículo 25 recogía lo siguiente: “No podrán ser fundamento de privilegio jurídico la naturaleza, el sexo, la afiliación, la clase social, la riqueza, las ideas políticas ni las creencias religiosas”. El nuevo espíritu de igualdad incluía, en teoría, aquella entre hombre y mujer. Y al establecerse un Estado laico, separando Iglesia y Estado, las féminas tenían ocasión de librarse de la tutela católica que las trataba como menores de edad.Haciendo historia: las tres primeras diputadasEn el campo político, las mujeres lograron el doblete: estar presentes en el Parlamento y poder votar, esto último tras una larga lucha y gracias al empeño de Clara Campoamor.Abogada de profesión, Campoamor se convirtió en la principal adalid de sus congéneres. Había participado en la creación de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), una de las sociedades feministas que defendían el sufragio, y con la República fue elegida diputada por el Partido Radical de Alejandro Lerroux. Tenía claro que sólo podían cambiarse las cosas cambiando las leyes, así que pidió participar en la comisión que debía redactar la Constitución. Puesto que creía harto difícil que los hombres plantearan temas específicamente femeninos, debía haber alguna mujer en el debate. Su petición fue aceptada y en lo que más energía invirtió fue en obtener el voto femenino, que defendió en el hemiciclo sin que le temblara la voz. Lo consiguió, pero sólo tras protagonizar una de las batallas más recordadas de la Historia parlamentaria española, en la que hubo de enfrentarse no sólo a los señores diputados, sino también a dos colegas parlamentarias: Margarita Nelken y Victoria Kent. Las tres primeras mujeres en llegar al Congreso compartían género, pero no opiniones. La abogada Clara Campoamor (en un mitin de la Unión Republicana el 10 de junio de 1932), diputada por el Partido Radical de Lerroux, fue la gran defensora del sufragio femenino. Foto: EFE. Kent, también abogada, fue la primera mujer que ocupó un alto cargo político en España. Como directora general de Prisiones, mejoró considerablemente las condiciones de los presos. También fue la única que participó en un consejo de guerra, defendiendo a un republicano. Fue elegida diputada por el Partido Republicano Radical Socialista. Y Nelken, periodista, feminista y activista, llegó al hemiciclo por el Partido Socialista y sería la única en ser elegida en las tres elecciones republicanas, en 1931, 1933 y 1936.El debate en torno al voto femeninoMientras Campoamor defendía el sufragio femenino con vehemencia, incluso saltándose las directrices de su partido, Kent y Nelken se mostraban totalmente contrarias. Su único motivo: el miedo a que las mujeres, influidas por la Iglesia, se decantaran por partidos monárquicos y conservadores, enemigos de la República. Con estas palabras defendía Kent su postura: “Creo que no es el momento de otorgar el voto a la mujer española. Lo dice una mujer que, en el momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal. [...] Lo pido porque no es que con ello merme en lo más mínimo la capacidad de la mujer; no, señores diputados, no es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República”.El debate terminó con un tour de force entre Kent y Campoamor, quien intentaba convencer a su oponente: “Aunque no queráis y si por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual”.No logró hacerla cambiar de opinión. Pero Kent no era ni de lejos la única española que pensaba así. No debe extrañar que las mujeres de 1931 fueran hasta contrarias a ejercer su derecho democrático. No existía el sentido de ciudadanía y los valores tradicionales surgían de la Iglesia y eran respaldados por las instituciones. La máxima aspiración de la española era ser un ama de casa ejemplar y buena administradora del dinero que traía el marido, así como una católica fiel y decente. Todo esto, junto con los altísimos índices de analfabetismo, hizo que el feminismo y el sufragismo apenas tuvieran relevancia. Y que Kent y Nelken prefiriesen esperar a que todos los españoles recibiesen educación y a que la Iglesia dejase de ejercer su nefasta fuerza.Clara Campoamor, cabeza de turcoContra viento y marea, a pesar de sus muchos detractores, la mayoría del Congreso terminó aprobando el sufragio femenino por 161 votos a favor y 121 en contra. Así lo recogía el artículo 36 de la Constitución: “Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes”.Por vez primera, el 19 de noviembre de 1933 hombres y mujeres coincidieron en las urnas. Aquel debía haber sido un gran triunfo para Clara Campoamor; sin embargo, la victoria del centro-derecha, que gobernaría durante el “bienio negro” (hasta las elecciones de febrero del 36), parecía a priori dar la razón a Kent. Un juicio precipitado, pues en lugar de asumir errores convirtieron a Campoamor en la cabeza de turco a la que echar la culpa de la derrota. Tras años reclamándolo, el derecho de las mujeres españolas a votar se reconoció en octubre de 1931 después de un intenso debate en las Cortes Republicanas. Foto: Wikimedia Commons. El triunfo de la derecha se achacó a la participación de las mujeres, pero todo apunta a que éstas votaron según pautas familiares y de clase social. Al igual que el triunfo del Frente Popular en 1936, también éste se debió tanto a mujeres como a hombres. Tras la interpretación sobre el voto reaccionario femenino se esconde la visión de las mujeres como seres sin ningún criterio, fáciles de manipular. La derecha llegó al poder más bien por puras razones económicas y porque, pese al cambio de legislación, en sólo dos años no había habido tiempo de mejorar los índices de alfabetización ni de hacer una revolución agraria.España, inesperada pionera igualitariaEn 1933 salieron elegidas seis diputadas: tres por la izquierda, Nelken, Matilde de la Torre y María Lejárraga, y tres por la derecha, Francisca Bohigas, María Urraca Pastor y Pilar Careaga. Campoamor quedó al margen, lo que agravó aún más su crisis personal. Su obra más célebre, El voto femenino y yo, es un testimonio de sus luchas parlamentarias. Como señala la escritora Rosa Regàs: “Si Clara hubiera conseguido el voto para los hombres, hoy tendría un monumento en la capital. Sin embargo, murió olvidada en Lausana el 30 de abril de 1972”.Fuera como fuese, en España la concesión del voto femenino no se debió a la presión ejercida desde abajo por movimientos sufragistas, como en Estados Unidos o Gran Bretaña, sino desde arriba, por la ideología de ciertos sectores políticos. La historiadora Rosa Capel apunta que “el sueño por el que tanto habían tenido que luchar las mujeres inglesas y americanas [...] se consiguió en España de manera inesperada”. Todo lo contrario del tímido intento de sufragio femenino que había habido con el dictador Miguel Primo de Rivera. Éste, en abril de 1924, había promulgado un Real Decreto que autorizaba un “voto femenino con restricciones”: sólo podían ejercerlo en elecciones municipales (que además no llegarían a celebrarse) las mujeres mayores de 23 años que estuvieran “emancipadas”. De este modo, quedaban excluidas las casadas –que entonces necesitaban la autorización del marido para aceptar una herencia, establecer un contrato, acudir a los tribunales, arrendar, vender, comprar o tener un pasaporte– y también las prostitutas.Influenciada por su marido estuvo asimismo Dolores Ibárruri, pero en un sentido muy distinto: fue él, minero y militante socialista, quien la introdujo en la política. De origen vizcaíno, demostró ser la oveja negra de su religiosa familia. Saltó a la fama tras la Revolución de 1934 en Asturias, por sus actos de apoyo a los mineros en huelga y por preparar la evacuación de niños huérfanos. Presidenta de Unión de Mujeres Antifascistas y de Socorro Rojo, en 1936 recibió su acta de diputada mientras se hallaba en prisión, pasando así a ser la primera parlamentaria comunista. Dolores Ibárruri en un mitin en París en 1936 junto a André Marty, jefe de las Brigadas Internacionales. Foto: Getty. Ibárrubi y Montseny, las más radicales La guerra la convirtió en símbolo de uno de los dos bandos, y sus gestos y su oratoria, en una actriz de la política y una líder mediática. Su inconfundible figura, de riguroso negro y con un tradicional moño, se exhibía en carteles junto a las de Lenin o Stalin; eran constantes sus arengas en la radio, protagonizaba documentales, los poetas la escogieron como musa... Pese a todo, mientras lideró el Partido Comunista no aportó apenas nada de su cosecha y solía acatar las directrices de la Internacional Comunista y el Partido Comunista de la URSS.Tras vivir treinta y ocho años exiliada en Moscú, volvería a la escena pública española en 1977, cuando los asturianos renovaron su acta de diputada. Hoy seguimos recordando a la Pasionaria y sus lemas, como “¡Prefiero morir de pie que vivir de rodillas!” o “¡No pasarán!” (no lo inventó, pero lo hizo famoso). Más contestatarias eran las consignas del movimiento anarquista, que contaba con una amplia participación femenina y se mantuvo al margen del debate sobre el voto por no considerarlo esencial en la lucha por la emancipación de la mujer. Y si hablamos de anarquistas, hay que hablar de Federica Montseny, la primera mujer en un Gobierno de España y la primera ministra de Europa Occidental. Afiliada a la CNT en 1931, alcanzaría gran protagonismo gracias a sus dotes como oradora. De espíritu indómito e ideas claras, creía ante todo en la libertad individual. Fue una rara avis y se atrevió a ir más allá que cualquiera de sus coetáneas. La República le parecía demasiado burguesa, así que proponía una “república sindical” y no se cansaba de proclamar la insurrección, aunque no ingresaría en la Federación Anarquista Ibérica (FAI) hasta julio de 1936. Federica Montseny (1905- 1994) fue la primera ministra en la Historia de España y una luchadora tenaz; la apodaban “la Invariable”. Arriba, en un mitin de la CNT. Foto: Album. Si bien el anarquismo cuestionaba el Estado, aceptó ponerse al frente del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (entre noviembre de 1936 y mayo de 1937), justificándolo como necesario para participar en la lucha antifascista. Juró el cargo en plena batalla de Madrid y durante el conflicto tomó decisiones rupturistas, como incorporar a mujeres médicas con responsabilidades en los servicios hospitalarios o redactar con carácter urgente un proyecto de Ley del aborto que curiosamente se “extravió”.Federica Montseny dejó el ministerio al caer el Gobierno de Largo Caballero, pero no se exilió hasta 1939: fue una de las protagonistas de la defensa de Madrid. La “leona del anarquismo” volvió a España en 1977 y no dejó nunca de defenderlo con uñas y dientes. Por algo la llamaban también “la Invariable”.La mejor embajadoraTambién una luchadora nata, desde el exilio, fue Isabel Oyarzábal Smith, que ejerció de actriz, novelista, periodista, política... y diplomática. En 1933, representó al Gobierno en la Sociedad de Naciones. La guerra la expulsó del país, hecho que no frenó su carrera. En octubre del 36 se convirtió en la primera española en ocupar el cargo de embajadora de la República al ser nombrada ministra plenipotenciaria en Estocolmo. Cuando la guerra se decantó a favor del bando rebelde, hubo de abandonar y se asentó en México.De nuevo desde el exterior siguió apoyando la causa, por ejemplo con su novela En mi hambre mando yo (1959). Así justificaba la autora el título al inicio del libro: “‘En mi hambre mando yo’; así contestó un labriego andaluz al que instaban, en unas elecciones, a que votase a favor del candidato reaccionario. ‘Tú tienes hambre’, le repetían, ‘y nosotros podemos darte lo que necesitas’. Era cierto, él tenía hambre; pero era dueño de ella, mandaba en ella y no estaba dispuesto a venderla. Tenía razón; no debemos, no podemos negociar con nuestras hambres”. Las penurias del pueblo español, la intervención germana e italiana del lado rebelde, la neutralidad de Francia y Gran Bretaña... Todo quedó reflejado en las páginas de esta novela. Como quedó reflejada la defensa de los derechos de las mujeres en las páginas que escribieron dos de las más destacadas periodistas durante la República: María Cambrils y Carmen de Burgos.Periodistas comprometidas con su tiempoMaría fue una de las primeras en analizar la subordinación del llamado sexo débil, relacionó feminismo y socialismo, plantó cara a la misoginia obrera y defendió el voto femenino. Plasmó sus ideas en numerosos artículos en la prensa obrera, sobre todo en El Socialista, y en el libro Feminismo socialista (1925). “Todo hombre que adquiera y lea este libro deberá facilitar su lectura a las mujeres de su familia y de sus amistades, pues con ello contribuirá a la difusión de los principios que conviene conozca la mujer en bien de las libertades ciudadanas”, advertía en la introducción.También Carmen de Burgos defendió con la pluma los derechos de mujeres y niños. Contraria a la pena de muerte, se manifestó en favor del divorcio y del voto femenino y llegó a presidir la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas. Su espíritu combativo se intensificó con la República y, firmando como Colombine, escribió cientos de artículos en periódicos madrileños como El Globo, Diario Universal y ABC. También es autora de numerosos cuentos, biografías, libros de viajes, novelas y libros feministas, como La mujer moderna y sus derechos.La guerra rompe el sueñoEn 1936, muchas mujeres respondieron a la llamada en defensa del Gobierno legítimo de la República, creando un ejército invisible en la retaguardia. Dirigieron hospitales y escuelas, araron campos, condujeron camiones, fabricaron munición, levantaron barricadas: supuestas “cosas de hombres”. Otras se atrevieron a coger un fusil e ir al frente: las milicianas. La guerra fue un paréntesis que llevó a unas y otras a comportarse de manera poco “ortodoxa” y alteró los rígidos convencionalismos de género. Grupo de milicianas haciendo prácticas de tiro en Madrid. Foto: Getty. También ellas se convirtieron en vencidas y hubieron de sufrir las consecuencias: cárcel, campos de concentración, represión... Las más afortunadas lograron huir a Francia, pero a los pocos meses se encontraron con la Segunda Guerra Mundial. Pese a las dificultades, las restricciones y el precio que luego tuvieron que pagar, hay una verdad incuestionable: la Segunda República sacó a las mujeres de casa. El franquismo acabó con este cambio social apenas iniciado y las volvió a meter en el armario de la sumisión. Y, de esta manera, se perdió lo poco ganado. Fuente → muyinteresante.com La Voz de la República - Todas las Noticias RSS El Primer DNI Republicano

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