Maroc - LA NUEVA ESPANA - Opinión - 27/Oct 03:00

Del fuego aplacado a la certeza de los sabores

Con la comida aprendemos a elegir mucho antes incluso de darnos cuenta de lo que es enfrentarse a una decisión. Desde el momento, pienso yo, que en vez de contentarnos con una chocolatina escogemos probar el sabor de una manzana y nos percatamos de que el jugo que la fruta desprende tras el primer bocado nos va acompañar el resto de la vida. He puesto el ejemplo del chocolate y de la manzana pero podrían ser muchos más: ese agradable amargor de una almendra cruda, la salinidad de una ostra o el sutil aroma de una trufa. Obviamente las sensaciones se van multiplicando con el paso del tiempo; en la adolescencia, a los 18 o 19 años, la percepción gastronómica es todavía, en el caso de existir, demasiado ingenua. El idilio con la comida viene después y, en determinadas circunstancias, alcanza su plenitud amorosa cuando por diversos motivos, el primero de ellos la propia edad, ya no podemos comer todo cuanto nos apetece. Y sin embargo, como escribió M. F. K. Fisher, la mejor de todas las autoras gastronómicas que conozco, debemos envejecer, y no podemos dejar de comer. "No parece para nada insensato, una vez aceptados estos hechos, que un ser humano se imponga la agradable tarea de educarse el paladar para hacer lo primero sin refunfuñar y, lo segundo, fácil y placenteramente gracias a haberlo educado". En el caso específico de los hombres, Talleyrand, un conocedor de los placeres de la mesa, explicó que en la vida existen dos cosas esenciales: ofrecer buenas cenas y llevarse bien con las mujeres. Fisher agregó, a su vez, que a medida que pasan los años y el fuego decae, además de la buena relación con todo congénere, el aprecio más amplio de los sabores nos calentará el corazón.