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Adelanto del libro 'Jaque a la democracia. España ante la amenaza de la deriva autoritaria mundial' (ed. Ariel), del magistrado Joaquim Bosch, que sale a la venta este miércoles. El texto que reproducimos da comienzo al ensayo sobre el que es sin duda uno de los grandes temas de nuestro tiempo Una deriva autoritaria está recorriendo el mundo democrático, en una especie de marcha que puede ser triunfal. Como sucede con cualquier amenaza, surge el interrogante de por dónde pueden materializarse los peligros. Quien está preparado amortigua mejor los golpes. La respuesta no es sencilla, porque la involución no se está desarrollando del mismo modo en todos los lugares. Pero, más allá de los matices o de las particularidades, podemos constatar un rasgo común: los pilares de la democracia representativa se pueden estar agrietando. Empiezan a ser cuestionados, a veces de manera frontal. Hace unos veinte años, las proclamas autoritarias eran consideradas más bien anecdóticas en las democracias. Se trataba de exotismos inofensivos, ubicados en los márgenes del sistema político. Pero esas rarezas pueden ahora volverse mayoritarias. Y resurgen miedos que se habían olvidado. En las visiones más pesimistas, se recuerdan documentales en blanco y negro plagados de imágenes turbadoras, con brazos alzados marcialmente, furibundas arengas totalitarias, sufrimientos de víctimas de todo tipo. Las perspectivas más ecuánimes nos advierten más bien de posibles transformaciones del sistema democrático que podrían hacerlo irreconocible, como un boxeador con el rostro tumefacto tras haber sido sacudido de manera inmisericorde. Después de las intensas convulsiones del siglo XX, parecía que la democracia representativa se había instalado en gran parte del mundo como una forma de gobierno consolidada, indiscutida y con una salud envidiable. Tras la caída del muro de Berlín, Francis Fukuyama publicó un influyente ensayo en el que sostenía que se había puesto punto final a la evolución ideológica de la humanidad y afirmaba que se iba a universalizar la democracia occidental como forma definitiva del gobierno humano. El mundo libre había triunfado. Aunque las tesis de Fukuyama sobre el “fin de la historia” despertaron un vivo debate, lo cierto es que disfrutaron de una estimable aceptación en el ámbito académico. El sistema democrático se perfilaba como una conquista irreversible. Esa gran victoria de la civilización iba a propiciar muchos otros logros en materia de derechos humanos. Después del hundimiento de la Unión Soviética, la democracia pasó a ser el sistema político dominante en el mundo. En palabras de Yascha Mounk, el sistema democrático “parecía inamovible en América del Norte y en la Europa occidental, y estaba arraigando a pasos agigantados en países anteriormente autocráticos en la Europa del Este y en América del Sur, además de avanzar terreno a muy buen ritmo en naciones repartidas por toda Asia y toda África”. En su informe sobre 2023, Freedom House señala que se han constatado retrocesos muy sensibles a nivel internacional en materia democrática, que se suman al deterioro progresivo y acelerado de las dos últimas décadas" Sin embargo, tras el cambio de siglo, todo empezó a complicarse, porque a la felicidad le salen en seguida contratiempos. En los últimos años han surgido síntomas bastante serios de repliegue democrático. En su informe sobre 2023, Freedom House señala que se han constatado retrocesos muy sensibles a nivel internacional en materia democrática, que se suman al deterioro progresivo y acelerado de las dos últimas décadas. Esta entidad subraya que en 2023 los derechos políticos y las libertades civiles disminuyeron en 52 países. Esta situación contrasta con lo ocurrido desde 1974 hasta principios del siglo XXI, pues entonces se produjo una constante progresión de la democracia en el mundo, según las evaluaciones anuales de Freedom House. El impulso renovado de la autocracia resulta inquietante. Esos pasos hacia atrás de los últimos años implican una verdadera recesión democrática, con incremento de las dictaduras y con un frenazo súbito en la incorporación de nuevas democracias. Y, además, con regresiones autoritarias en bastantes democracias o con reducción de la calidad democrática en las sociedades más avanzadas. En los países que han sufrido una involución y mantienen estructuras democráticas, se constatan fenómenos como la vulneración de la separación de poderes, el hostigamiento contra los medios, los ataques a los derechos de las minorías y los zarpazos al sistema electoral para asegurar reelecciones. Las perturbadoras sacudidas de la última década obligan a reflexiones profundas. La irrupción del trumpismo en Estados Unidos representa un fenómeno que ha conmocionado a los expertos internacionales, por su especial simbolismo, en el estado más poderoso del planeta, en un país que carecía de precedentes de gobiernos de signo autoritario. En un ámbito muy distinto, las posibilidades de apertura democrática en Rusia se han evaporado tras el autoritarismo creciente del régimen de Putin. Los signos de deterioro se han ido sucediendo por todo el mundo. El ascenso al poder en Brasil por parte de Jair Bolsonaro fue una accidentada experiencia, llena de gestos despóticos, soflamas homófobas y prácticas contrarias a los valores de las instituciones democráticas. Turquía había realizado meritorios avances para homologarse a las sociedades democráticas, con expectativas incluso de ingresar en la Unión Europea, pero los sucesivos mandatos de Recep Tayyip Erdogan la han convertido en un estado abiertamente autoritario. En Reino Unido lo más sorpresivo del Brexit fue que la decisión popular se adoptó principalmente a partir de las proclamas xenófobas de la ultraderecha británica, que se impuso a la línea de los partidos tradicionales. Incluso en países como Alemania, donde era impensable que volviera a articularse una amplia extrema derecha, el ascenso del nacionalpopulismo conservador resulta manifiesto" En Hungría y Polonia se emprendieron políticas de retroceso, con embestidas enérgicas contra la separación de poderes, el pluralismo político y los derechos de las personas. En el momento actual se mantienen incógnitas sobre la evolución del sistema democrático en Italia o Argentina, a partir de los nuevos gobiernos de derecha radical de Giorgia Meloni y de Javier Milei. Incluso en países como Alemania, donde era impensable que volviera a articularse una amplia extrema derecha, el ascenso del nacionalpopulismo conservador resulta manifiesto. Como dato muy elocuente, la mayor organización política del mundo es el Partido Popular Indio, actualmente en el poder, con posiciones de derecha radical que son contrarias a los derechos de las minorías. En el conjunto de los países de la Unión Europea se ha producido un sensible incremento del respaldo a la extrema derecha, que ha alcanzado una destacada presencia en casi todos los parlamentos, lo cual le ha permitido participar en bastantes gobiernos. El resultado de las elecciones europeas de junio de 2024 ha vuelto a confirmar el auge de los partidos ultraconservadores. Por otro lado, hace poco más de un lustro, los expertos internacionales aún sostenían que el nefasto recuerdo del franquismo explicaba la ausencia relevante de extrema derecha en España. La realidad sobrevenida les ha obligado a revisar sus premisas. De hecho, ahora mismo el debate es muy distinto: la pregunta pertinente es si pueden desarrollarse procesos similares de involución democrática en España. Incluso surgen interrogantes sobre si la democracia puede llegar a estar amenazada en nuestro país. De partida, debería descartarse la posibilidad de un golpe de estado a la antigua usanza. Nuestras fuerzas armadas se han democratizado y no se aprecian elementos de riesgo procedentes de la esfera militar. Pero no deberíamos ignorar movimientos de reconfiguración social, económica y política como los ocurridos recientemente en otras partes. En un mundo cada vez más interconectado, hay patrones comunes que se replican en los más variados lugares. Steven Levitsky y Daniel Ziblatt han aclarado que en los tiempos contemporáneos las democracias no mueren a manos de generales armados, sino de líderes electos que consiguen subvertir el proceso que los condujo al poder. Según estos autores, el riesgo principal de desmantelamiento de los sistemas democráticos no se encontraría en los golpes de estado ejecutados de forma clásica, sino en las dinámicas de demolición autoritaria desde dentro. Los autócratas triunfantes en las urnas mantienen una apariencia de democracia, pero la van destripando hasta despojarla de contenido. Como advierte Ignacio Sánchez-Cuenca, la deriva autoritaria “se produce gradualmente, no mediante una impugnación de los principios fundacionales de la democracia, sino mediante un desmontaje pausado de sus reglas y prácticas institucionales”. Las situaciones críticas en algunos países nos alertan de amenazas a las que deberíamos prestar la debida atención. El incremento de los discursos autoritarios se produce al ser asimilados, a veces de manera entusiasta, por sectores de la ciudadanía que antes no cuestionaban los valores democráticos" El incremento de los discursos autoritarios se produce al ser asimilados, a veces de manera entusiasta, por sectores de la ciudadanía que antes no cuestionaban los valores democráticos. Dos décadas atrás eran muy minoritarias las percepciones que ponían en duda el futuro de la democracia. Algo puede estar empezando a cambiar. Tras la II Guerra Mundial, durante décadas hubo en el mundo occidental un consenso generalizado a favor del sistema democrático. Se basaba en una intensa identificación cultural con sus reglas y en la ausencia de alternativas significativas en sentido contrario. Sin embargo, los análisis de datos de Yascha Mounk acreditan que en los últimos años en bastantes países se ha acrecentado el porcentaje de personas que no consideran esencial vivir en un país gobernado democráticamente. Se trata de porcentajes que siguen siendo minoritarios, pero van peligrosamente en aumento. Y resulta preocupante constatar que son más elevados en las franjas de los más jóvenes. La democracia pluralista ya no es tan indiscutible. A partir de la revolución digital, estamos cimentando nuestras sociedades sobre nuevas bases, de solidez incierta, que pueden incidir muy sensiblemente en la tipología de nuestro sistema político. Todo se acelera a la velocidad viral de internet. Deberíamos prestar atención a esas transformaciones: como sabía Saint-Exupéry, el futuro no se puede adivinar, pero sí se puede consentir.
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