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Maroc Maroc - AVOZDELAREPUBLICA.ES - A La Une - 10/Jul 10:00

La Línea P. El blindaje franquista

La Línea P. El blindaje franquista Eliseo T. Clemente Un contexto de guerra mundial y los delicados equilibrios políticos empujaron al Generalísimo a fortificar la frontera pirenaica con 10.000 bunkers A las puertas de Camprodon , viniendo del sur, dos bunkers custodian la carretera. La indiferencia rutinaria de los conductores es absoluta. Estas pequeñas instalaciones fortificadas son testigo de una época de tensiones y desconfianzas. Un momento histórico, en plena posguerra y en el contexto de la Segunda Guerra Mundial , en el que Franco temió por una posible invasión del país por parte de antiguos socios, pero también de nuevos simpatizantes. Pese a los equilibrios políticos que había logrado con ambos bandos, Franco no se fiaba ni de los movimientos alemanes, ni de las fuerzas aliadas. Unos quedaban al otro lado de la frontera, controlándola, después de haber invadido Francia; los demás, desde el norte de África y con una base de operaciones en la península, como es Gibraltar , podían en cualquier momento penetrar en España.  De hecho, este temor no era infundado, porque en los planes de la armada británica se encontraba la invasión del territorio nacional desde antes de que Alemania entrase en Francia en junio de 1940. Y más aún: como respuesta a la ansiada —y nunca consumada— invasión de Gibraltar por parte del Fürer, Inglaterra había proyectado la operación Pilgrim (1941) de invasión de las islas Canarias, con el objetivo de seguir manteniendo el control marítimo, aunque algo distante, sobre 'Estrecho. El frente soviético diluyó las intenciones germánicas, y con ellas Inglaterra abandonó la Pilgrim. A esta operación, le sucederían otras que finalmente no serían ejecutadas, como la operación Tonic y la Strong, siempre con el fin de contener y enfrentarse a las tropas nazis. Bunkers (Camprodón) / Eliseu T. Climent  Aún quedaba un tercer frente que mantenía a Franco en alerta: los guerrilleros españoles evadidos en Francia y las posibles incursiones sorpresa que éstos podían perpetrar a través de los pasos pirenaicos. En ese sentido, lo que era un temor se hizo realidad, cuando el 19 de octubre de 1944, a las seis de la mañana, contingentes de la Asociación de Guerrilleros para la Reconquista de España y de la Unión Nacional Español (UNE) invadieron el Valle de Arán, para proclamar la III República . La comarca aranesa era uno de los lugares fácilmente accesibles desde Francia, siguiendo naturalmente las aguas del Garona, pero de difícil acceso desde la vertiente sur del Pirineo —aparte del túnel de Viella, entonces túnel de Alfonso XIII, está el puerto de la Bonaigua, a 2.076 metros de altitud, que queda cortado en invierno por nieve—. Sin embargo, la operación Reconquista de España se había iniciado a principios de ese mes de octubre, con penetraciones guerrilleras por Navarra, con más de 800 efectivos concentrados en el área de Oloron, Mauleon y Ustaritz. La fortificación de la frontera A pesar de la manifiesta neutralidad de la España franquista en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, anunciada con la declaración gubernamental del 1 de octubre de 1943 —mientras que en febrero de ese año España había firmado secretamente con Alemania un acuerdo de suministro de wolframio, mineral necesario para la construcción de tanques—, un mes más tarde el dictador tomaba la determinación de fortificar la frontera. De forma discreta y puntual, la construcción de asentamientos defensivos se había iniciado ya en 1939, con algunos ejemplos, como el conjunto ubicado en el collado de Toses, a pocos metros de la carretera que une la Cerdanya con el valle de Ribes (Ripollès), y en el collado de les Basses, en el hilo de la frontera entre el Ripollès y el Vallespir. Aquel 39 la tensión internacional y el estallido de la Segunda Guerra Mundial provocaron en el régimen franquista una justificada inquietud que desembocó en el refuerzo de la vigilancia y fortificación de algunos puntos fronterizos o cercanos a la raya. Fue durante el verano de 1940, cuando los prisioneros de guerra republicanos del 65 y 70 Batallones Disciplinarios de Trabajadores construyeron las infraestructuras defensivas del collado de Toses, diseñadas por el comandante Vicente Martorell Otzet, bajo la dirección del segundo y tercer Regimientos de Fortificación . Aún hoy es fácilmente localizable el conjunto formado por tres bunkers anticarro protegidos por nidos de ametralladoras. Los más orientales, junto a la N-260, forman un pequeño complejo subterráneo, fácilmente accesible, unidos por una galería de una veintena de metros. Algunas inscripciones resisten el paso del tiempo , y todavía podemos contemplar la memoria gráfica de la División 43 en las paredes de las galerías. Inscripción del 70º Batallón Disciplinario de Trabajadores, en los bunkers del collado de Toses / Eliseu T. Climent  Si en Cataluña encontramos los casos citados, en el extremo occidental del Pirineo se llevaría a cabo la construcción de una verdadera estructura defensiva, la Línea Vallespin, en la que participaron unos 6.800 hombres, la mayoría antiguos combatientes republicanos agrupados en los llamados Batallons Disciplinarios de Soldados Trabajadores (BDST). Los bunkers del Pirineo catalán, así como de la Línea Vallespin, serían aprovechados posteriormente para la construcción de la Línea P, a partir de 1944. Bunkers del collado de Toses / Eliseu T. Climent  La Instrucción C-15, el pistoletazo de salida  En agosto del 44, la Instrucción C-15 del Estado Mayor del Ejército marcó el inicio de la construcción de la Organización Defensiva de los Pirineos, o Línea P, que debía impermeabilizar definitivamente la frontera y completar las fortificaciones realizadas con anterioridad a ambos extremos de la cordillera pirenaica. Para blindar los 500 kilómetros de montañas se proyectaron 10.000 bunkers —de los que se construyeron 6.000 que nunca entraron en servicio—. Estas cifras elevaban la Línea P a la principal obra de fortificación construida en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Aquel verano se desplegaron, entre el Cantábrico y el Mediterráneo, un total de 12.000 hombres agrupados en 24 batallones de zapadores y apoyados por unidades de artillería y de infantería. Unos meses más tarde de la publicación de la Instrucción C-15, en octubre de aquel 44, la invasión del Vall d'Aran por parte de 3.000 guerrilleros antifranquistas ponía en evidencia la existencia de un peligro real —además , de las potenciales invasiones tanto por fuerzas aliadas como alemanas— para la dictadura y justificaba, sin lugar a dudas, la impermeabilización definitiva de la frontera. La Línea P se estructuraba en 166 centros de resistencia, cada uno de ellos abarcaba entre 12 y 16 kilómetros de territorio y concentraba un batallón de entre 400 y 500 hombres. Estos centros, a su vez, se atomizaban en elementos y subelementos de resistencia que sumaban de 60 a 80 bunkers de cemento, hierro y piedra estratégicamente situados y mimetizados en el paisaje, así como nidos de ametralladoras, trincheras, nidos de tirador y otros soluciones de la arquitectura defensiva. Interior de un bunker para cañón anticarro (La Molina) / Eliseu T. Climent Una obra magna en un contexto de precariedad  Los ingentes recursos destinados a fortificar la frontera contrastaban con la situación de precariedad que vivía el país al día siguiente de la Guerra Civil: en 1940, el 40% del presupuesto general del estado estaba destinado a defensa. Y eso no lo es todo: entre 1942 y 1948 el incremento de esta partida fue del 53%, pasando de los 2.358 millones de pesetas a los 3.608, según Albert Ibáñez Sampol en su libro Franco y la Línea P. La fortificación del Pirineo (1940-1947), hecho que sólo se explica por corresponderse con el período de máxima actividad constructora de la línea defensiva. Ibáñez Sampol detalla, además, los costes de construcción, que "oscilaban en 1945 entre las 25.000 pesetas de un nido de fusil ametrallador y las 127.000 para una obra de cañón anticarro". Esta suma incluía “dos paquetes de tabaco semanales, un vaso de vino por la mañana, un bocadillo y una peseta diaria por soldado”, según puntualiza el historiador Ferran Sánchez Agustí en Maquis y Pirineos. La gran invasión (1944-1945) . Bunker en el collado del Fraile, entre Colera y Portbou / Eliseu T. Climent  Una defensa por estrenar  En 1958 el régimen de autarquía español tocaba su fin, en medio de una posguerra mundial que se definía en dos bloques. Tres años antes, España había ingresado en la ONU y establecido relaciones con Estados Unidos. Este escenario complejo hizo que el estado decidiera detener la construcción de la Línea P, considerada, por otra parte, en el panorama internacional como anacrónica y vulnerable, y con poco por defender ante una aviación eficiente y unos avances armamentísticos innegables demostrados con el lanzamiento la bomba atómica . Unos 5.000 bunkers habían sido ya construidos —2.850 en Cataluña, entre Portbou y Vall d'Aran—, a costa de los migrados recursos de una sociedad sumida en la precariedad y la pobreza de un país arrasado. Estos bunkers nunca fueron utilizados. De hecho, muchos de ellos lucen, aún, las maderas de los encofrados de las aspilleras, mientras que puertas, hilados y otros elementos complementarios nunca llegaron a salir de los almacenes ubicados en Figueres, la Seu d'Urgell, Martinet, Jaca o Pamplona. A pesar del abandono de la Línea P, el Estado reservó parte del presupuesto para realizar inspecciones periódicas hasta 1986. Obra finalizada y nunca estrenada / Eliseu T. Climent  El Parque de los Búnkeres de Martinet y Montellà, un museo in situ  En 1999 el ejército cedía al Ayuntamiento de Martinet y Montellà (Baixa Cerdanya) un conjunto de asentamientos del Centro de Resistencia 53 para su musealización, el futuro Parque de los Búnkeres, inaugurado el 5 de mayo de 2007. El Parque de los Búnkeres se ha convertido en visita ineludible para conocer la realidad y la dimensión de lo que fue una obra faraónica, de la que se construyó tan sólo el 43% de lo proyectado. Los bunkers de Martinet y Montellà ocupan un espacio estratégico, el estrechamiento del valle del Segre que separa la Baja Cerdanya de la comarca vecina del Alt Urgell. Parque de los Búnkeres de Martinet y Montellà / Eliseu T. Climent Aparte de la visita a galerías y fortificaciones, el Parque de los Búnkers ofrece visitas guiadas a otras construcciones defensivas de la zona de tipologías diversas. Sin embargo, quien desee descubrir bunkers deberá viajar con la mirada dispuesta, porque aparecen discretamente en lugares frecuentados, como los márgenes de la carretera N-260, entre Martinet y la Seu d'Urgell, en el collado de Toses, o en el collado del Frare, entre Colera y Portbou. Otros se hacen presentes, como ojos en medio de los prados, como los del collado de Peiró, frente al parking de la estación de esquí de la Molina —foto de portada—, o curvados de musgo, en medio de los bosques entre Planoles y Nevà, en el Ripollès. Fuente → eltemps.cat La Voz de la República - Todas las Noticias RSS El Primer DNI Republicano

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