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Cada cinco años, el Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat) realiza un estudio sobre los usos lingüísticos de los catalanes . En estos días se han dado a conocer los datos relativos a 2023, que no son menos interesantes que la reacción a los mismos desde el nacionalismo. Tanto unos como la otra dicen mucho de la situación lingüística en Cataluña y de la orientación y efectos de las políticas lingüísticas que se desarrollan desde hace décadas. Los datos muestran que Cataluña es una sociedad bilingüe en la que existe un claro predominio del castellano (un 55 por ciento de los catalanes lo tienen como lengua materna y lo usan habitualmente); pero con una fuerte presencia del catalán (un 35 por ciento de los catalanes lo tienen como lengua materna y es utilizado habitualmente por un 42 por ciento de la población). Consideradas ambas lenguas conjuntamente, un 84 por ciento de los catalanes las tienen como maternas y son utilizadas habitualmente por casi un 90 por ciento de la población. No cabe duda de que tanto español como catalán son las lenguas comunes en la sociedad catalana. Estos datos también prueban que no existe ningún riesgo para el catalán. El catalán tiene, tan solo en Cataluña, más de dos millones de hablantes nativos (que lo tienen como lengua materna), y a ellos se suman más de cuatro millones de catalanes que, sin tenerlo como lengua materna, lo pueden hablar; de los cuales varios cientos de miles lo utilizan habitualmente. Este es un dato que se destaca poco: en Cataluña son significativamente más quienes utilizan habitualmente el catalán que quienes lo tienen como lengua materna; cosa que no sucede con el castellano, pues el número de hablantes maternos de esta última lengua es muy parecido al de personas que lo utilizan habitualmente. Este mayor uso del catalán es resultado de las políticas de normalización que, como vemos, están conduciendo a un desequilibrio en favor del catalán, entendido el desequilibrio como la falta de correspondencia entre la ratio entre su uso habitual y relevancia como lengua materna, y esta misma ratio respecto al castellano (mientras para el catalán esta ratio es de 1,2; en el castellano se queda en 1). El estudio del Idescat también se detiene en la lengua de identificación declarada, con el resultado de que un 55 por cinto de los catalanes consideran que ésta es el castellano y un 44,6 por ciento, el catalán, en ambos casos con un número significativo de personas que entienden que ambas lenguas son sus idiomas de identificación. Volveremos sobre esto último; pero antes detengámonos en la circunstancia de que, mientras el número de catalanes que se identifican con el castellano coincide prácticamente con el de personas que lo tienen como lengua materna, en el caso del catalán esta identificación va mucho más allá de la lengua materna, puesto que el catalán es lengua materna de un 35 por ciento de la población, aproximadamente, mientras que es lengua de identificación de más de un 44 por ciento de los catalanes. De nuevo, estamos, con bastante probabilidad, ante un efecto claro de las políticas de promoción del catalán desarrolladas desde hace décadas. Como decía al comienzo, la reacción nacionalista ante estos datos es tan significativa como los datos mismos. Pese a que, como hemos visto, muestran una buena salud del catalán y una presencia en la sociedad mayor de la que se correspondería por el número de hablantes nativos, el tono general es de lamento. Este lamento aporta algunas pistas sobre el carácter excluyente del nacionalismo, como veremos inmediatamente. Para entender la naturaleza del disgusto nacionalista hemos de reparar en que las cifras que he aportado hasta ahora no distinguen entre quienes tienen como única lengua materna, habitual o de identificación el catalán o el castellano y quienes tienen ambas lenguas como iniciales (en la terminología de la Generalitat), de uso habitual o como lenguas con las que se identifica. Así, por ejemplo, cuando mencionaba que un 55 por ciento de catalanes identifican el castellano como su lengua materna, estoy sumando al 40,4 por ciento de personas que entienden que su única lengua de identificación es el castellano, y el 14,6 por ciento que sienten como propios tanto el castellano como el catalán. De igual forma, en el caso del catalán, el 45 por cinto de personas que se identifican con la lengua es la suma del 30 por ciento que lo tienen como única lengua de identificación y un 14,6 por ciento que la tienen junto con el castellano. De hecho, el resultado más significativo de los datos de 2023 es el incremento del bilingüismo. Son más los catalanes que tienen como lengua materna el castellano y el catalán, más los que tienen ambas lenguas como habituales y más los que se identifican con las dos lenguas. Por resumir, el que 'gana' en la encuesta es el bilingüismo. Esto es lo que parece molestar a los nacionalistas, que, en vez de fijarse en los datos de población que tiene el catalán como lengua materna, habitual o de identificación, aunque sea junto con el castellano u otras, se centran en la disminución del número de catalanes que tienen el catalán como única lengua materna, habitual o de identificación. Y, efectivamente, esa disminución existe, pues son casi 50.000 catalanes menos que tienen el catalán como única lengua materna, casi 100.000 menos los que tienen el catalán como única lengua habitual y –lo que es muy significativo– 300.000 menos los que tienen el catalán como única lengua de identificación. Esta disminución, sin embargo, no se produce por un abandono del catalán, sino por la incorporación del castellano, como hemos visto. Esto es, nos encontramos con una sociedad en la que más personas tienen, utilizan y sienten como propias tanto el catalán como el castellano. Esto es lo que al nacionalismo le disgusta. No es sorprendente. El nacionalismo catalán ha estado siempre más interesado en limitar la presencia del castellano que en extender el uso del catalán. La reacción a los datos de Idescat 2023 lo prueba, puesto que, pese a que en términos absolutos el catalán avanza, disminuye el número de personas que excluyen o se apartan del castellano. Aparte de esto, además, no puede descartarse que este rechazo a los resultados tenga también un componente estratégico, en tanto en cuanto es el imaginado peligro para el catalán el que justificaría las medidas de exclusión del castellano y de imposición del catalán que vertebran la política lingüística de la Generalitat. ¡Qué diferente sería todo si se asumiera con naturalidad la realidad de Cataluña y del catalán! Si la Administración, en vez de empecinarse en excluir el castellano del ámbito público y de la escuela, utilizara con normalidad las dos lenguas oficiales en Cataluña (y el aranés, por supuesto), y si, en vez de considerar como 'impropio' el español, actuara de acuerdo con la realidad de la sociedad catalana, ¡cuánto no mejoraría la convivencia, disminuirían las tensiones y –estoy convencido– en cuánto no se beneficiaría el catalán como lengua! El catalán no crecerá a costa del castellano y de forma excluyente, sino inclusiva, junto con la otra gran lengua de los catalanes, el español.
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